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Capítulo ciento uno El eco

El paraje es tan solo, que parece que siempre hay alguien por él. De vuelta de los montes, los cazadores alargan por aquí el paso y se suben por los vallados para ver más lejos. Se dice que, en sus correrías por este término, hacía noche aquí Parrales, el bandido… La roca roja está contra el naciente y, arriba, alguna cabra desviada, se recorta, a veces, contra la luna amarilla del anochecer. En la pradera, una charca que solamente seca agosto, coge pedazos de cielo amarillo, verde, rosa, ciega casi por las piedras que desde lo alto tiran los chiquillos a las ranas, o por levantar el agua en un remolino estrepitoso.

…He parado a Platero en la vuelta del camino, junto al algarrobo que cierra la entrada del prado negro todo de sus alfanjes secos; y aumentando mi boca con mis manos, he gritado contra la roca: “¡Platero!”

La roca, con respuesta seca, endulzada un poco por el contagio del agua próxima, ha dicho: “¡Platero!”

Platero ha vuelto, rápido, la cabeza, irguiéndola y fortaleciéndola, y con un impulso de arrancar, se ha estremecido.

“¡Platero!”, he gritado de nuevo a la roca.

La roca de nuevo ha dicho: “¡Platero!”

Platero me ha mirado, ha mirado a la roca y, remangando el labio, ha puesto un interminable rebuzno contra el cenit.