Y me muestra su cabeza vieja y despelada, en cuyo centro, como la meseta castellana, duro melón viejo y seco, un gran callo es señal clara de su duro oficio.
Da una palmadita, un salto, y se va silbando, un guiño en los ojos con viruelas, no sé qué pasodoble, la pieza nueva, sin duda, de la noche. Pero vuelve de pronto y me da una tarjeta:
LEON
Decano de los mozos de cuerda de Moguer
Capítulo ciento veintiocho El molino de viento
¡Qué grande me parecía entonces, Platero, esta charca, y qué alto ese circo de arena roja! ¿ Era en esta agua donde se reflejaban aquellos pinos agrios, llenando luego mi sueño con su imagen de belleza? ¿Era éste el balcón desde donde yo vi una vez el paisaje más claro de mi vida, en una arrobadora música del sol?
Sí, las gitanas están y el miedo a los toros vuelve. Está también, como siempre, un hombre solitario -¿el mismo, otro?-, un Caín borracho que dice cosas sin sentido a nuestro paso, mirando con su único ojo al camino, a ver si viene gente… y desistiendo al punto… Está el abandono y está la elegía. pero ¡qué nuevo aquél, y ésta qué arruinada!