¿Quedó algo por sellar en mi casa? ¿Qué no era mío? Si otro me pedía el sello-¡cuidado, que se va a gastar ¡-, ¡qué angustia! Al día siguiente, ¡con qué prisa alegre llevé al colegio todo!: libros. blusa, sombreros, botas, manos, con el letrero:
Juan Ramón Jiménez, Moguer.
Capítulo sesenta y uno La perra parida
La perra de que te hablo, Platero, es la de Lobato, el tirador. Tú la conoces bien, porque la hemos encontrado muchas veces por el camino de los Llanos… ¿Te acuerdas? Aquella dorada y blanca, como un poniente anubarrado de mayo… Parió cuatro perritos, y Salud, la lechera, se los llevó a su choza de las Madres porque se le estaba muriendo un niño, y don Luis le había dicho que le diera caldo de perritos. Tú sabes bien lo que hay de la casa de Lobato al puente de las Madres, por la pasada de las Tablas…
Platero, dicen que la perra anduvo como loca todo aquel día, entrando y saliendo, asomándose a los caminos, encaramándose en los vallados, oliendo a la gente… Todavía a la oración la vieron, junto a la casilla del celador, en los Hornos, aullando tristemente sobre unos sacos de carbón contra el ocaso.