Capítulo sesenta y cuatro Frasco Vélez
Hoy no se puede salir, Platero. Acabo de leer en la plazoleta de los Escribanos el bando del alcalde:
“Todo Can que transite por los andantes de esta Noble Ciudad de Moguer, sin su correspondiente Sálamo o bozal, será pasado por las armas por los Agentes de mi Autoridad.”
Eso quiere decir, Platero, que hay perros rabiosos en el pueblo. Ya ayer noche he estado oyendo tiros y más tiros de la Guardia municipal, nocturna consumera volante, creación también de Frasco Vélez, por el Monturrio, por el Castillo, por los Trasmuros.
Lolilla, la tonta, dice alto por las puertas y ventanas que no hay tales perros rabiosos, y que nuestro alcalde actual, así como el otro, Vasco, vestía al Tonto de fantasma, busca la soledad que dejan sus tiros para pasar su aguardiente de pita y de higo. Pero ¿y si fuera verdad y te mordiera un perro rabioso? ¡No quiero pensarlo, Platero!
Capítulo sesenta y cinco El verano
Platero va chorreando sangre, una sangre espesa y morada, de las picaduras de los tábanos. La chicharra sierra un pino, que nunca llega… Al abrir los ojos, después de un inmenso sueño instantáneo, el paisaje de arena se me torna blanco, frío en, su ardor. espectral.