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Veinte lagares pisaban día y noche. ¡Qué locura, qué vértigo, qué ardoroso optimismo! Este año, Platero, todos están con las ventanas tabicadas, y basta y sobra con el del corral y con dos o tres lagareros. Y ahora, Platero, hay que hacer algo, que siempre no vas a estar de holgazán…

Los otros burros han estado mirando, cargados, a Platero, libre y vago; y para que no lo quieran mal ni piensen mal de él, me llego con él a la era vecina, lo cargo de uva y lo paso al lagar, bien despacio, por entre ellos… Luego me lo llevo de allí disimuladamente…

Capítulo setenta y tres Nocturno

Del pueblo en fiesta, rojamente iluminado hacia el cielo, vienen agrios valses nostálgicos en el viento suave. La torre se ve, cerrada, lívida, muda y dura, en Un errante limbo violeta, azulado, pajizo… Y allá, tras las bodegas oscuras del arrabal, la luna caída, amarilla, y soñolienta, se pone, solitaria, sobre el río.