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Capítulo V

EL ESTRECHO DE BERING

A los dos días de haber cargado el carbón, elEstrella Polardobló el cabo Chukotski y entró en el estrecho de Bering ciñéndose más al continente de Asia, donde los montes de escasa altura descendían a pico sobre la orilla del mar o bajaban suavemente hacia las anchos valles que se adentraban en este triste país. Aunque finalizaba mayo, en todas partes se veían grandes campos de nieve y sólo las faldas abruptas de las montañas orientadas hacia el Sur y el Sudoeste se hallaban completamente libres de nieve y verdeaban ya, cubiertas por la hierba nueva o por las hojas recientes de los matorrales rastreros de sauce polar y de abedul.

Sobre las aguas verdes del estrecho flotaba muchas veces una niebla que ocultaba la lejanía. El cielo era constantemente velado por unas bajas nubes plomizas que se vertían sobre cubierta, tan pronto en yagua como en nieve. Por entre las nubes asomaba de cuando — en cuando el sol, que daba mucha luz pero poco calor. Y, a los rayos del sol, las adustas orillas del extremo Nordeste de Asia perdían su hosco carácter.

Cuando la niebla se disipaba o era barrida por los ramalazos del viento, que coronaba de blanco las olas verdes, podía divisarse al Este, azulenca, la costa lisa de América. Los hielos flotantes iban haciéndose más frecuentes, aunque no en masas compactas, sino en pequeños campos o incluso en témpanos cuyos bellos contornos caprichosos admiraban a los que no habían estado en los mares del Norte.

La proximidad de un campo de hielo más considerable solía ir precedida por la aparición de franjas de niebla, de manera que los capitanes de los barcos podían siempre desviarse hacia uno u otro lado para no chocar con los hielos. Sin embargo, el riesgo no era aquí tan grande como en la parte norte del Océano Atlántico, donde se pueden encontrar icebergs peligrosos para los barcos, porque estas montañas de hielo, arrastradas por la corriente hacia el Sur, van derritiéndose poco a poco de manera que la parte submarina se encuentra en equilibrio inestable y puede la montaña dar media vuelta al menor choque.

Las orillas parecían carentes de vida: ni una columna de humo, ni una silueta de hombre o de animal. Por eso se sorprendieron mucho nuestros viajeros reunidos en cubierta cuando, de una pequeña bahía que apareció de pronto detrás de un cabo escarpado, salió rápidamente una lancha tripulada por un solo hombre que manejaba con energía los remos para atravesarse en el rumbo delEstrella Polar. Pero cuando advirtió que el barco le ganaba terreno empezó a gritar agitando un pañuelo

El capitán dió orden de aminorar la marcha e invitó por el altavoz al tripulante de la lancha a que se aproximara al barco. Cuando estuvo cerca se vió que era una piragua de las que se usan en Chukotka. El capitán, pensando que algún chukchi había hecho detenerse al barco para pedir ¡alcohol o tabaco, iba a gritar «a toda marcha», cuando el remero, que se encontraba ya muy cerca, gritó:

— ¡Por Dios, déjenme subir a bordo!

Se detuvo la máquina y la piragua llegó hasta el barco. Se soltó una escala. El desconocido trepó rápidamente a bordo, quitóse el gorro de piel con orejeras y, dirigiéndose a los miembros de la expedición, pronunció feliz:

— Muchas gracias. ¡Ahora estoy salvado!

Era un hombre alto, recio, de rostro atezado, ojos azules y clara barba hirsuta. El viento agitaba sus cabellos cobrizos, que llevaba evidentemente mucho tiempo sin cortar. Iba vestido al estilo chukchi y en la mano izquierda sostenía un saco de cuero, pequeño pero al parecer muy pesado.

Trujánov se aproximó a él y, tendiéndole la mano, pronunció:

— Según las apariencias, ha sufrido usted un naufragio, verdad?

Al oír hablar en ruso resplandeció el rostro del desconocido. Envolvió en una rápida mirada a todos los miembros de la expedición, dejó su saquito en cubierta y empezó a estrecharles la mano uno por uno, hablando precipitadamente en ruso:

— Veo con alegría que son ustedes compatriotas míos. Porque yo soy ruso: Yákov Makshéiev, de Ekaterinburgo. ¡Qué felicidad! He encontrado un barco y, además, ruso. Había descubierto un filón de oro en la orilla de Chukotka pero, como se me habían terminado las provisiones, he tenido que abandonarlo a la fuerza. Este es el segundo día que navego hacia el Sur con la esperanza de llegar a algún sitio habitado. Tengan ustedes la bondad de darme algo de comer, porque hace dos días que sólo me alimento de moluscos.

Trujánov, acompañado por los demás viajeros, condujo a Makshéiev ¡a la sala de oficiales, donde le sirvieron unos fiambres y té para que recobrase fuerzas hasta que estuviera listo el almuerzo. Comiendo a dos carrillo, Makshéiev refirió la historia de sus aventuras:

— Soy ingeniero de minas y, durante los últimos años, he trabajado.en los yacimientos auríferos de Siberia y del Extremo Oriente. Inquieto por naturaleza, me gusta viajar, conocer lugares nuevos. Por eso, cuando el año pasado oí decir que corrían rumores de que en Chukotka había oro, decidí salir para allá a descubrirlo. La verdad es que no me atraía tanto el oro como el deseo de visitar esta región, apartada y poco conocida.

— Me puse en camino con dos indígenas, que se ofrecieron a acompañarme, y desembarqué sin novedad en la orilla de Chukotka, donde pronto logré encontrar un rico yacimiento aurífero y lavar mucho oro. Como nuestra reserva de provisiones era limitada y yo tenía el propósito de quedarme allí todavía algún tiempo, envié a mis compañeros en busca de víveres al poblado chukchi más próximo, pero todavía no han regresado aunque ha transcurrido ya más de un mes desde el momento de su partida.

Al germinar Makshéiev su relato, Trujánov le explicó que elEstrella Polarno era un barco mercante y que, como tenían que navegar a toda prisa hacia el Norte, no podían llevarle a ningún puerto.

— Lo único que podemos hacer es entregarle al primer barco con el que nos crucemos — concluyó.

— Bueno, pues si su barco no es mercante, ¿a qué se dedica, hacia dónde se dirige?

— Conduce una expedición polar rusa cuyos miembros ve usted aquí, y se dirige hacia el mar de Beaufort.

— Entonces, está visto que habré de navegar con ustedes algún tiempo si no se les ocurre desembarcarme de Robinson en una isla deshabitada — rió Makshélev-. Pero ya les he dicho que no atengo nada más que lo que llevo puesto: ni ropa interior, ni traje decente… Nada más que el vil metal, que me permitirá no quedar en deuda con ustedes.

— De eso no tiene usted ni que hablar — le interrumpió Trujánov-. Hemos ayudado a un compatriota a salir de un apuro, y nos alegramos mucho de ello. Llevamos ropa suficiente y, además, tiene usted aproximadamente la misma estatura y la misma complexión que yo.

Se puso a disposición de Makshéiev un camarote vacío donde pudiese lavarse, cambiar de ropa y guardar su oro. Por la tarde se presentó en la sala de oficiales, ya transformado, y distrajo a los viajeros con el relato de sus aventuras. El nuevo pasajero produjo en todos una impresión muy favorable. Cuando se retiró a descansar, Trujánov preguntó a los miembros de la expedición:

- ¿Y si e invitásemos a incorporarse a nuestro grupo? Se trata, al parecer, de un hombre enérgico, fuerte, experto, que tiene un carácter agradable y expansivo y que ha de sernos útil en, cualquier ocasión y en cualquier circunstancia.