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Una vez, a fines de enero, le tocó a Pápochkin quedarse en la yurta. Katu seguía siempre con mirada atenta a los que se marchaban hacia los bosques y aguardaba con impaciencia su regreso, esperando que matarían algún animal y le traerían la carne cruda que tanto echaba de menos. Pero sus esperanzas eran siempre defraudadas porque no había caza de ningún género.

Conque aquel día, después de que se fueron sus compañeros, Pápochkin se pasó un par de horas en la yurta junto a la hoguera y se quedó traspuesto de aburrimiento. Debió dormir bastante tiempo. Cuando se despertó, Katu no estaba en la yurta. Salió corriendo afuera y vio a lo lejos, hacia el Sur, un punto negro que se alejaba rápidamente en medio de la llanura nívea. La prisionera se había apoderado de los esquís de Pápochkin, que sabía ya manejar, y hubiera sido inútil perseguirla a pie por la nieve profunda. Se había llevado también su manta, un pernil empezado que colgaba en la yurta, un cuchillo grande y una caja de cerillas, que ya sabia manejar.

A1 regresar los demás se enteraron de la fuga de Katu, que les contrarió mucho. Pápochkin hubo de escuchar bastantes noches por su negligencia. Pero no se podía ni pensar en perseguir a la fugitiva: había tenido tiempo de alejarse considerablemente y hubiera hecho falta lanzar toda una expedición tras ella, corriendo el riesgo, sin embargo, de no darle alcance. Katu no llevaba ninguna impedimenta y estaba acostumbrada a recorrer hasta cien kilómetros en una jornada durante las cacerías. Una expedición de trineos apenas podía recorrer la mitad. Y no tenía ningún sentido ir a reconquistar a la muchacha por la fuerza a la tribu.

Felizmente habían hecho varias fotografías de Katu antes de su fuga (de frente, de perfil y de espaldas), habían tomado sus medidas conforme a las reglas más rigurosas de la antropología y habían hecho un molde de yeso de su rostro, sus manos y sus pies.

Hasta fines de marzo o principios de abril no se podía emprender el camino de regreso por los hielos para encontrar arriba días suficientemente largos y llegar a principios del verano a la orilla meridional de 1a Tierra de Nansen. Quedaban pues casi dos meses hasta el momento de la partida. Los viajeros quisieron aprovecharlos para entrenarse y entrenar a los perros a marchas más prolongadas con los trineos. En los últimos días habían descubierto en el lindero del bosque huellas de renos, de toros almizcleros y de lobos. O sea que, alejándose una o dos jornadas de la yurta, podían encontrar caza. Tanto los hombres como los perros tenían gran necesidad de carne fresca: estaban cansados de comer cecina y, además, sus reservas habían disminuido considerablemente gracias a la voracidad de Katu. Había que guardar parte de la cecina para el camino y, hasta el momento de la marcha, cazar para alimentarse. A estas excursiones partían por turno tres hombres con dos trineos y la tienda de campaña, mientras los otros tres y una traílla quedaban en la yurta, descansando de la expedición precedente.

Capítulo LVI

A TRAVES DE LOS HIELOS

A fines de marzo, los exploradores decidieron ponerse en camino hacia los hielos. Dejaron intacto el puesto meteorológico y, dentro, así como en el depósito de la calina, un cajoncillo soldado con unos breves datos acerca de la expedición que había descubierto Plutonia y los principales resultados del viaje al Sur. Para que los hombres primitivos, cuyo regreso era de esperar en cuanto llegase el verano, no se llevaran los cajoncillos ni desvalijaran el puesto, colocaron en una repisa de esto ultimo parte de los ídolos de madera tallados por Katu, dejando además en el suelo del puesto, como sacrificio, un montón de huesos, latas de conservas vacías y otras cosas por el estilo. La idea se debía a Igolkin, que había llegado a conocer a los salvajes mejor que el erudito Borovói.

Los trineos, con una considerable carga compuesta por las colecciones, los víveres y la impedimenta de la expedición, se dirigieron a través de la tundra nívea hacia el barde de los hielos.

La travesía de la Tierra de Nansen duró todo un mes. El paso de la barrera de hielos, la larga ascensión a la cordillera Russki y el descenso por el glaciar, los vientos pertinaces que soplaban del Sur, la gran carga de los trineos y el número insuficiente de perros frenaban la marcha y exigían la tensión de todas las fuerzas. Las frecuentes nevascas eran otro obstáculo pero, en cambio, daban unas horas suplementarias de descanso a los hombres y los perros. Pasada la barrera de hielos, comenzó la sucesión de días y noches que los exploradores llevaban mucho tiempo sin observar. No lograron encontrar algunos de los depósitos que habían dejado en el camino Pero en el cabo Trujánov hallaron un nuevo depósito con provisiones para un año instalado por elEstrella Polary, además, una nota informándoles de que el barco invernaba a unos diez kilómetros al Este del cabo. Desde las alturas del cabo se divisaba el barco a lo lejos. Se dirigieron a él y, a mitad de camino, tuvo lugar el jubiloso encuentro de los invernantes y los viajeros. Incluso llegó Trujánov, en un trineo tirado por perros jóvenes nacidos en elEstrella Polardurante la navegación. Los saludos y las preguntas no acababan nunca. Trujánov resplandeció al enterarse de que habían quedado brillantemente confirmadas sus hipótesis acerca del interior de la Tierra.

Capítulo LVII

CHARLA CIENTIFICA

Unos días después del regreso de 1a expedición alEstrella Polarse desencadenó una de esas terribles tempestades de nieve habituales en aquellas latitudes, suspendiendo todos los paseos y los trabajos al aire libre. Los hombres mataban el tiempo en la sala de oficiales, contándose sus impresiones acerca de la invernada entre los hielos y el viaje a Plutonia. Interesaban particularmente a Trujánov los detalles del descenso al mundo subterráneo, acompañado de diversos fenómenos incomprensibles para la expedición.

— Le advierto a usted, Trujánov — dijo Kashtánov —, que su carta, abierta el día que descubrimos mamuts en la tundra que había venido a sustituir los hielos, nos explicó dónde estábamos, pero no nos satisfizo plenamente, Quisiéramos saber en qué se fundaba su hipótesis, tan brillantemente confirmada, de que el globo terrestre era hueco.

— A decir verdad — contestó Trujánov —, la idea no es mía ni siquiera nueva. Fué expuesta hace más de cien años por ciertos sabios de Europa Occidental. Enterado de ella hojeando viejas revistas, me interesó y me dediqué a hacer comprobaciones que me demostraron su verosimilitud.

— ¿No podría usted comunicárnoslas?

— Con mucho gusto. Si quieren ustedes, les haré hoy mismo un informe detallado.

Aquella tarde tuvo lugar en la sala de oficiales una interesantísima charla científica.

Después de haberse referido a las ideas de los pueblos antiguos de que la Tierra era una superficie lisa en medio del océano primitivo y a la teoría de Aristóteles acerca de la forma esférica de la Tierra, Trujánov se detuvo con más detalle en las concepciones modernas.

— A fines del siglo XVIII, el sabio Leslie afirmaba que el interior de la Tierra estaba lleno de aire, luminoso a consecuencia de la presión, y que en él flotaban dos planetas: Proserpina y Plutón…

— ¿Plutón? — exclamó Borovói-. ¡De manera que no hemos inventado nada nuevo para el astro subterráneo!