También ensayó domicilios de otro tipo; habitaciones alquiladas en casa de familia que, si bien diferían unas de otras en ciertos aspectos (no todas eran de tejuela, por ejemplo; algunas eran de ladrillo revocado, al menos, parcialmente), tenían una característica común: en los estantes del salón o del rellano de la escalera se hallaban, invariablemente, Hendrick Willem Van Loon y el doctor Cronin. Ambos podían estar separados por un manojo de revistas o por alguna novela histórica gruesa y reluciente, o hasta por algunas biografías más o menos conocidas. También en estas casas colgaba siempre en algún sitio una reproducción de Tolouse-Lautrec. Pero lo que jamás faltaba era la pareja Van Loon-Cronio, cambiando miradas de tierno reconocimiento, como dos vie' amigos que se encuentran en una fiesta entre desconocidos.
2
Volvió por una breve temporada al Hogar Universitario, pero los perforadores del pavimento también volvieron y, con ellos, otras jnolestias. Hoy por hoy, Pnin seguía alquilando el dormitorio rosado de volantes blancos del segundo piso de la casa de los Clements. Este era el sitio que más le había gustado y la primera habitación que había ocupado más de un año. Por aquel entonces, ya había borrado toda huella de su dueña anterior; al menos, así lo creía, porque no había descubierto, y probablemente nunca lo haría, una cara ridícula dibujada en la pared, inmediatamente debajo de la cabecera del lecho; tampoco había visto esas marcas de lápiz semi-borradas en el quicio de la puerta, marcas que indicaban distintas alturas a partir de un metro cuarenta y dos en 1940.
Durante más de una semana Pnin pudo disfrutar de la casa entera. Joan Clements había partido en avión a visitar a su hija casada en un lejano Estado del Oeste, y un par de días más tarde, al comienzo de su curso primaveral de Filosofía, el profesor Clements, llamado por teléfono, también voló al Oeste.
Nuestro amigo se sirvió pausadamente un desayuno a base de leche, cuyo suministro no había sido interrumpido, y a las nueve y media se dispuso a dar su paseo habitual por los jardines.
Agradaba ver esa manera suya de ponerse el abrigo, a la manera de los intelligenskirusos: con la cabeza inclinada, exhibiendo su perfecta calvicie y su gran barbilla tipo duquesa de Wonderland, sujetaba firmemente los extremos cruzados de su bufanda verde para mantenerla sobre el pecho mientras, con una sacudida de sus amplios hombros, conseguía introducirse a un mismo tiempo en ambas mangas, y, con otro empujón, colocarse enteramente el resto del abrigo. Cogió su portfel' (portadocumentos), revisó el contenido y salió.
Aún estaba a tiro de piedra del porche, cuando recordó un libro de la Biblioteca de la Universidad cuya devolución le reclamaban con urgencia para que lo ocupara otro lector. Luchó un momento consigo mismo: todavía necesitaba el volumen. Pero el bondadoso Pnin simpatizaba demasiado con el clamor insistente del estudioso desconocido para no volver en busca del grueso y pesado tomo. Era el volumen 18, dedicado especialmente a Tolstoy: Sovetsky Zolotoy Fond Literaturi(Fondo Dorado de la Literatura Soviética), Moskva-Leningrad, 1940.
3
Los órganos que concurren a la producción de sonidos en el idioma inglés son la laringe, el paladar, los labios, la lengua (esa polichinela de la troupe) y, en último pero no menor término, la mandíbula inferior. Pnin se confiaba en el movimiento superenérgico y algo rumiante de esta mandíbula cuando traducía en clase pasajes de la gramática rusa o algún poema de Pushkin. Si su ruso era música, su inglés era un homicidio. Tenía una dificultad enorme con la «despalatización», y nunca conseguía eliminar esa especie de rocío con que los rusos acompañaban las ty las dantes de las vocales, a las que Pnin suavizaba de modo tan peculiar. Su explosivo hat(sombrero) («Nunca ando en sombrero, aun en invierno») difería de la pronunciación americana corriente de hof(caliente), típica de los habitantes de Waindell, sólo por su menor duración, sonando así muy semejante al verbo alemán hat(tiene). Las o largas se convertían inevitablemente en cortas: su no parecía italiano, y esto se acentuaba por su treta de triplicar el negativo: («¿Puedo llevarlo, míster Pnin?» «No-no-no, sólo estoy a dos pasos desde aquí»). Desconocía la o larga y no se daba cuenta de ello; todo lo que conseguía cuando tenía que pronunciar noon(tarde), era la vocal laxa del alemán nun(ahora).
El cumpleaños de Pnin, de acuerdo al calendario juliano bajo el cual había nacido en San Petersburgo en 1898, caía el 3 de febrero. Pero ya no lo celebraba pues, desde su salida de Rusia, esta fecha se le confundía en medio de las del calendario gregoriano, al que debía restarle trece (no: doce) días.
En el pizarrón nimbado de tiza, que él llamaba jocosamente «pizarreño», escribió una fecha. Esta nada tenía que ver con la que regía en Waindelclass="underline"
26 de diciembre de 1892
Cuidadosamente estampó un punto final blanco y grande, y agregó debajo:
3,03 P. M., San Petersburgo
Esto fue transcrito, con toda disciplina, por Frank Backman, Rose Balsamo, Frank Carroll, Irving D. Herz, la hermosa e inteligente Marilyn Hohn, John Mead, Jr., Peter Volkov y Allan Bradbury Walsh.
Pnin, estremecido por una risa muda, regresó a su pupitre; tenía un cuento que relatar. Esa línea en la absurda gramática rusa: Brozhu li ya vdol' ülits shuminh(«Ya sea que vague por calles ruidosas»), era en realidad, el comienzo de un famoso poema. Y aunque se suponía que en esa clase de Ruso Elemental, Pnin debía atenerse a ejercicios de lenguaje tales como: Mama, telefon! Brozhu li ya vdol' ulits shuminh. Ot Vladivostoka do Vashinngtona 5.000 mil), él aprovechaba todas las oportunidades para aventurar a sus alumnos por excursiones literarias e históricas.