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– No, Kate, es el ejemplo perfecto de un caso donde no hay pruebas directas que relacionen a Luther con el crimen, pero con las suficientes evidencias indirectas como para que el jurado piense: «Venga, hijo de puta, a quién quieres engañar. Tú lo hiciste». Intentaré parar los golpes, pero así y todo nos zurrarán de lo lindo. Y si Gorelick se hace con los antecedentes de tu padre, quizás estemos acabados.

– Son demasiado viejos. No sirven para nada. Él no los mencionará. -Kate habló con una seguridad que no sentía. Después de todo, ¿cómo podía estar segura de nada? Sonó el teléfono. Vaciló antes de atender-. ¿Le has dicho a alguien que venías aquí?

Jack negó con la cabeza.

Kate atendió la llamada. Escuchó una voz monótona, profesional.

– Señora Whitney, Robert Gavin del Washington Post. Me gustaría hacerle algunas preguntas sobre su padre. Si está de acuerdo, ¿me concedería una entrevista?

– ¿Qué quiere?

– Oiga, señora Whitney, su padre es noticia de primera página. Usted es fiscal del estado. En mi opinión es una historia estupenda. Kate colgó. Jack miró a su ex prometida.

– ¿Quién era?

– Un reportero.

– Caray, sí que se mueven rápido.

Ella volvió a sentarse con un aire de cansancio que le sorprendió. Jack se acercó a Kate y le cogió de la mano. De pronto Kate le miró asustada.

– Jack, no puedes llevar este caso.

– Claro que sí. Soy miembro activo del colegio de abogados de Virginia. He participado en media docena de juicios por asesinato. Estoy bien preparado.

– No me refiero a eso. Sé que estás preparado. Pero Patton, Shaw no se ocupa de juicios criminales.

– ¿Y? Hay que empezar por alguna parte.

– Jack, no bromees. Sullivan es su principal cliente. Tú has trabajado para él. Lo leí en el Legal Times.

– Aquí, ahora, no se plantea ningún conflicto. No me enteré de nada en mi relación abogado-cliente con Sullivan que pueda ser utilizado en este caso. El juicio no es contra Sullivan. Somos nosotros contra el estado.

– Jack, no te dejarán que lleves caso.

– Estupendo, entonces renunciaré. Montaré mi propia barraca.

– No puedes hacer eso. Ahora las cosas te van de perlas. No puedes dejarlo como si tal cosa. No por esto.

– Entonces, ¿por qué? Sé que tu padre no le dio una paliza a esa mujer y después le voló la cabeza. Es probable que fuera a la casa para robarla, pero no mató a nadie, eso sí lo sé. Estoy seguro. ¿Quieres saber algo más? Estoy convencido de que sabe quién la mato; eso es lo que lo tiene aterrorizado. Vio algo en aquella casa, Kate. Vio a alguien.

Kate soltó el aliento mientras calaban en ella las palabras. Jack suspiró y se miró los zapatos.

Se levantó, cogió el abrigo y, con ánimo juguetón, metió los dedos en la cintura del pantalón de Kate y tironeó.

– ¿Cuánto hace que no comes?

– No lo recuerdo.

– Pues yo recuerdo cuando llenabas los pantalones de una forma harto agradable para cualquier hombre.

– Muchas gracias -respondió ella con una sonrisa.

– Todavía no está todo perdido, aún podemos hacer algo al respecto.

Kate miró los cuatro rincones del apartamento. No tenía ningún atractivo.

– ¿Qué has pensado?

– Costillas, patatas y alguna cosa más fuerte que una gaseosa. ¿Hecho?

– Espera que busque mi abrigo -contestó Kate sin vacilar.

En la calle, Jack le abrió la puerta del Lexus. Se fijó en cómo Kate no se perdía ni un solo detalle del coche de lujo.

– Seguí tu consejo. Decidí gastar un poco del dinero ganado con el sudor de la frente. -No había acabado de sentarse cuando apareció un hombre en la puerta del pasajero, con barba canosa y bigotito.

Llevaba un sombrero de fieltro, y el abrigo marrón abotonado hasta el cuello. En una mano sostenía una minigrahadora y en la otra una credencial de prensa.

– Bob Gavin, señora Whitney. Creo que se cortó la comunicación. -Miró a Jack y frunció el entrecejo-. Usted es Jack Graham. Le vi en la comisaría. El abogado de Luther Whitney.

– Felicitaciones, señor Gavin, tiene una vista excelente y una sonrisa encantadora. Adiós.

– Espere un minuto, venga, sólo un minuto -rogó Gavin mientras se sujetaba a la puerta-. El público tiene derecho a saber la historia de este caso.

Jack comenzó a decir algo, pero Kate le interrumpió.

– Lo sabrá, señor Gavin. Para eso son los juicios. Estoy segura de que usted tendrá un asiento en primera fila. Buenas noches.

El Lexus arrancó. Gavin pensó en correr detrás del coche pero desistió. A los cuarenta y seis años y en deficiente estado físico era un candidato firme al infarto. Además, todavía era muy pronto. Ya les pillaría. Se arrebujó en el abrigo para protegerse del viento y se marchó.

Era casi medianoche cuando el Lexus se detuvo delante del edificio de Kate.

– ¿Estás seguro de que quieres hacerlo, Jack?

– Demonios, nunca me gustaron los murales, Kate.

– ¿Qué?

– Vete a dormir. Los dos necesitamos descansar.

Ella apoyó una mano en la puerta y entonces vaciló. Se volvió para mirar a Jack al tiempo que, con un ademán nervioso, se arreglaba el pelo detrás de la oreja. Esta vez no había dolor en la mirada. Era otra cosa. Jack no acababa de adivinarlo. ¿Quizás alivio?

– Jack, las cosas que dijiste la otra noche…

Él sintió una opresión en la garganta, apretó el aro del volante con las dos manos. Hacía tiempo que se preguntaba cuándo surgiría el tema.

– Kate, he pensado en…

Ella le tapó la boca con la mano. Un pequeño suspiro escapó de sus labios.

– Tenías razón, Jack, sobre un montón de cosas.

Él esperó que entrara en la casa y después se marchó.

Cuando llegó a su casa el casete del contestador automático se había acabado. El intermitente rojo estaba fijo. Decidió que lo más sensato era no hacerle caso. Desconectó el teléfono, apagó las luces e intentó dormir.

No era fácil.

Había actuado con mucha confianza delante de Kate. Pero ¿a quién pretendía engañar? Hacerse cargo del caso por su cuenta, sin hablar con nadie de Patton, Shaw amp; Lord era un suicidio profesional. Sin embargo, ¿habría servido para algo? Ya sabía la respuesta. En el caso de poder escoger, sus socios se hubieran cortado las venas antes de tener a Luther Whitney de cliente.

Pero él era abogado y Luther necesitaba uno. Los temas importantes como este nunca era sencillos, por eso se esforzaba en la medida de lo posible en que las cosas fueran blancas o negras. Buenas. Malas. Correctas. Erróneas. No era fácil para un abogado preparado para buscar lo gris en todo. Un abogado en cualquier posición dependía de quién era el cliente para comer cada día.

Él había tomado su decisión. Un viejo amigo luchaba por salvar la vida y le había pedido que le ayudara. A Jack no le importaba que su cliente pareciera ahora dispuesto a rechazarlo. Los acusados en muy poco dados a colaborar. Bueno, Luther le había pedido ayudar y la recibiría, la quisiera o no. En este asunto no había grises. No había vuelta atrás.

21

Dan Kirksen abrió el Washington Post mientras acercaba el vaso de zumo de naranja a la boca. No llegó a probarlo. Gavin se las había apañado para escribir un artículo sobre el caso Sullivan con el único hecho concreto de la participación de Jack Graham, flamante socio de Patton, Shaw amp; Lord, como defensor del acusado. Kirksen llamó de inmediato a la casa de Jack. No obtuvo respuesta. Se vistió, pidió su coche y a las ocho y media entraba en el vestíbulo de la firma. Pasó por delante de la vieja oficina de Jack donde se amontonaban las cajas y objetos personales. El despacho nuevo de Jack estaba un poco más allá, al otro lado del que ocupaba Lord. Una belleza de seis metros por seis con un bar, muebles antiguos y una vista panorámica de la ciudad. Mucho más bonito que el suyo, pensó Kirksen amargado.