– Pero piensa que vio al que lo hizo.
– ¿Cuánto hace que lo piensa? -le preguntó el teniente que se echó para atrás en la silla y le miró sorprendido.
– No hace mucho. ¿Alguna idea al respecto?
– Creo que a su hombre casi le pillaron con las manos en la masa y entonces tuvo que meterse dentro.
Jack le miró extrañado. Frank se tomó unos pocos minutos para hablarle de la caja fuerte, la incongruencia de las pruebas materiales y sus propias dudas.
– Así que Luther está metido en la caja fuerte mirando lo que hacen la señora Sullivan y el tío que está con ella. Entonces pasa alguna cosa y la matan. Después, Luther ve cómo limpian todas los huellas.
– Es lo que creo, Jack.
– Él no se presenta a la policía porque no puede hacerlo sin acusarse a sí mismo.
– Eso explica muchas cosas.
– Excepto quién lo hizo.
– El único sospechoso es el marido, y no creo que fuera él.
– De acuerdo -asintió Jack que, por un instante, pensó en Walter Sullivan-. Entonces, ¿quién no es tan obvio?
– La persona que estuvo con ella aquella noche.
– Por lo que me cuenta de la vida sexual de la difunta, eso nos reduce la búsqueda a un par de millones.
– Nunca dije que sería fácil.
– La intuición me dice que no es un cualquiera.
– ¿Por qué no?
Jack bebió un trago de café y miró la porción de pastel de manzana.
– Mire, teniente…
– Seth.
– Bueno, Seth, sé que estoy caminando por la cuerda floja. Le escucho y le agradezco la información. Pero…
– Pero no sabe a ciencia cierta si confiar en mí, y en cualquier caso, no quiere decir nada que pueda perjudicar a su cliente.
– Algo así.
– Me parece justo.
Pagaron la cuenta y se marcharon. En el viaje de regreso comenzó a nevar con tanta fuerza que los limpiaparabrisas se veían desbordados.
Jack miró al detective, que mantenía la mirada al frente, ensimismado en sus pensamientos, o quizá sólo a la espera de que Jack dijera algo.
– Está bien, correré el riesgo. No tengo mucho que perder, ¿no?
– Creo que no -contestó Frank sin desviar la mirada del parabrisas.
– Aceptemos por el momento que Luther estaba en la casa y vio el asesinato de la mujer.
Esta vez, Frank miró a Jack con una expresión de alivio en el rostro.
– Bien.
– Hay que conocer a Luther, saber cómo piensa, comprender cómo reaccionaría ante algo así. Es la persona más serena que conozco. Aunque sus antecedentes no lo mencionen, es digno de toda confianza y muy responsable. Si yo tuviera hijos y necesitara dejarles con alguien, los dejaría con Luther porque sé que nada malo podría pasarles mientras estuvieran con él. Es muy capaz. Luther lo ve todo. Es un maniático del control.
– Excepto que su hija le metiera en una trampa.
– Así es, excepto eso. No lo habría descubierto. Ni en mil años.
– Sé a la clase de persona que se refiere, Jack. Algunos de los tipos que he arrestado, aparte del hábito de robar cosas a la gente, eran las personas más dignas que he conocido en mi vida.
– Le juro que si Luther vio el asesinato de la mujer habría buscado la manera de entregar al asesino a la poli. No lo habría dejado correr. ¡No le habría dejado salirse con la suya! -Jack miró muy serio a través del parabrisas.
– ¿A no ser?
– A no ser que tuviera un motivo muy justificado. Quizá conocía al asesino o había escuchado hablar de él.
– ¿Se refiere a la clase de persona a la que nadie creería capaz de hacer algo así y entonces Luther pensó que no valía la pena intentarlo?
– Tiene que haber algo más, Seth. -Jack dobló en la esquina siguiente y aparcó el coche delante de la ymca -. Nunca había visto a Luther tan asustado antes de que ocurriera todo esto. Ahora está asustado. Aterrorizado. Se ha resignado a aceptar la culpa y no sé por qué. Me refiero a que incluso se había ido del país.
– Y regresó.
– Así es, y sigo sin saber por qué. Por cierto, ¿tiene la fecha del regreso?
Frank buscó en la libreta y le dijo la fecha.
– ¿Qué pasó después del asesinato de Christine Sullivan que le llevó a volver?
– Podría ser cualquier cosa -opinó Frank, que se encogió de hombros.
– No, fue una cosa determinada y si pudiéramos descubrir qué fue, quizá podamos encontrar la solución a todo este asunto.
Frank guardó la libreta y pasó una mano sobre el tablero mientras pensaba. Jack se acomodó mejor en el asiento.
– Además no sólo está asustado por lo que le pueda pasar. Le espanta lo que le pueda pasar a Kate.
– ¿Cree que alguien amenazó a Kate?
– No. Ella me lo habría dicho -contestó Jack-. Creo que alguien le hizo llegar el mensaje a Luther. Si hablas me la cargo.
– ¿La misma gente que intentó matarle?
– Quizá. No lo sé.
Frank unió las manos y las apretó con fuerza. Observó la calle por un momento, inspiró con fuerza y miró a Jack.
– Mire, tiene que conseguir que Luther hable. Si nos entrega al asesino de Christine Sullivan, recomendaré la libertad condicional y trabajos sociales a cambio de su cooperación; no tendrá que ir a la cárcel. Joder, hasta es probable que Sullivan le deje quedarse con el botín a cambio del asesino.
– ¿Recomendará?
– Digamos que se lo haré tragar a Gorelick. ¿Le parece bien? -Frank le ofreció la mano.
Jack se la aceptó mientras miraba al detective a los ojos.
– Me parece bien.
Frank salió del coche pero volvió a asomar la cabeza antes de cerrar la puerta.
– Por lo que a mí respecta, el encuentro de esta noche nunca ocurrió y lo que me ha dicho es algo que no saldrá a la luz, sin excepciones. Ni siquiera en el banco de los testigos. En serio.
– Gracias, Seth.
Seth Frank caminó sin prisa hacia el lugar donde tenía aparcado el coche mientras el Lexus pasaba junto a él, doblaba en la esquina y desaparecía de la vista.
Tenía muy claro qué clase de persona era Luther Whitney. ¿Qué podía aterrorizar tanto a un tipo así?
22
Eran las siete y media de la mañana cuando Jack entró con el Lexus en el aparcamiento de la comisaría de Middleton. El día era despejado pero muy frío. Entre los vehículos policiales cubiertos de nieve había un sedán negro con el capó frío. Seth Frank se levantaba temprano.
Luther tenía un aspecto distinto; el uniforme naranja de los presos había sido reemplazado por un traje marrón, y la corbata a rayas era discreta. Con el pelo gris bien cortado y los restos del moreno de las islas podía pasar por un vendedor de seguros o un socio mayor de un bufete de abogados. Algunos abogados defensores habrían reservado el traje para el juicio donde el jurado tendría ocasión de ver que el acusado no era mala persona, sino un incomprendido. Pero Jack estaba dispuesto a insistir en el asunto; estaba convencido de que Luther no se merecía ir vestido de naranja brillante. Quizás era un delincuente, pero no la clase de malhechor que hacía temblar a la gente o capaz de atacar a cualquiera. Esos tipos merecían que les vistieran de naranja para que los demás vieran en todo momento dónde estaban.
Esta vez Jack no se molestó en abrir el maletín. Ya conocía la rutina. Le leerían a Luther los cargos de la acusación. El juez le preguntaría a Luther si entendía los cargos y entonces Jack presentaría la solicitud de absolución. A continuación, el juez formularía toda una serie de preguntas para determinar si Luther comprendía lo que significaba la solicitud de absolución, y si Luther estaba satisfecho con su representante legal. La única cosa que preocupaba a Jack era que Luther le enviara a tomar por el culo y se declarara culpable. Esto ya había ocurrido en otras ocasiones. ¿Y quién sabía lo que podía pasar? El juez quizá lo aceptara. Pero lo más probable era que el juez se atuviera al reglamento, porque, en un caso de asesinato donde se pedía la pena capital, cualquier fallo en los procedimientos podía dar pie a una apelación. Y las apelaciones en las condenas a muerte podían durar años. Jack tendría que confiar en que las cosas salieran bien.