Lord se sentó junto al fuego que ardía en el hogar. Vestía una bata de lana con dibujos de colores vivos y pantuflas de cuero. La lluvia azotaba la cristalera. Jack se acercó al fuego, su mente parecía crepitar y saltar al compás de las llamas; una chispa cayó sobre el suelo de mármol y se apagó al cabo de un instante. Jack agitó el contenido de su copa mientras miraba a su socio.
La llamada no le había pillado por sorpresa. «Tenemos que hablar, Jack, cuanto antes mejor para mí. En mi casa…
A su llegada, el viejo mayordomo de Lord se hizo cargo de su abrigo y de los guantes y desapareció discretamente en las profundidades de la casa
Los dos hombres se encontraban en el estudio revestido en caoba, un lujoso refugio masculino que Jack envidió con un sentimiento de culpa. La imagen de una mansión de piedra apareció por un momento en su cabeza. Tenía una biblioteca muy parecida a esta. Con un esfuerzo prestó atención a Lord.
– Me han jodido, Jack.
A Jack le entraron ganas de sonreír al escuchar las primeras palabras de Lord. Apreciaba el candor del hombre. Pero se contuvo. El tono en la voz de Lord exigía un poco de respeto.
– La firma saldrá adelante, Sandy. No vamos a perder muchos más. Subarrendaremos alguno de los pisos, no es tan grave.
Lord se levantó y fue al bar bien provisto instalado en un rincón. Llenó la copa hasta el borde y se la bebió sin respirar.
– Perdona, Jack, quizá no me he expresado con la suficiente claridad. La firma ha recibido un golpe, pero no tan fuerte como para hundirla. Tienes razón, Patton, Shaw sobrevivirá. Pero yo me refiero a si Patton, Shaw y Lord vivirán para luchar otro día.
Lord cruzó la habitación y se dejó caer sobre el sofá de cuero. Jack siguió con la mirada la hilera de tachones de latón que ribeteaban el mueble. Bebió un trago mientras observaba el rostro obeso de su socio. Los ojos parecían dos rajas en la cara.
– Tú eres el líder de la firma, Sandy, no veo que eso haya cambiado aunque tu lista de clientes haya sufrido un golpe.
Lord gimió desde su posición horizontal.
– ¿Un golpe? ¿Un golpe? Me han metido una bomba atómica en el culo. El campeón del mundo de los pesos pesados no podría haberme golpeado más fuerte. Me han noqueado. Rondan los buitres, y vienen a por mí; el cerdo relleno con una manzana en la boca y la diana en el culo.
– ¿Kirksen?
– Kirksen, Packard, Mullins, el cabrón de Townsend. Sigue contando, Jack, hasta acabar con la lista de socios. Debo admitir que mantengo una extraña relación odio-odio con mis socios.
– Pero no con Graham, Sandy. No con Graham.
Lord se incorporó un poco, se sujetó del respaldo para mirar a Jack.
El joven se preguntó por qué le caía tan bien este hombre. La respuesta quizás estaba en la comida en Fillmore’s. Nada de rollos. Un baño en el mundo real que había significado la lección más importante de su vida. Ahora el hombre estaba metido en problemas. Jack tenía los medios para protegerle. Mejor dicho, quizá los tenía; sus relaciones con los Baldwin no eran muy sólidas en este momento.
– Sandy, si van a por ti, primero tendrán que enfrentarse conmigo. -Ya estaba, lo había dicho. Y no mentía. También era verdad que Lord le había dado la oportunidad de estar con los tipos importantes, le había arrojado directamente al fuego. Pero ¿qué otra manera había para saber si valías o no? La experiencia tenía un precio.
– Nos encontraremos nadando en aguas muy revueltas, Jack.
– Soy buen nadador, Sandy. Además, no mires esto como algo únicamente altruista. Tú eres una inversión en la firma de la que soy socio. Tú eres el que consigue el trabajo. Ahora estás pasando por un bache, pero te recuperarás. Te apuesto quinientos dólares a que en menos de un año vuelves a ser el número uno. No pretendo perder al tipo que trae el dinero.
– No olvidaré esto, Jack.
– No dejaré que lo olvides.
Jack se marchó. Lord cogió la botella para servirse otra copa pero no lo hizo. Miró las manos temblorosas y dejó la botella y la copa en el bar. Alcanzó a llegar al sofá antes de que se le aflojaran las piernas. El espejo encima de la chimenea reflejó su imagen. Hacía veinte años que no lloraba. Desde la muerte de su madre. Pero ahora lloraba a mares. Había llorado por su amigo, Walter Sullivan. Durante años, Lord se había obligado a creer que el hombre no era más que un cheque millonario a final de mes. El precio de aquel engaño lo había pagado en el funeral, cuando Lord lloró con tanta emoción que tuvo que permanecer en el coche hasta la hora de enterrar a su amigo.
Ahora se frotó las mejillas otra vez para secarse las lágrimas. Maldito cabrón. Lord lo había planeado todo hasta el último detalle. Su discurso sería perfecto. Había pensado en todas las respuestas posibles excepto la que había recibido. Se había equivocado. Había supuesto que Jack haría lo mismo que habría hecho él en la misma situación: conseguir todo tipo de ventajas a cambio del enorme favor que pedía.
No era sólo culpa lo que sentía. Era vergüenza. Lo comprendió mientras le entraban náuseas y se inclinaba para vomitar sobre la alfombra. Vergüenza. Era algo que tampoco sentía desde hacía mucho tiempo. Cuando acabó de vomitar y se miró al espejo, Lord se prometió a sí mismo que no defraudaría a Jack. Volvería a situarse en la cumbre. Y no olvidaría.
29
Frank nunca había imaginado que pudiera estar sentado en aquel lugar. Miró la habitación y comprobó que, efectivamente, tenía forma ovalada. El mobiliario era sólido, conservador, pero con una nota de color aquí, una raya allá, un par de zapatillas caras colocadas en un estante bajo, daban testimonio de que al ocupante de la habitación le faltaban años para el retiro. Frank tragó saliva y se obligó a respirar con normalidad. Era un policía veterano y este era sólo otro interrogatorio de rutina. Sólo seguía una pista, nada más. En cuestión de minutos habría acabado y se marcharía.
Pero su cerebro le recordó que la persona a la que estaba a punto de interrogar era el actual presidente de Estados Unidos. Se sintió nervioso como un colegial cuando se abrió la puerta y él se puso de pie en el acto, dio media vuelta y miró durante un momento la mano extendida hasta que por fin reaccionó y la estrechó.
– Gracias por venir, teniente.
– No ha sido ninguna molestia, señor. Tiene usted cosas más importantes que hacer que estar metido en un atasco de tráfico, señor presidente, aunque supongo que a usted no le afectan los atascos.
Richmond ocupó su sitio detrás de la mesa e indicó a Frank con un gesto que volviera a sentarse. Un Bill Burton impasible, al que Frank no había visto hasta ahora, cerró la puerta y saludó al detective con un ademán.
– Mis rutas están establecidas de antemano. Es verdad que no me veo metido en muchos atascos pero le quita toda espontaneidad al asunto. -El presidente sonrió y Frank notó que respondía a la sonrisa de una forma automática.
El presidente se inclinó hacia delante y miró a Frank. Unió las manos, frunció el entrecejo y en su semblante apareció una expresión seria.
– Quiero darle las gracias, Seth. -Miró a Burton-. Bill me ha comentado su buena disposición a la hora de mantenerme informado sobre la investigación del asesinato de Christine Sullivan. Se lo agradezco, Seth. Algunos no habrían estado tan bien dispuestos o habrían intentado convertir el tema en un circo en beneficio propio. Esperaba otra cosa de su parte y no me ha defraudado. Una vez más, muchas gracias.
Frank se sintió como un escolar al que la maestra le acaba de nombrar el mejor de la clase.
– Dígame, ¿ha averiguado algo concreto sobre la presunta relación entre el suicidio de Walter y la muerte del criminal?