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– Jack, la policía tiene una pista. De hecho, una pista muy buena. -De acuerdo. ¿Cuál es?

– Es usted, Jack -respondió Frank, tras una pausa-. Usted es la pista. El tipo que la policía de todo el distrito está buscando en este mismo momento por toda la ciudad.

A Jack se le cayó el auricular de la mano. Le pareció que la sangre no le circulaba por las venas.

– ¿Jack? Jack, maldita sea, hábleme. -Las palabras del detectiveno se registraron en la mente del abogado.

Jack miró a través de la ventana. Afuera había personas que querían matarle y otras que querían arrestarlo por asesinato.

– ¡Jack!

– Yo no maté a nadie, Seth -contestó por fin con un esfuerzo. Las palabras sonaron como si se derramaran por un desagüe, a punto de ser arrastradas.

Frank escuchó lo que deseaba escuchar con desesperación. No eran las palabras -la gente culpable siempre mentía- sino el tono con que fueron dichas. Desaliento, incredulidad, horror, una mezcla muy explosiva.

– Le creo, Jack -dijo Frank, en voz baja.

– ¿Qué demonios está pasando, Seth?

– Por lo que me han dicho, los polis le tienen grabado en una cinta entrando en el garaje a medianoche. Al parecer, Lord y una amiga ya se encontraban en el edificio.

– No los vi.

– No estoy muy seguro de que tuviera que verles. -Frank sacudió la cabeza y continuó-: Al parecer, les encontraron semidesnudos, sobre todo la mujer. Supongo que acababan de hacer lo que les había llevado allí.

– ¡Vaya!

– También aparece en el vídeo cuando sale del garaje después delos asesinatos.

– ¿Qué hay del arma? ¿Encontraron el arma?

– Sí. En un contenedor de basura en el garaje. -¿Y?

– Sus huellas estaban en el arma, Jack. Eran las únicas que había. Después de verle en el vídeo, los polis de Washington buscaron sus huellas en el archivo de abogados del estado de Virginia. Vieron que eran las mismas.

Jack se hundió en la silla.

– Nunca toqué ningún arma, Seth. Alguien intentó matarme y salí corriendo. Le pegué al tipo, con un pisapapeles que cogí de mi mesa. Eso es lo único que sé. -Hizo una pausa-. ¿Qué hago ahora?

Frank esperaba la pregunta. Honestamente, no sabía qué contestar. Desde un punto de vista técnico, al hombre le buscaban por asesinato. Su deber como agente de la ley estaba muy claro, pero se daba el caso de que no era así.

– Quiero que se quede donde está. Haré unas cuantas averiguaciones. Pero bajo ninguna circunstancia vaya a ninguna parte. Llámeme dentro de tres horas. ¿De acuerdo?

Jack colgó y pensó en su situación. La policía le buscaba por el asesinato de dos personas. Sus huellas dactilares aparecían en un arma que no había tocado. Era un fugitivo de la justicia. Y acababa de hablar con un policía. Frank no le había preguntado dónde estaba. Pero podían rastrear la llamada. Podían haberlo hecho con toda facilidad. Sólo que Frank no lo haría. Entonces Jack pensó en Kate.

Los polis nunca decían toda la verdad. El detective había engañado a Kate. Después lo había lamentado, o al menos había dicho que lo lamentaba.

Un sirena sonó en la calle y a Jack se le paró el corazón por un instante. Corrió a la ventana y miró, pero el coche de la policía siguió su camino hasta que las luces azules se perdieron de vista.

Pero quizás ya estaban de camino. Venían a buscarle ahora mismo. Cogió el abrigo y se lo puso. Entonces miró la cama.

La caja.

No le había dicho ni una palabra a Frank del objeto. Anoche había sido la cosa más importante de su vida, pero ahora había pasado a un segundo plano.

– ¿No tienes bastante trabajo en el campo? -Craig Miller era detective de homicidios en Washington con muchos años de servicio. Fornido, con una abundante cabellera negra y ondulada, y una cara que traicionaba su afición al buen whisky. Frank le conocía desde hacía años. Eran unos buenos amigos que compartían la creencia de que el crimen siempre debía ser castigado.

– Nunca lo suficiente como para impedirme venir hasta aquí y saber si vales para el trabajo de detective -replicó Frank, con una sonrisa severa.

Miller le devolvió la sonrisa. Se encontraban en la oficina de Jack. La unidad criminal estaba acabando el trabajo.

Frank echó una ojeada a la amplia y lujosa habitación. Jack ahora estaba muy lejos de esta clase de vida, pensó para sí mismo. Miller le miró mientras recordaba una cosa.

– Este tipo, Graham, estaba involucrado en el caso Sullivan, ¿no?

– Era el abogado del sospechoso.

– ¡Eso es! Vaya cambio. De abogado defensor a futuro acusado. -Miller volvió a sonreír.

– ¿Quién encontró los cuerpos?

– La encargada de la limpieza. Entra a trabajar sobre las cuatro de la mañana.

– Te ha pasado por la cabezota algún motivo?

– Venga -dijo Miller con una mirada de suspicacia-. Son las ocho de la mañana. Has venido hasta aquí desde el medio de la nada para escarbar en mi cabeza. ¿Qué pasa?

– No lo sé. -Frank se encogió de hombros-. Conocí al tipo durante el caso. Me quedé de piedra cuando vi su cara en las noticias del a mañana. No lo sé. Llámalo intuición.

Miller le miró con atención durante un instante y decidió no insistir.

– Por lo que parece, el motivo está claro. Walter Sullivan era el principal cliente del muerto. Este tipo, Graham, sin hablar con nadie de la firma, aparece y representa al chorizo acusado de matar a la esposa del tipo. Eso, obviamente, no le sentó bien a Lord. Según parece, los dos tuvieron una reunión en la casa de Lord. Quizás intentaron resolver las cosas, o quizá las empeoraron más.

– ¿Cómo te has enterado de todo esto?

– El socio gerente de la firma. -El detective abrió la libreta-. Daniel J. Kirksen. Me contó todos los dimes y diretes de la historia.

– ¿Y eso qué tiene que ver con que Graham entrara aquí para matarlos?

– No digo que fuera premeditado. Los horas que aparecen en las grabaciones muestran que el difunto llegó aquí varias horas antes de que apareciera Graham.

– ¿Entonces?

– Así que los dos no sabían que el otro estaba aquí, o quizá Graham vio la luz encendida en la oficina de Lord cuando pasaba por la calle. La oficina da a la calle, cualquiera hubiera podido ver si había alguien.

– Sí, excepto si el hombre y la mujer estaban follando. No tengo claro que quisieran mostrarse al resto de la ciudad. Seguramente tenían las persianas cerradas.

– Correcto, pero escucha, Lord no estaba muy en forma así que dudo que estuvieran follando todo el tiempo. La luz de la oficina estaba encendida cuando les encontraron y las persianas estaban subidas un poco. En cualquier caso, por accidente o no, los dos se encontraron. Resurge la discusión. Se calientan los ánimos, quizá se amenazan. Y entonces, bam. Un pronto. Quizá Lord sacó un arma. Pelean. Graham le quita la pipa al viejo. Dispara. La mujer lo ve todo, también recibe un balazo. Todo se acaba en segundos.

– Perdona que te lo diga, Craig, pero suena muy cogido de los pelos.

– ¿Ah, sí? Tenemos al tipo saliendo de aquí más blanco que una sábana. La cámara lo filmó de frente. Vi la película, ni gota de sangre en la cara del tipo, Seth, te lo juro.

– ¿Cómo es que no aparecieron los de seguridad?

– ¿Seguridad? -Miller soltó una carcajada-. Mierda. La mitad del tiempo esos tipos ni siquiera miran los monitores. Graban las cintas y tienes suerte si alguna vez las ven. En estos edificios de oficinas, la gente entra como Pancho por su casa, fuera del horario de trabajo.

– Entonces, quizás alguien lo hizo.

– No lo creas, Seth. -Miller sonrió mientras movía la cabeza-. Ese es tu problema. Buscas una respuesta difícil cuando tienes lo más obvio delante de las narices.

– Entonces, ¿cómo apareció el arma?