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– Una pregunta estúpida. ¿Podré continuar ejerciendo?

– Si quieres. -Lord le miró con atención-. ¿Debo interpretar la pregunta como un sí?

– El pastel de cangrejo suena tentador -contestó Jack con la mirada en el menú.

Sandy soltó una bocanada de humo en dirección al techo y sonrió.

– Me encanta, Jack. Me encanta.

Dos horas más tarde, Sandy estaba en un rincón de su enorme despacho. Miraba a través de la ventana, mientras participaba en una conferencia telefónica que sonaba por el altavoz.

Dan Kirksen entró en el despacho. La pajarita y la camisa almidonada ocultaban su esbelto cuerpo de atleta. Kirksen era el socio gerente de la firma. Tenía un control sobre todos los de la casa excepto Sandy Lord. Y ahora quizá Jack Graham.

Lord le miró con indiferencia. Kirksen se sentó y esperó pacientemente hasta que todos los participantes en la conferencia se despidieron. Lord cortó la comunicación y se sentó en su sillón. Se echó hacía atrás, miró el techo y encendió un cigarrillo. Kirksen, un fanático de la salud, se apartó unos centímetros de la mesa.

– ¿Querías algo? -La mirada de Lord se fijó en el rostro delgado y sin barba de Kirksen. El hombre controlaba desde hacía años una cuenta de seiscientos mil dólares, algo que le garantizaba una larga y segura estancia en PS amp;L, pero esa cifra era calderilla para Lord y él no hacía nada por disimular su desprecio por el socio gerente.

– Nos preguntábamos qué tal había ido el almuerzo.

– Tú te ocupas de los pelotas. Eso es cosa tuya.

– Los rumores eran inquietantes. Además tuvimos que echar a Alvis cuando llamó la señorita Baldwin.

– Todo está resuelto. -Lord hizo un ademán-. Nos quiere. Se queda. Y yo desperdicié dos horas.

– Dada la cantidad de dinero en juego, Sandy, nosotros pensamos que sería para bien si tú podías transmitir la firme impresión de…

– Sí. Yo también entiendo de números, Kirksen, mejor que tú. ¿De acuerdo? El chico se queda. Con un poco de suerte duplicará el volumen del negocio dentro de diez años, y todos nos retiraremos un poco antes. -Lord miró a Kirksen, que parecía cada vez más pequeño ante la mirada del hombretón-. Tiene cojones, sabes. Más cojones que todos mis otros socios.

Kirksen hizo un gesto.

– En realidad, me gusta el chico. -Lord dejó el sillón y se acercó a la ventana, desde donde contempló a un grupo de niños de parvulario cruzar la calle cogidos de una cuerda.

– Entonces, ¿puedo informar al comité de un resultado positivo?

– Puedes informar lo que te salga del pito. Sólo recuerda una cosa: no volváis a molestarme con algo así a menos que sea importante de verdad, ¿está claro?

Lord miró una vez más a Kirksen y después otra vez por la ventana. Sullivan no había llamado. No era una buena señal. Ya podía ver a su país desapareciendo como desaparecían los niños a la vuelta de la esquina.

– Gracias, Sandy.

– Sí.

9

Walter Sullivan observó el rostro, o lo que quedaba de él. La etiqueta oficial del depósito estaba sujeta al dedo gordo del pie destapado. Mientras la comitiva esperaba afuera, él permanecía sentado solo y en silencio con ella. Ya había cumplido con la formalidad de la identificación. La policía se había marchado a actualizar sus archivos, y los periodistas a escribir sus reportajes. En cambio, Walter Sullivan, uno de los hombres más poderosos de su generación, que había hecho dinero de casi todo lo que tocaba desde los catorce años, se encontraba ahora de pronto carente de energía, de toda voluntad.

La prensa se había cebado con él y Christy, después de que su matrimonio se hubiera acabado con la muerte de su primera esposa tras cuarenta y siete años. Pero a punto de cumplir los ochenta años, él sólo había deseado algo joven y vital. Después de tanta muerte, había querido algo que sin ninguna duda le sobreviviera. La desaparición de tantos amigos y seres queridos le había hecho rebasar su capacidad de sufrimiento. Hacerse viejo no era fácil, ni siquiera para los ricos.

Pero Christy Sullivan no le había sobrevivido. Él pensaba hacer algo al respecto. Por suerte, no sabía nada de lo que le esperaba a los restos de su segunda esposa. Era un proceso necesario que no estaba pensado para ofrecer consuelo a la familia de la víctima.

En cuanto Walter Sullivan saliera del depósito, entraría un técnico y se llevaría a la difunta señora Sullivan a la sala de autopsias. Allí la pesarían y medirían la estatura. Le sacarían fotos, primero vestida, y después desnuda. Seguirían las radiografías y la toma de huellas digitales. Realizarían un examen exterior completo para obtener del cuerpo el máximo posible de pruebas y pistas. Extraerían los fluidos y los enviarían a toxicología para hacer los análisis de drogas, alcohol y otras sustancias. Una incisión en Y abriría el cuerpo de hombro a hombro y del pecho a los genitales. Un abismo espantoso incluso para un observador veterano. Cada órgano sería analizado y pesado, los genitales revisados en busca de rastros de intercambio sexual o lesiones. Buscarían el adn en cualquier rastro de semen, sangre o pelo ajeno.

Examinarían la cabeza, marcarían las trayectorias de los proyectiles. A continuación y mediante una sierra harían una incisión intermastoidal en el cráneo a través del cuero cabelludo y hasta el hueso. Luego, cortarían el cuadrante frontal para acceder al cerebro y sacarlo. Recuperarían el proyectil, lo marcarían y lo enviarían a balística.

Terminado el proceso devolverían el cuerpo a Walter Sullivan.

Toxicología analizaría el contenido del estómago y verificaría la presencia de sustancias extrañas en la sangre y la orina.

Redactarían el protocolo, consignando la causa de la muerte, todos los hallazgos importantes, y la opinión oficial del médico forense.

El protocolo de la autopsia, junto con todas las fotos, radiografías, fichas con las huellas dactilares, informes de toxicología y cualquier otra información pertinente seria entregado al detective encargado del caso.

Walter Sullivan se levantó, cubrió los restos de la esposa muerta y se marchó.

Detrás de otro espejo de una sola cara, la mirada del detective siguió los pasos del marido desconsolado mientras salía del depósito. Después, Seth Frank se puso el sombrero y se marchó en silencio.

La sala de conferencias número uno, la más grande de la firma, ocupaba un lugar preferente detrás mismo del área de recepción. Ahora, al otro lado de las gruesas puertas corredizas, acababa de comenzar una reunión de todos los socios.

Jack Graham, aunque todavía no era socio, ocupaba una silla entre Sandy Lord y otro socio mayor. Se trataba de un encuentro informal y Lord había insistido.

Los camareros sirvieron café, bollos y pasteles, y después se retiraron.

Todas las miradas se centraron en Dan Kirksen. Éste bebió un trago de zumo, se secó los labios con la servilleta y se levantó.

– Como ya sin duda sabéis todos, una terrible tragedia se ha abatido sobre uno de nuestros más… -Kirksen espió de reojo a Lord- o mejor dicho, nuestro cliente más importante.

Jack miró a los reunidos alrededor de la mesa de mármol de veinte metros de largo. La mayoría miraba a Kirksen, y los demás se enteraban de los hechos por boca de su vecino. Jack había leído los titulares. No había trabajado en ninguno de los asuntos de Sullivan pero sabía que eran tan grandes que ocupaban los servicios de cuarenta abogados casi a tiempo completo. Era, por amplio margen, el mayor cliente de Patton, Shaw.

– La policía investiga el asunto a fondo. Hasta ahora no se han producido novedades en el caso. -Kirksen hizo una pausa, miró otra vez a Lord, y añadió-: Como se pueden imaginar, es un momento muy angustioso para Walter Sullivan. Para facilitarle las cosas en todo lo posible durante este tiempo, hemos pedido a todos los abogados que presten una atención especial a cualquier asunto de sus empresas y que, si es factible, solucionen de raíz cualquier problema antes que pase a mayores. Además, si bien creemos que sólo se trató de un robo con unas consecuencias muy desafortunadas, y que no tiene ninguna relación con los asuntos empresariales de Walter, es recomendable que todos estemos alertas ante cualquier anormalidad en los tratos que realizamos en representación de Sullivan. Cualquier actividad sospechosa tendrá que ser comunicada inmediatamente a Sandy o a mí mismo.

Algunos de los presentes se volvieron hacia Lord que, como de costumbre, miraba el techo. En el cenicero que tenía delante había tres colillas y al lado, una copa con los restos de un Bloody Mary.

Ron Day, de la sección de derecho internacional, tenía una pregunta. El pelo bien cortado enmarcaba su cara de lechuza, disimulada en parte por las gafas ovaladas.

– ¿No será un asunto terrorista, verdad? Ahora mismo estoy ocupado con la creación de una serie de empresas mixtas en Oriente Medio para la subsidiaria kuwaití de Sullivan, y esa gente actúa según sus propias reglas. ¿Debo preocuparme por mi seguridad personal? Esta noche vuelo a Riad.