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La segunda bala había entrado un centímetro por encima de la primera. Después de atravesar todo el cerebro había salido por el otro lado. El orificio de salida había dejado un agujero mucho más grande que el de entrada. El daño en el hueso y los tejidos había sido considerable.

Se habían llevado una sorpresa al ver dónde había ido a parar la bala. Un agujero de centímetro y medio en la pared detrás de la cama delataba su presencia. En circunstancias normales, los técnicos, después de cortar el trozo de enlucido y provistos con herramientas especiales, habrían extraído el proyectil con mucha precaución para resguardar las estrías. Estas marcas les permitirían averiguar el modelo de arma utilizado y, si había suerte, relacionar el proyectil con el arma que lo había disparado. Las huellas digitales y las pruebas de balística eran casi lo único fiable en este trabajo

Excepto en este caso, porque si bien estaba el agujero, no había ninguna bala en el mismo ni en ningún otro lugar de la habitación. Cuando le avisaron del laboratorio, Frank fue a verlo con sus propios ojos y se puso hecho una furia.

¿Por qué se habían tomado la molestia de extraer la bala cuando había otra en el cuerpo? ¿Qué mostraba la segunda bala que la primera no tenía? Esto abría algunas posibilidades.

Frank escribió algunas notas. La bala desaparecida podía ser de otra clase o calibre, algo que demostraría la presencia de dos asaltantes. Aunque era muy imaginativo, Frank no concebía a una sola persona con un arma en cada mano disparando contra la mujer. Por lo tanto tenía a dos sospechosos. Esto también explicaría las dos entradas, salidas y trayectorias diferentes. El orificio de entrada de la dumdum era más grande que el de la otra, Así que la segunda no era de punta hueca o blanda. Había atravesado la cabeza dejando un túnel de un diámetro que era la mitad del meñique. La deformación del proyectil probablemente había sido mínima, cosa que no le servía de nada porque no tenía el proyectil.

Echó una ojeada a las primeras notas tomadas cuando llegó a la escena. Estaba en la etapa de recoger información. Esperaba no quedarse varado allí para siempre. Al menos no tenía que preocuparse de que se pasara el plazo legal

Repasó el informe una vez más y frunció el entrecejo.

Hizo una llamada. Diez minutos más tarde estaba sentado en el despacho del médico forense. El hombre acababa de cortarse las cutículas con un bisturí viejo y miró a Frank.

– Marcas de estrangulamiento. O al menos de intento de estrangulamiento. Verás, la traquea no estaba aplastada, aunque había una ligera inflamación y hemorragia en los tejidos, y encontré una pequeña fractura en el hueso hioides. Había rastros de petequia en la conjuntiva de los párpados. Ninguna ligadura. Todo está en el protocolo.

Frank recordó las palabras del informe. La petequia, o pequeñas hemorragias en la conjuntiva, o en la membrana mucosa, de los ojos y los párpados, podía ser causada por el estrangulamiento y la presión resultante en el cerebro.

Se echó hacia delante; miró los diplomas colgados en la pared que certificaban que el hombre sentado al otro lado de la mesa era, desde hacía años, un estudioso de la patología forense.

– ¿Hombre o mujer?

El médico forense encogió los hombros ante la pregunta.

– Es difícil de decir. La piel humana no es la mejor superficie para recoger huellas digitales. De hecho, es bastante imposible excepto en unos pocos lugares, y después de mediodía, si es que había alguna, ya no está. Sin embargo, no es fácil imaginar a una mujer estrangulando a otra, aunque ha ocurrido. No hace falta mucha presión para aplastar la tráquea, pero estrangular a alguien con las manos, por lo general, es el método de los machos. En cien casos de estrangulamientos, nunca vi ninguno cometido por una mujer. Además este intento fue de frente. Mano a mano. Hay que tener mucha confianza en las propias fuerzas. ¿Mi suposición? Fue un hombre, pero no es más que eso: una suposición.

– El informe dice que había contusiones y morados en el lado izquierdo de la mandíbula, dientes flojos y cortes en el interior de la boca.

– Como si alguien le hubiese dado un buen puñetazo. Uno de los molares casi le atravesó la mejilla.

– ¿La segunda bala?

– El daño producido me lleva a creer que era de gran calibre, lo mismo que la primera.

– ¿Alguna suposición respecto a la primera?

– No me hagas mucho caso, pero podría ser del calibre 357 o 41, incluso de 9 mm. Caray, tú viste la bala. Chata como un sello y la mitad dispersa en los sesos y los fluidos. Ni rastros de estrías. Incluso si encuentras el arma no podrás demostrar que disparó esa bala.

– Pero si encontramos la segunda, quizá sabríamos algo.

– Quizá no. El que sacó la bala de aquella pared sin duda estropeó las estrías. Los de balística no descubrirían nada.

– Sí, pero quizás en la punta encontrarían incrustados restos del pelo, sangre y piel. Esos serían unos restos que me encantaría tener.

– Eso es cierto. -El médico forense se rascó la barbilla-. Pero primero hay que encontrarlo.

– Cosa que no sucederá. -Frank sonrió.

– Nunca se sabe.

Los dos hombres intercambiaron una mirada, conscientes de que nunca encontrarían la bala. Incluso si la encontraban, no podrían situarla en la escena del crimen si no tenía ningún rastro de la víctima, o dieran con el arma que la había disparado y ubicaran el arma en el dormitorio. Algo a todas luces imposible.

– ¿Algún casquillo?

Frank respondió que no con la cabeza.

– Entonces tampoco tienes la marca del percutor, Seth. -El médico forense se refería a la huella que el percutor dejaba en la base del casquillo.

– Nunca dije que sería fácil. Por cierto, ¿los tipos del estado te dejan trabajar tranquilo en este caso? -preguntó Frank.

– No han dicho ni pío. -El médico forense sonrió-. Quizá si se hubiesen cargado a Walter Sullivan, ¿quién sabe? Ya envié una copia a Richmond.

Entonces Frank formuló la pregunta que le interesaba desde el principio.

– ¿Por qué dos disparos?

El médico forense dejó de arreglarse la cutícula, puso el bisturí sobre la mesa y miró a Frank.

– ¿Por qué no? -Entrecerró los párpados. Estaba en la poco envidiable situación de ser más que competente para las oportunidades ofrecidas en este pequeño condado. Entre los casi quinientos médicos forenses de la mancomunidad, era el único que tenía una consulta privada, pero sentía fascinación por las investigaciones policiales y la patología forense. Antes de instalarse en las comodidades de la vida rural de Virginia había sido delegado del juez instructor en el condado de Los Angeles durante casi veinte años, donde se cometían casi tantos homicidios como en la ciudad de Los Ángeles. Pero este era uno en los que podía hincar el diente.

– Era obvio que cualquiera de los disparos era mortal. Eso está claro -replicó Frank después de mirar al médico durante unos instantes-. Entonces ¿por qué disparar el segundo? Había muchas razones para no hacerlo. La primera el ruido. La segunda, si quería salir pitando, ¿por qué tomarse la molestia de disparar otra vez? Además, ¿por qué dejar otra bala que podría utilizarse para identificarlo? ¿La señora Sullivan los sorprendió? Si es así, ¿por qué los disparos se realizaron desde la puerta hacia el interior, y no a la inversa? ¿Por qué la línea de tiro es descendente? ¿La mujer estaba de rodillas? Tenía que estarlo a menos que el atacante fuera un gigante. Si estaba de rodillas, ¿por qué? ¿Una ejecución? Pero no había heridas de contacto. Y después están las marcas en el cuello. ¿Por qué intentar primero estrangularla, después desistir, coger un arma y volarle la cabeza? Y volársela otra vez. Se llevan una bala. ¿Por qué? ¿Una segunda arma? ¿Por qué tratar de ocultarlo? ¿Qué significa?

Frank se levantó y se paseó arriba y abajo con las manos en los bolsillos, una costumbre suya cuando se concentraba.

– Y la escena del crimen estaba tan limpia que todavía no me lo puedo creer. No quedaba nada, absolutamente nada. Me sorprende que no la operaran para sacar la otra bala. El tipo es un ladrón o quizás es lo que quiere aparentar. Pero vaciaron la caja fuerte. Se llevaron unos cuatro millones y medio de dólares. ¿Qué estaba haciendo allí la señora Sullivan? Se suponía que estaba tomando el sol en el Caribe. ¿Conocía al tipo? ¿Tenía un apaño? Si lo tenía, ¿los dos incidentes tienen alguna relación? ¿Por qué coño si entraron por la puerta principal y desconectaron el sistema de alarma, después se descolgaron por la ventana utilizando una soga? Me pregunto una cosa y en vez de conseguir una respuesta aparece otra. -Frank volvió a sentarse. Parecía un poco asombrado por el discurso.