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Luther soltó una ruidosa carcajada. Continuó riendo hasta que se ahogó y acabó vomitando lo poco que tenía en el estómago. Jack le ayudó a enderezarse. Sintió el temblor en los miembros de su amigo. No se dio cuenta de que temblaba de rabia. El estallido era algo tan poco característico en un hombre como que a Jack se le puso la piel de gallina. Sudaba a pesar de que el frío congelaba las nubecillas del aliento.

Luther recuperó la compostura. Inspiró con fuerza un par de veces. Parecía avergonzado.

– Gracias por el consejo, envíame la minuta. Tengo que irme.

– ¿Irte? ¿A dónde demonios vas? Quiero saber qué pasa, Luther.

– Si me ocurre alguna cosa…

– Maldita sea, Luther, estoy un poco harto de tanta historia de capa y espada.

Luther entrecerró los párpados. De pronto recuperó la confianza con un toque de ferocidad.

– Todo lo que hago tiene una razón, Jack. Si ahora no te cuento de qué va todo el asunto es porque tengo una razón muy buena. Quizá no lo entiendas ahora, pero lo hago para protegerte hasta donde pueda. No te mezclaría para nada si no necesitara saber que estás dispuesto a representarme si te necesito. Porque si no vas a ayudarme, olvídate de esta conversación, olvídate de que alguna vez me conociste.

– No lo dices en serio.

– Totalmente en serio, Jack.

Los dos hombres se miraron. Los árboles detrás de la cabeza de Luther habían perdido casi todas las hojas. Las ramas desnudas se elevaban hacia el cielo, como rayos negros congelados en el lugar.

– Estaré allí, Luther.

– Luther tocó la mano de Jack y al cabo de un instante Luther Whitney desapareció entre las sombras.

El taxi dejó a Jack delante del edificio de apartamentos. La cabina de teléfonos estaba al otro lado de la calle. Se detuvo por un momento mientras se armaba del valor necesario para lo que se disponía a hacer.

– ¿Hola? -dijo una voz somnolienta.

– ¿Kate?

Jack contó los segundos hasta que a ella se le despejó la cabeza e identificó la voz.

– Caray, Jack, ¿sabes qué hora es?

– ¿Puedo ir a tu casa?

– No, no puedes venir. Pensaba que ya había quedado claro. Hizo una pausa, se preparó para el siguiente paso.

– No se trata de eso. -Otra pausa-. Es sobre tu padre. El prolongado silencio resultó difícil de interpretar.

– ¿Qué pasa con él? -El tono no era tan frío como esperaba. -Tiene problemas.

– ¿Y? -Ahora había recuperado el tono de antes-. No sé de qué te sorprendes.

– Me refiero a que está metido en un lío muy gordo. Me ha dado un susto de muerte sin llegar a decirme nada concreto.

– Jack, es muy tarde y los problemas en los que pueda estar involucrado…

– Kate, está asustado. Asustado de verdad. Tan asustado que vomitó.

Otra pausa interminable. Jack siguió el proceso mental de Kate mientras ella pensaba en el hombre que los dos conocían tan bien. ¿Luther Whitney asustado? Eso no tenía sentido. Su línea de trabajo exigía nervios de acero. No era una persona violenta, pero había pasado toda su vida adulta al borde del abismo.

– ¿Dónde estás?

– Al otro lado de la calle.

Miró hacia el piso de Kate; vio una silueta que se asomaba a la ventana. Levantó una mano.

Llamó a la puerta entreabierta y vio a Kate desaparecer en la cocina. Después oyó un estrépito de ollas, el ruido del agua y el chasquido del mechero cuando encendió el gas. Jack echó un vistazo a la habitación, y esperó junto a la puerta, con la sensación de que hacía el tonto.

Al cabo de un minuto, Kate entró en la habitación. Vestía un albornoz grueso que le llegaba a los tobillos. Iba descalza. Jack le miró los pies. Ella le siguió la mirada y asimismo le miró. Jack levantó la cabeza con un movimiento brusco.

– ¿Qué tal está el tobillo? Se ve bien. -Sonrió.

– Es tarde, Jack -replicó Kate, desabrida. Frunció el entrecejo-. ¿Qué pasa con él?

Jack entró en la sala y se sentó. Kate le imitó.

– Me llamó hace un par de horas. Cenamos algo en aquella fonducha cerca de Eastern Market, y después fuimos a dar un paseo. Me pidió un favor. Dijo que estaba metido en un buen lío. Un problema muy serio con algunas personas que le podían hacer un daño irreparable. Irreparable de verdad.

Se oyó el silbido de la tetera. Kate se levantó de un salto. Jack la observó entrar en la cocina. La visión del trasero perfecto que se marcaba contra el albornoz le hizo recordar un montón de cosas que ahora no venían a cuento. Kate volvió a la sala con dos tazas de té.

– ¿Cuál era el favor? -La joven bebió un trago de té. Jack dejó su taza en la mesa.

– Dijo que necesitaba un abogado. Que quizá necesitaría un abogado. Aunque las cosas podían cambiar y entonces no lo necesitaría. Me pidió que yo fuera su abogado.

– ¿Eso es todo?

– ¿No es suficiente?

– Lo sería para una persona honesta y respetable, pero no es su caso.

– Caramba, Kate, el hombre estaba asustado. Nunca le había visto asustado, ¿y tú?

– Le he visto demasiado. Él escogió cómo vivir su vida y ahora, al parecer, ha llegado el momento de pasar cuentas.

– Por todos los santos, es tu padre.

– Jack, esta conversación no me interesa. -Kate hizo el ademán de levantarse.

– ¿Y si le pasa algo? Entonces, ¿qué?

– Pues le pasa y se acabó -replicó Kate, con un tono helado-. No es mi problema.

Jack dejó la silla y caminó hacia la puerta dispuesto a marcharse. Pero se dio la vuelta con el rostro rojo de cólera.

– Ya te contaré cómo fue el funeral, aunque ahora que lo pienso ¿a ti qué más te da? Te enviaré una copia del certificado de defunción para tu libro de recortes.

No sabía que ella pudiera moverse tan rápido, pero sentiría la bofetada al menos durante una semana, como si alguien le hubiese echado ácido en la mejilla, una descripción más ajustada de lo que creyó en aquel momento.

– ¿Cómo te atreves? -Los ojos de Kate brillaban furiosos mientras él se frotaba la cara.

Entonces la joven se echó a llorar con tanta fuerza que las lágrimas cayeron sobre el albornoz.

– No mates al mensajero, Kate -le pidió Jack con toda la calma de que fue capaz-. Se lo dije a Luther y te lo digo a ti, la vida es demasiado corta para estas idioteces. Perdí a mis padres hace mucho tiempo. Está bien, tienes tus razones para que no te guste el tipo, estupendo. Eso es cosa tuya. Pero el viejo te quiere y se preocupa, y aparte de lo que puedas pensar sobre cómo te jodió la vida tienes que respetar ese cariño. Este es mi consejo, tómalo o déjalo.

Una vez más se dirigió a la puerta pero Kate llegó antes que él.

– Tú no sabes nada.

– De acuerdo, no sé nada. Vete a la cama. Estoy seguro de que te dormirás en el acto, no hay nada que te preocupe.

Kate le cogió del abrigo con tanta fuerza que le hizo dar la vuelta, aunque él pesaba casi cuarenta kilos más que ella.

– Tenía dos años cuando le encerraron en la cárcel por última vez. Había cumplido los nueve cuando salió. ¿Tienes idea de la vergüenza que pasa un niña cuyo padre está en la cárcel? ¿Cuando su papá roba las cosas de otras personas para ganarse la vida? ¿Cuando en la escuela los niños dicen en clase lo que hacen sus padres, y el papá de uno es doctor y el de otro es mecánico, y cuando es tu turno la maestra mira el suelo y le dice a la clase que al papá de Kate se lo llevaron porque hizo algo malo y pasa al niño siguiente?

»Nunca estuvo con nosotras. ¡Nunca! -gritó Kate-. Mamá sufría como una loca por él. Pero siempre mantuvo la esperanza, hasta el último momento. Se lo puso fácil.

– Ella acabó por divorciarse, Kate -le recordó Jack.

– Porque no podía hacer otra cosa. Y cuando comenzaba a reorganizar su vida descubrió un bulto en el pecho y al cabo de seis meses se murió. -Kate se apoyó contra la pared. Parecía extenuada, daba pena verla-. ¿Y sabes qué es lo peor de todo? No dejó de quererle ni por un momento. Después de todo lo que le había hecho pasar. -Kate sacudió la cabeza, le costaba trabajo creer lo que había dicho. Miró a Jack con la barbilla temblorosa.

»Pero no pasa nada. Soy capaz de odiar por las dos -afirmó mientras miraba a Jack con una expresión donde se mezclaban el orgullo y la rectitud.

Jack no sabía si lo que iba a decir era debido al agotamiento que sentía o al hecho de que llevaba años pensándolo. Años de presenciar esta payasada. Y de dejarla a un lado en favor de la belleza y la vivacidad de la mujer que tenía delante. Su idea de la perfección.

– ¿Es este tu ideal de la justicia, Kate? ¿Poner odio y amor en una balanza hasta que queden equilibrados?