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La rama no se dobló ni se quebró. Robin sacó la cabeza y se limpió los ojos.

¿Debería pedir ayuda? ¿No sería el momento más divertido de su último año?, pensó, imaginándose a los ocho muchachos nadando alrededor de ella desnudos, tratando cada uno de ser el héroe que la liberara. Robin se estremeció.

¿Cuánto tiempo tardaba una persona en sufrir una hipotermia, estando inmersa en agua helada? No podía recordar lo que su manual de primeros auxilios decía. Como normalmente recordaba todo, se preguntó si aquello sería una señal de que su cerebro se estaba congelando.

Pero seguramente estaba exagerando, se dijo. A pesar de que empezaba a tener carne de gallina y a sufrir escalofríos, estaba segura de que no corría un peligro inminente de congelación.

Se sumergió una vez más y usó las dos manos para liberar su pie. Pero cuando salió a la superficie, se dio cuenta de que no había conseguido nada y soltó una maldición.

– ¿Necesitas ayuda?

Casi dio un grito al oír la voz masculina que oyó a su espalda.

Al volverse, descubrió que se trataba de Jacob Bronson. Un muchacho larguirucho y de hablar lento, que procedía de una de las familias más pobres de la localidad. Llevaba siempre unos vaqueros demasiado cortos y faltaba a clase más de lo que iba porque tenía que trabajar en un terreno miserable que su padre llamaba granja.

– Oh -exclamó ella.

Era bastante evidente que necesitaba ayuda y no pensaba que Jacob fuera peligroso. Quizá intentara algo, pero también lo harían Seth o Alex, si les diera la oportunidad.

A ella la llamaban la Princesa de Hielo por sus aires distantes y la manera en que mantenía a raya a los chicos. Lo cual se debía más al miedo que al hecho de que se sintiera superior. Y en ese momento, no le faltaban razones para tener miedo, ya que no era difícil imaginar lo que podría presumir cualquiera de los muchachos al haber tocado las nalgas desnudas de Robin Medford al intentar salvarla.

Así que decidió que era mejor que ocurriera sin audiencia y con un chico discreto. Aunque pensaba que incluso Jacob rompería su silencio para hablar del acontecimiento.

Pero fue en ese momento cuando vio que Jacob iba a tocar con sus grandes manos sus piernas desnudas.

Ella miró nerviosamente sus ojos azul oscuro. El chico no se estaba riendo de ella, ni tampoco la miraba con deseo. De hecho, parecía verdaderamente preocupado. Ella tragó saliva.

Su voz tembló al contestar a su pregunta.

– Sí, por favor.

Las manos de Jacob tocaron su tobillo con suavidad. Su mejilla estaba muy próxima al ombligo de ella, bajo el agua.

Robin miró hacia el cielo pálido, donde una luna en cuarto menguante trataba de brillar a pesar del sol de medianoche que flotaba sobre las lejanas montañas. Ella trató de fingir que aquello no estaba sucediendo.

La mejilla de Jacob rozó su vientre. Robin respiró hondo mientras notaba una extraña sensación a lo largo de sus caderas. La presión de la rama del árbol disminuyó por un instante, pero luego volvió. Robin sintió de nuevo el dolor.

– Lo siento -dijo Jacob después de salir a la superficie.

Ella hizo un gesto negativo.

– No te preocupes.

Robin se daba cuenta de que él estaba tratando de ser amable. Al ver su torso desnudo, se preguntó si no sería mejor sufrir un ataque de hipotermia. Nunca iba a poder olvidarse de aquello.

– Voy a tener que… -comenzó a decir él.

– ¿Qué?

Robin no quería que Jacob pidiera ayuda.

– Bueno, entonces tendré que… -el chico se pasó la mano por el cabello-… abrazarme a tu pierna y…

– ¿Y qué hay de malo? -preguntó ella aliviada.

Estaba empezando a preocuparse ante el hecho de que Annie pudiera acercarse, buscándola.

– Pero date prisa -añadió.

– De acuerdo. Lo siento.

Entonces se sumergió de nuevo.

Robin notó cómo la brisa fresca acariciaba su cabello húmedo. Pero también el calor de los fuertes brazos de Jacob que se metieron… ¡entre sus piernas! Robin abrió los ojos de par en par.

Los hombros de Jacob rozaron los muslos de Robin y ella volvió a sentir un escalofrío. Sentía como… como…

Cerró los ojos mientras todo su cuerpo parecía agitarse de deseo. Las manos de él agarraron su tobillo y sus hombros se flexionaron tentadoramente. Luego, de repente, el cuerpo de Jacob se elevó, pegado al suyo, tratando de salir a la superficie.

El muchacho se quedó completamente inmóvil, mirando intensamente hacia detrás de ella, hacia los arbustos de color oscuro de la orilla. Robin vio las gotas de agua que colgaban de sus pestañas densas y sintió calor y vergüenza. Sin darse cuenta, separó los labios.

De repente, no tenía prisa por liberarse. Quería que Jacob se frotara contra sus piernas de nuevo. Le gustaba el tacto de su piel bajo el agua.

Jacob la miró a los ojos con deseo por un breve instante, antes de sumergirse de nuevo. Ya no intentó tener cuidado en no tocarla, sino que agarró su tobillo con todas sus fuerzas, a la vez que las ramas. Sus hombros, su pelo y su cuello se rozaron alternativamente con la parte interior de los muslos de Robin y luego un poco más arriba.

Ésta sintió las rodillas flojas y tuvo que hacer un esfuerzo para mantener el equilibrio. Se agarró a los poderosos hombros de él y, al sentir la fuerza de sus músculos, se sintió segura. Allí, con un pie enredado en las ramas, desnuda dentro del río y frotándose contra Jacob Bronson, se sintió más segura que en toda su vida.

Las viejas y gastadas ropas del chico escondían un magnífico cuerpo y ella, incapaz de resistirse, acarició la parte superior de sus brazos. Tocó sus abultados bíceps mientras la mejilla de él estaba pegada a su muslo.

Y mientras el mundo de Robin se redujo entonces a aquel roce, sintió que el pie quedaba libre.

Cuando él comenzó a subir lentamente, las manos de ella se movieron a la vez, sin dejar de agarrarlo, y diciéndose que era para no caerse.

Lo miró a los ojos y notó por primera vez su barba incipiente. Había un gran contraste entre la de él y la de los otros chicos de la clase, que apenas tenían vello. Él era realmente guapo y Robin se preguntó cómo no se habría dado cuenta de ello antes.

Las manos de él se cerraron suavemente alrededor de su espalda y Robin se dio cuenta de que tenía los pechos fuera del agua, expuestos a los ojos ávidos de él. Se estremeció, pero no hizo intento de cubrirse. Se oyó el aullido de un coyote y la respuesta de sus cachorros.

Jacob iba a besarla. Ella veía el deseo en sus ojos. Finalmente, el deseo se transformó en determinación y el muchacho se inclinó hacia delante.

Ella subió la cabeza y los labios fríos de él rozaron los suyos, calentándoselos. Luego, se abrieron, igual que los de Robin, y la lengua de él entró en su boca. Sabía a menta y olía ligeramente a loción de afeitado, debilitada por el agua del río.

Los brazos de él la agarraron con fuerza y ella apretó los dedos sobre sus músculos, desesperada por estar más cerca. Notó que él se agarraba al lecho del río, para que no le llevara la corriente. Era fuerte y seguro.

Jacob la levantó y apretó su cuerpo desnudo contra el de él. Ella se agarró a su cuello y comenzó a enredar las piernas alrededor de la cintura de él. Se dijo que para no caerse.

Robin notaba el murmullo del río, pero apenas se daba cuenta de nada que no fueran las sensaciones que notaba en su interior. Un tumulto de sensaciones que luchaban por abrirse a lo desconocido.

Cuando Jacob se separó, ella se sintió desagradablemente abandonada. Pero entonces Jacob la besó en el cuello y agarró sus nalgas. Ella apretó la cadera de él con sus rodillas.

– ¿Robin? -dijo él con voz ronca.

Jacob acarició su cabeza y la apretó contra su hombro.