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– No, Jake.

Derek sonrió.

– No, lo ha hecho solo por mí.

¿Derek quería que a Jake lo tirara un animal salvaje? ¡Vaya amistades! Robin miró a la otra pareja, que se habían alejado un poco para observar de cerca una yegua y su potrillo.

– Hola, Robin -la saludó Jake, entornando los ojos y poniendo una bota sobre la valla.

Posiblemente se estaba preguntando qué estaba haciendo ella allí, ya que la noche anterior no había hecho ningún intento por hablar con él.

También ella se estaba preguntando qué demonios estaba haciendo allí. Los recuerdos de su encuentro en la adolescencia estaban tan vivos, que le daba vergüenza hasta mirarlo a los ojos. Y se seguía sintiendo atraída hacia él igual que lo había estado quince años antes.

– Hola -contestó después de aclararse la garganta.

Normalmente el polvo no le agradaba, ni tampoco el sudor, ni los vaqueros gastados o las botas de cuero viejas.

Jake ladeó la cabeza y su expresión se hizo más insegura.

– ¿Qué te ha parecido?

«Increíble, muy sexy».

– El caballo parecía un poco… juguetón -contestó sin embargo.

Ambos hombres se echaron a reír.

– Pero a nosotros nos gustan así.

– Claro, en gustos no hay nada escrito -dijo Robin, deseando que su pulso volviera a la normalidad.

– Sabes en qué trabajo, ¿verdad? -preguntó Jake.

– No exactamente -respondió ella, tratando de concentrarse en la nube que coronaba una lejana montaña.

Sabía que él criaba caballos, pero nunca se había preocupado por lo que hacía con ellos. Se imaginaba que daría paseos con los turistas. Con turistas que tuvieran mucho dinero.

– Entreno caballos para rodeos.

– ¿Caballos para rodeos? ¿En Forever? -los ojos de Robin volaron desde la montaña al rostro de Jake.

– Sí, aquí mismo.

– Gracias por la demostración -dijo Derek, dando una palmada en el hombro de Jake-. Nos vemos por la noche. Encantado de conocerte. Robin.

Derek se dirigió hacia la pareja.

Jake hizo una señal de despedida a su amigo. Luego, se quedó mirando a Robin con dulzura. Esta sintió que se le aceleraba el pulso.

– Entonces, ¿qué puedo hacer por ti?

A Robin se le ocurrieron varias respuestas, pero no las expresó en voz alta.

Capítulo Tres

– Nada -fue lo que dijo rápidamente-. Quiero decir, yo…

No quería que él pensara que estaba allí para reavivar la vieja llama. Pero tampoco quería comportarse como una estúpida.

– Te has hecho una casa muy bonita -añadió, mirando hacia el rancho.

La verdad es que estaba verdaderamente asombrada por lo que Jake había hecho con el terreno de su padre.

Connie le había hablado con entusiasmo de lo mucho que trabajaba y de sus buenas ideas. Pero solo en ese momento, al ver el granero, los cobertizos y las cuadras. Robin entendió perfectamente por qué. Era evidente que había tenido que trabajar mucho durante aquellos quince años.

Jake la miró desde debajo del ala del sombrero.

– ¿Así que has venido a admirar la casa?

– Sí -dijo, sintiendo que se ponía colorada.

Jake miró hacia su camisa abierta y luego la miró de nuevo a los ojos.

– ¿Has venido a ver cómo montaba?

– Sí.

Jake entornó los ojos y agarró el cuello de su camisa.

– ¿Quieres que te haga una pregunta de verdad incómoda?

– ¡No!

Jake soltó la tela sin rozar su piel. Ella no pudo evitar sentir cierto disgusto. Aquellas manos fuertes eran una verdadera tentación. Por supuesto, todo en él lo era.

Jake soltó una carcajada y movió la cabeza.

– Cuéntame exactamente para qué has venido.

Robin dio un suspiro. Odiaba ese interrogatorio. Desde luego, era un fastidio estar con gente que la conocía desde niña.

– Creí que a lo mejor podías necesitar atención médica.

Jake dio un paso hacia atrás.

– Pero tú no eres doctora.

– Tengo un título de Medicina.

– ¿Estás de broma?

– ¿Por qué iba a estarlo?

El caballo pasó trotando al lado de ellos, pero era evidente que no era lo más peligroso para Robin en ese momento.

– Me sorprende, eso es todo. Pensé que te dedicabas a viajar, buscando nuevas rutas turísticas.

– Es verdad. Me dedicaba a buscar lugares, pero cuando estás en sitios lejanos, es útil tener algunos conocimientos de medicina.

– Es normal -contestó Jake, asintiendo.

En ese momento, un mosquito se acercó a la nariz de Robin, que se lo quitó con la mano. Sabía que debería despedirse y ayudar a Connie con la comida. Pero no le apetecía. Jake era un hombre muy atractivo.

No podía evitar preguntarse lo que pasaría si se encontraran a medianoche con treinta y dos años, en vez de con dieciocho. ¿La rechazaría también?

Robin dio un paso hacia delante y contempló los anchos hombros que ocultaba la camisa. Le encantaría tocarlo y sentir aquellos músculos, endurecidos por el tiempo y el trabajo.

Se aclaró la garganta.

– ¿Todos tus caballos tiran a las personas? -preguntó Robin. Le era difícil mantener una conversación informal cuando sentía por dentro aquel deseo cada vez más fuerte.

– No todos -contestó él con voz grave. El susurro del viento les recordó que estaban solos-. Tengo algunos que se pueden montar.

– Ah, menos mal.

– ¿Quieres probar uno de ellos?

– ¿Un caballo?

– No, un toro -replicó él, esbozando una sonrisa-. ¿Sabes montar?

A Robin le costó recuperar la voz.

– Sí, sí. Sé montar. Wild Ones Tours estaba pensando en hacer una ruta de siete días a caballo en Brasil el año pasado.

– Bueno, pero esto no es Brasil -ladeó la cabeza hacia las montañas que había detrás del rancho-. En cualquier caso, tengo una pequeña yegua que necesita hacer un poco de ejercicio. ¿Te gustaría dar una vuelta?

– ¿Contigo?

– Conmigo.

Las piernas de Robin se aflojaron de repente. Quizá se le hubieran debilitado por la carrera. ¿Quién podía saberlo?

– ¿Los dos solos?

– A menos que pienses que necesitamos una carabina -sugirió él con una sonrisa.

Pero al mirarla a los ojos, su sonrisa desapareció.

Robin notó cómo el deseo fluía por sus venas.

Jake se quedó callado. El aire que los rodeaba parecía lleno de energía.

¿Tendría razón Connie?, pensó Robin. ¿Sería así como el destino te alcanzaba y atrapaba?

Era demasiado pronto para estar fértil, así que el destino no quería que Jake fuera el padre de su hijo. Quizá solo quería que tuvieran unas relaciones sexuales maravillosas.

– Claro -sonrió-. Me iré a montar contigo.

Jake ató los caballos en un pequeño claro que daba al Forever. Allí la corriente del río salía a la superficie para desaparecer en la grieta de una roca.

Era fácil estar cerca de Robin. Lo difícil era estar relajado a su lado.

Por ejemplo, en ese momento. Ella estaba a unos metros de allí, observando el río que corría debajo. Desgraciadamente, Jake no podía sacudirse el deseo que emergía por cada uno de los poros de su piel. Lo único que le apetecía era tirarla sobre la hierba y ver cuánto tiempo necesitaba para que sus besos lo volvieran completamente loco, arruinando sus posibilidades de formar una familia con cualquier otra mujer.

– ¿Has escalado alguna vez esta ladera? -preguntó Robin, dando un paso hacia el acantilado para mirar hacia abajo.

Jake se acercó rápidamente, dispuesto a agarrarla si hiciera falta. Pero luego recordó el trabajo de Robin y pensó que probablemente estaba acostumbrada a mirar desde lo alto de altas montañas.

La mujer no corría peligro, era más bien él el que era capaz de suicidarse si tiraba de ella hacia atrás y la apretaba contra sí.

– Me parece una pérdida de tiempo y de energía -contestó, metiéndose los pulgares en el cinturón de piel, que era donde mejor estaban.