– No pasa nada… Todos necesitamos tiempo… para adaptarnos… a las cosas… Ya se sabe.
Sharon miró a Holly para ver si había dicho lo correcto o no.
– Bueno, encantado de conocerte en persona… por fin -dijo Daniel¿Te traigo un taburete o alguna otra cosa? -agregó, intentando resultar gracioso.
Sharon y John se sentaron en sus taburetes y lo miraron en silencio sin saber qué decir a aquel hombre tan extraño.
John observó con recelo a Daniel mientras éste se alejaba.
– ¿De qué iba todo esto? -preguntó Sharon a Holly en cuanto Daniel estuvo lo bastante lejos para no oírla.
– Ya te lo explicaré después -dijo Holly volviéndose hacia el escenario. El presentador de la velada de karaoke estaba subiendo a él.
– ¡Buenas noches, damas y caballeros! -saludó. -¡Buenas noches! -gritó Richard, entusiasmado. Holly puso los ojos en blanco.
– Tenemos por delante una velada de lo más excitante… -continuó el presentador interminablemente con su voz de locutor, mientras Holly bailaba nerviosa de un pie al otro. Volvió a tener ganas de ir al lavabo-. Para la primera actuación de esta noche tenemos a Margaret, de Tallaght, que va a cantar el tema de Titanic, My Heart Will Go On, de Celine Dion. ¡Por favor, recibamos con un aplauso a la maravillosa Margaret!
El público enloqueció, al igual que el corazón de Holly. La canción más difícil de cantar del mundo, típico.
Cuando Margaret comenzó a cantar, la sala se sumió en un silencio tan absoluto que si un alfiler hubiese caído al suelo se habría oído. Holly echó un vistazo a la sala observando los rostros del público. Todos miraban a Margaret con arrobo, hasta la familia de Holly, los muy traidores. Margaret mantenía los ojos cerrados y cantaba con tanta pasión que parecía estar viviendo cada frase de la canción. Holly la odió y consideró la posibilidad de echarle la zancadilla cuando regresara a su sitio.
– ¿No ha sido increíble? -dijo el presentador. El público la vitoreó y Holly se preparó para soportar una reacción muy distinta después de su actuación-. A continuación tenemos a Keith, a quien muchos recordarán como el ganador del año pasado, que va a cantar Coming to America, de Neil Diamond. ¡Un aplauso para Keith!
Holly no necesitaba oír nada más y echó a correr hacia el lavabo. Caminaba de un lado a otro del lavabo procurando serenarse. Las rodillas le temblaban, notó que se le formaba un nudo en el estómago y sintió una arcada que le subió a la boca. Se miró al espejo e intentó respirar hondo. Fue inútil, pues sólo consiguió marearse más. Fuera, el público aplaudía y Holly se quedó inmóvil. Ella era la siguiente.
– Este Keith es un fenómeno. ¿No es cierto, damas y caballeros? Otra ovación.
– A lo mejor Keith quiere lograr el récord de ganar dos años seguidos pero aún está por ver si sube el listón.
El listón iba a bajar, y mucho.
– A continuación tenemos a una concursante nueva. Se llama Holly y va a cantar…
Holly entró corriendo en un retrete y se encerró. No iban a sacarla de allí por nada del mundo.
– ¡Damas y caballeros, recibamos con un fuerte aplauso a Holly! El público aplaudió entusiasmado.
CAPÍTULO 14
Tres años antes Holly había subido al escenario para hacer su debut como intérprete de karaoke. Casualmente, había transcurrido ese tiempo desde la última vez que había pisado un escenario.
Un montón de amigos se había congregado en el pub que solían frecuentar en Swords para celebrar el trigésimo cumpleaños de uno de los chicos. Holly estaba terriblemente cansada ya que llevaba dos semanas haciendo horas extras en el trabajo. Lo cierto es que no estaba de humor para salir de fiesta. Lo único que quería era ir a casa, tomar un buen baño, ponerse el pijama menos sexy que encontrara, comer kilos de chocolate y acurrucarse en el sofá delante de la tele con Gerry.
Después de viajar de pie en un tren atestado desde Blackrock hasta Sutton Station, Holly definitivamente no estaba de humor para pasar por un suplicio semejante en un pub abarrotado y con el ambiente cargado. En el tren la mitad de la cara le quedó aplastada contra la ventanilla; la otra mitad, medio hundida en el sobaco de un hombre muy poco dado a la higiene personal. Justo detrás de ella otro hombre respiraba sonoramente gases alcohólicos contra su cogote. Para acabar de arreglarlo, cada vez que el tren se balanceaba el sujeto en cuestión apretaba «sin querer» su enorme panza contra su espalda. Holly había padecido aquella humillación cada día al ir a trabajar y al volver a casa durante dos semanas y ya no lo aguantaba más. Quería su pijama.
Por fin llegaron a Sutton Station y las mentes privilegiadas de los que aguardaban allí decidieron que era una gran idea subir en tropel al tren mientras los viajeros intentaban salir. Tardó tanto en abrirse paso a empujones entre el gentío para bajar del tren que cuando llegó al andén vio cómo arrancaba su autobús lleno de personitas que le sonreían desde dentro. Y puesto que ya eran más de las seis, la cafetería estaba cerrada y tuvo que aguardar de pie muerta de frío durante media hora hasta que llegó el siguiente autobús. Aquella experiencia no hizo más que reforzar su deseo de acurrucarse delante de la tele. Pero no le esperaba una feliz velada hogareña. Su amado marido tenía otros planes. Al llegar a casa, exhausta y muy cabreada, Holly se encontró con que estaba llena de gente y con la música a todo volumen. Personas que ni siquiera conocía deambulaban por su sala de estar con latas de cerveza en la mano, dejándose caer en el sofá en el que ella había previsto pasar las próximas horas de su vida. Gerry estaba junto al reproductor de CD, haciendo de pinchadiscos y dándoselas de estar en la onda. En realidad, Holly nunca lo había visto menos en la onda que en aquel preciso instante.
– ¿Qué te pasa? -preguntó Gerry al verla subir hecha una furia hacia el dormitorio.
– Gerry, estoy cansada, estoy cabreada, no estoy de humor para salir esta noche y tú ni siquiera me has preguntado si me parecía bien invitar a toda esa gente. Por cierto, ¿quiénes son? -vociferó Holly.
– Son amigos de Connor y, por cierto, ¡ésta también es mi casa! -contestó Gerry, alzando igualmente la voz.
Holly se llevó los dedos a las sienes y comenzó a darse un masaje. Le dolía mucho la cabeza y la música la estaba volviendo loca.
– Gerry -susurró al cabo, procurando mantener la calma-, no estoy diciendo que no puedas invitar a quien quieras. No pasaría nada si lo hubieses planeado con antelación y me hubieses avisado. En ese caso no me importaría, pero hoy he tenido un día de perros y estoy hecha polvo. -Fue bajando la voz a cada palabra-. Sólo quería relajarme en mi propia casa.
– Holly, cada día me vienes con lo mismo -le soltó Gerry-. Nunca tienes ganas de hacer nada. Cada noche la misma historia. ¡Llegas a casa malhumorada y no haces más que quejarte de todo!
Holly se quedó perpleja.
– ¡Perdona, he estado trabajando como una negra!
– Y yo también, pero en cambio no me has visto saltarte al cuello cada vez que no me salgo con la mía.
– Gerry, no se trata de que me salga con la mía o no, sino de que has invitado a toda la calle a nuestra…
– ¡Es viernes! -exclamó Gerry, haciéndola callar-. ¡Fin de semana!;Cuándo fue la última vez que saliste? Podrías olvidarte del trabajo y soltarte el pelo para variar. ¡Deja de comportarte como una abuelita!
Y salió del dormitorio dando un portazo.
Después de pasar un buen rato en el dormitorio odiando a Gerry y soñando con el divorcio, consiguió serenarse y pensar racionalmente sobre lo que él le había dicho. Tenía razón. De acuerdo, la forma de expresarlo no había sido muy correcta, pero ella había estado malhumorada y de mala leche codo el mes, y lo sabía.