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a dejarla entrar si pertenece a la realeza! Y sólo quiero dejaros una cosa bien clara, chicas, eso no volverá a dar resultado, ¡así que no os molestéis en probarlo!» Tom no paraba de reír mientras procuraba recobrar la compostura. Holly apagó la radio.

– Denise -dijo Holly muy seria-, el mundo se está volviendo loco.

Al día siguiente Holly se obligó a levantarse de la cama para ir a dar un paseo por el parque. Necesitaba hacer un poco de ejercicio para combatir la dejadez y también iba siendo hora de comenzar a pensar en buscar trabajo. Allí donde iba intentaba imaginarse a sí misma trabajando. Había descartado definitivamente las tiendas de ropa (la posibilidad de tener una jefa como Denise bastó para disuadirla), los restaurantes, los hoteles y los pubs y, por descontado, no quería otro empleo administrativo de nueve a cinco, con lo cual le quedaba… nada. Así pues, decidió que quería ser como la mujer de la película que había visto la noche anterior, deseaba trabajar en el FBI para ir de un lado a otro resolviendo crímenes e interrogando a gente y finalmente enamorarse de su compañero de fatigas, a quien por supuesto había detestado nada más conocerlo. Sin embargo, ya que no residía en Estados Unidos ni contaba con ninguna formación policial, las probabilidades de que tal cosa ocurriera no eran muy prometedoras. Quizás hubiese un circo por ahí al que pudiera incorporarse…

Se sentó en un banco del parque delante de la zona de juegos infantiles y escuchó a los niños gritar de deleite. Ojalá pudiera ir a jugar en el tobogán y los columpios en vez de quedarse sentada mirando. ¿Por qué tenían que crecer las personas? De pronto se dio cuenta de que llevaba todo el fin de semana soñando con regresar a la infancia.

Deseaba ser irresponsable, deseaba que la cuidaran, que le dijeran que no tenía que preocuparse de nada y que alguien se encargase de todo. Qué fácil resultaría la vida sin tener que preocuparse de los problemas de los adultos. Y entonces podría volver a crecer y a conocer de nuevo a Gerry, y lo obligaría a ir al médico meses antes y así ahora estaría sentada junto a él en aquel banco, viendo jugar a su hijo. Y si, y si, y si…

Pensó en el desagradable comentario de Richard acerca de no tener que preocuparse de todas aquellas tonterías de los hijos. Se enojó sólo de recordarlo.

Ahora mismo daría cualquier cosa con tal de preocuparse de todas aquellas tonterías de los hijos. Ojalá tuviera un pequeño Gerry corriendo por el parque mientras ella le gritaba que anduviera con cuidado y hacía otras cosas propias de las madres, como escupir en un pañuelo para limpiarle la carita rolliza.

Holly y Gerry habían comenzado a hablar de tener hijos unos meses antes de recibir el diagnóstico. Se entusiasmaban con la idea y pasaban horas tendidos en la cama, tratando de decidir qué nombres les pondrían y montándose películas de cómo sería su vida cuando fueran padres. Holly sonrió ante la idea de Gerry ejerciendo de padre (lo habría hecho de miedo). Se lo imaginaba siendo infinitamente paciente mientras ayudaba a sus hijos a hacer los deberes en la mesa de la cocina. Lo imaginaba celosamente protector si su hija llevaba un chico a casa. Imagínate si, imagínate si, imagínate si… Por Dios, debía dejar de vivir su vida en la cabeza, recordando viejos recuerdos y soñando sueños imposibles. Así no iría a ninguna parte.

Por cierto, hablando del rey de Roma, pensó Holly al ver a Richard salir de la zona de juegos con Emily y Timmy. Parecía muy relajado, se dijo mientras observaba sorprendida cómo perseguía a los niños por el parque. Holly se irguió en el banco y se dispuso a mostrarse insensible a las críticas ante la inminente conversación con su hermano.

– ¡Hola, Holly! -saludó alegremente Richard, aproximándose a ella por el césped.

– ¡Hola! -dijo Holly a los niños que corrieron a su encuentro y le dieron un fuerte abrazo. Qué cambio tan agradable, pensó-. Estáis lejos de casa -dijo a Richard-. ¿Qué os trae por aquí?

– He llevado a los niños a ver al abuelo y la abuela, ¿verdad? -contestó Richard, revolviendo el pelo de Timmy.

Además hemos ido a McDonald's -dijo Timmy excitado, y Emily aplaudió con entusiasmo.

– ¡Mmmmm… qué rico! -dijo Holly, relamiéndose-. Qué suerte tenéis. ¿A que vuestro padre es el mejor? -agregó sonriendo. Richard se mostró complacido

– . ¿Comida basura? -cuestionó luego a su hermano.

– ¡Bah! -Richard restó importancia al asunto con un ademán y se sentó a su lado-. Todo con moderación, ¿no es así, Emily?

Emily asintió como si a sus cinco años hubiese comprendido perfectamente a su padre. Lo hizo abriendo mucho sus grandes ojos verdes y el gesto agitó sus rizos rubios rojizos. Se parecía espantosamente a su madre y Holly tuvo que apartar la vista. De inmediato se sintió culpable y volvió a mirarla sonriendo… para desviarla de nuevo. Había algo en aquel pelo y aquellos ojos que la asustaba.

– Bueno, una comida en McDonald's tampoco va a matarlos -convino Holly.

Timmy se agarró el cuello y fingió que se asfixiaba. Su rostro enrojeció mientras fingía vomitar, se desplomó sobre la hierba y quedó inmóvil. Richard y Holly rieron. Emily hizo pucheros como si fuera a llorar.

– ¡Vaya por Dios! -bromeó Richard-. Creo que nos hemos equivocado, Holly, la hamburguesa de McDonald's ha matado a Timmy.

Holly miró asombrada a su hermano al oír que llamaba Timmy a su hijo, pero optó por no hacer ningún comentario, pues sin duda se trataba de un lapsus. Richard se levantó y cargó a Timmy en el hombro.

– En fin, tendremos que enterrarlo y celebrar un funeral. Timmy rió colgado boca abajo del hombro de su padre.

– ¡Oh, está vivo! -exclamó Richard.

– No, no lo estoy -protestó Timmy.

Holly contemplaba complacida aquella escena de vida en familia. Hacía tiempo que no veía algo así. Ninguna de sus amigas tenía hijos y ella rara vez se relacionaba con niños. Se dijo que algo raro le estaba pasando si tanto adoraba a los hijos de Richard. Y desde luego no podía decirse que fuese una sabia decisión permitir que le despertaran el instinto maternal cuando no había un hombre en su vida.

– Bien, es hora de irse-dijo Richard-. Adiós, Holly.

– Adiós, Holly -repitieron los niños, felices y afectuosos. Observó a Richard alejarse con Timmy colgando de su hombro derecho, mientras Emily brincaba y bailaba agarrada a la mano de su padre.

Holly contempló a aquel extraño que se marchaba del parque con sus dos hijos. ¿Quién era ese hombre que afirmaba ser su hermano? Desde luego, se dijo que nunca había visto a aquel hombre hasta entonces.

CAPÍTULO 23

Barbara terminó de atender a sus clientes y en cuanto éstos salieron por la puerta corrió al cuarto del personal y encendió un cigarrillo. La agencia de viajes había estado muy concurrida todo el día y había tenido que trabajar sin descanso, saltándose la pausa para almorzar. Melissa, su compañera, había llamado a primera hora para informar de que estaba enferma, aunque Barbara sabía de sobra que había salido de marcha la noche anterior y que si se encontraba mal la culpa era sólo suya. Por eso había tenido que pasar sola toda la jornada en aquel empleo tan aburrido. Y para colmo no habían tenido un día de tanto trabajo desde hacía siglos. En cuanto noviembre traía las noches oscuras, horribles y deprimentes, las mañanas encapotadas, los vientos cortantes y la lluvia a cántaros, todo el mundo entraba corriendo a la agencia para reservar unas vacaciones en bellos países cálidos y soleados. Barbara se estremeció al oír el viento repiquetear en las ventanas y tomó nota de buscar alguna oferta especial para sus propias vacaciones.