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– ¿Qué te pasa?

– Nada -contestó Holly, sintiendo lástima de sí misma-. ¿Dónde está mamá?

– En la cocina, hablando con papá y Richard. Yo de ti los dejaría a solas un rato.

– Oh… entiendo… -Se sentía perdida-. ¿Qué estás haciendo?

– Estaba viendo lo que he filmado hoy.

– ¿Es para el documental sobre los sin hogar?

– Sí. ¿Te apetece verlo?

– Sí.

Holly sonrió agradecida y se sentó en el sofá. Al cabo de unos minutos, estaba hecha un mar de lágrimas, pero por una vez no lloraba por ella. Declan había realizado una entrevista incisiva y desgarradora a un hombre extraordinario que vivía en las calles de Dublín. Holly se dio cuenta de que había gente que lo estaba pasando mucho peor, y el hecho de preocuparse porque los padres de Gerry se hubiesen topado con ella y Daniel en la puerta de un restaurante le pareció una estupidez.

– Declan, es un trabajo excelente -dijo secándose los ojos cuando el vídeo terminó.

– Gracias -contestó Declan en un susurro mientras sacaba la cinta del reproductor y la metía en su mochila.

– ¿No estás contento?

Declan se encogió de hombros.

– Cuando pasas el día con personas como él, no es fácil estar contento, ya que lo que tiene que decir es tan malo que puede convertirse en un gran documental. Por consiguiente, cuanto peor le vaya a él mejor me va a mí. Holly le escuchaba con interés.

– No, no estoy de acuerdo, Declan. Creo que el hecho de que tú filmes eso supondrá una diferencia para él. La gente lo verá y, querrá ayudar. Declan se encogió de hombros otra vez.

– Quizás. En fin, me voy a dormir, estoy hecho polvo.

Cogió la mochila y le dio un beso en la coronilla al pasar junto a ella, lo cual conmovió a Holly. Su hermano se estaba haciendo mayor.

Holly echó un vistazo al reloj de la repisa de la chimenea y vio que eran casi las doce. Cogió el bolso y sacó el sobre de Gerry correspondiente a octubre. Le daba miedo pensar qué ocurriría cuando no hubiera más sobres. Al fin y al cabo, sólo quedaban dos después de aquél. Como de costumbre, lo acarició con las puntas de los dedos y lo abrió. Luego sacó la tarjeta del sobre y una flor seca le cayó al regazo. Su favorita, un girasol. Junto a la flor, cayó una bolsita. La observó con curiosidad y advirtió que era un paquete de semillas de girasol. Las manos le temblaron al tocar los delicados pétalos, temerosa de que se deshicieran entre sus dedos. El mensaje rezaba:

Un girasol para mi girasol. Para alumbrar los oscuros días de octubre que tanto detestas. Planta unos cuantos y ten la certeza de que el verano cálido y luminoso te aguarda.

Posdata: te amo…

Posdata: ¿puedes pasarle esta tarjeta a John?

Holly cogió la segunda tarjeta que había caído en su regazo y la leyó, riendo y llorando al mismo tiempo:

Para John,

Feliz 32.° cumpleaños. Te estás haciendo viejo, amigo mío, pero espero que celebres muchos cumpleaños más. Disfruta de la vida y cuida de Sharon y de mi mujer. ¡Ahora tú eres el hombre!

Te quiere, tu amigo Gerry.

Posdata: te dije que cumpliría mi promesa.

Como siempre, Holly leyó y releyó cada una de las palabras que Gerry había escrito. Se quedó sentada en aquel sofá durante lo que parecieron horas, pensando en lo mucho que se alegraría John al recibir noticias de su amigo. Meditó sobre los importantes cambios que se habían producido en su vida a lo largo de los últimos meses. Su vida laboral había mejorado significativamente y estaba orgullosa de ello (le encantaba la sensación de satisfacción que la llenaba cada día cuando apagaba el ordenador para regresar a casa). Gerry la había instado a ser valiente, la había alentado a desear un empleo que significara algo más que un salario. No obstante, no hubiese tenido necesidad de buscar nada si Gerry todavía estuviera con ella. La vida sin él estaba más vacía, dejaba más sitio a su propio ser. Aun así, lo cambiaría todo sin dudarlo por tener a Gerry de vuelta.

Aquello no era una opción. Necesitaba empezar a pensar en sí misma y en su futuro, pues ya no había nadie más con quien compartir las responsabilidades.

Se enjugó las lágrimas y se levantó del sofá. Se sintió llena de vida y sonrió, muy a su pesar. Llamó suavemente a la puerta de la cocina.

– Adelante -dijo Elizabeth.

Holle entró y miró a sus padres y a Richard sentados a la mesa de la cocina con sus respectivas tazas de té.

– Oh, hola, cariño -saludó su madre, levantándose para darle un abrazo y un beso-. No te he oído llegar.

– Llevo aquí más de una hora. He estado viendo el documental de Declan. -Sonrió a su familia y tuvo ganas de abrazarlos a todos.

– Es genial, ¿verdad? -dijo Frank, y también se levantó para recibir a su hija con un abrazo y un beso.

Holle asintió con la cabeza y se sentó con ellos a la mesa. -;Has encontrado trabajo? -preguntó a Richard.

Éste negó can apenado con la cabeza que parecía a punto de echarse a llorar.

– Pues yo sí.

La miró dísguscado de que dijera algo así.

– Bueno, ya sé que tú sí.

– No, Ríchard -aclaró Holly, sonriendo-. Quiero decir que te he encontrado trabajo.

Levantó la vista, asombrado. -¿Qué?

– Me has oído perfectamente. -Holly sonrió-. Mi jefe te llamará mañana.

Richard se mostró abatido.

– Holly, sin duda es muy amable de tu parte, pero no me interesa la publicidad. Me interesa la ciencia.

– Y la jardinería.

– Sí, me gusta la jardinería -convino Richard, confuso.

– Y para eso te llamará mi jefe. Para pedirte que le arregles el jardín. Le he dicho que lo harías por cinco mil. Espero que te parezca bien. -Sonrió al ver a su hermano atónito. Se había quedado sin habla, de modo que Holly añadió-: Y éstas son tus tarjetas. -Le entregó un montón de tarjetas que había preparado en la oficina.

Richard y sus padres cogieron las tarjetas y las leyeron en silencio.

De repente Richard se echó a reír, se puso de pie de un salto y comenzó a bailar con Holly por la cocina, ante la mirada feliz de sus padres.

– Por cierto -dijo Richard cuando se serenó y volvió a leer la tarjeta-, has escrito mal «jardínería». Veo que sigues olvidando los acentos…

Holly dejó de bailar y suspiró frustrada.

CAPÍTULO 41

– ¡Venga, éste es el último, chicas, lo prometo! -gritó Denise mientras su sujetador salía volando por encima de la puerta del probador. Contrariadas, Sharon y Holly volvieron a desplomarse en sus sillas. -Hace una hora dijiste lo mismo -se lamentó Sharon, quitándose los zapatos y dándose un masaje en los tobillos hinchados.

– Ya, pero esta vez lo digo en serio. Tengo un buen presentimiento con este vestido -dijo Denise, llena de entusiasmo.

– También dijiste eso hace una hora -le recordó Holly apoyando la cabeza en el respaldo y cerrando los ojos.

– Ahora no vayas a quedarte dormida -advirtió Sharon, y Holly abrió de inmediato los ojos.

Denise las había arrastrado a todas las tiendas de vestidos de novia del centro y Sharon y Holly estaban agotadas, irritadas y hartas. Ya no les quedaba nada del entusiasmo que habían sentido por Denise y su boda después de que ésta se probara un vestido tras otro a lo largo de toda la mañana. Y si Holly volvía a oír los irritantes chillidos de Denise una vez más…