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– Lo siento -se excusó-, el papel de la pared… se desprendió un buen trozo y cayó sobre mí.

– Tenemos un problema de humedad -explicó Alex titubeando.

– ¡Qué susto me ha dado!

Alex se dirigió al lavabo y abrió la puerta. Se oyó un fuerte crujido y el resto del papel se desprendió del muro y cayó sobre el retrete. Cerró la puerta de golpe y se volvió a mirar a los demás, que esperaban en silencio, observando con atención.

– La humedad -repitió tratando de sonreír, y con un dedo les indicó la escalera.

Ford había preparado las sillas formando un círculo apretado. Hizo que Alex se sentara a su derecha y les dijo a los demás que se sentaran como mejor quisieran. Cerró la puerta con firmeza, como quien realiza un acto final, y se quedó de pie, frente a ella.

– Creo que entre los presentes hay algunos que nunca participaron en un círculo, ¿tengo razón? -Se quedó mirando a Alex y a David, que respondieron con una afirmación silenciosa.

– Nunca puede saberse con anterioridad si va a ocurrir algo, así que hay que tener paciencia. Ésta es una buena noche, clara, y no creo que haya muchas interferencias. ¿Alguien tiene algo que objetar a que sea yo quien presida el círculo? -Miró a su alrededor-. Bien. -Habló con amabilidad, pero en tono autoritario-. Ustedes deben hacer exactamente lo que yo les diga, si me parece que las cosas se salen de su cauce terminaré el círculo.

Miró a su alrededor y vio que todos le daban su aprobación.

Alex se sintió un poco ridícula, fuera de lugar, sentada en el dormitorio de su hijo y rodeada de todas aquellas personas extrañas y serias. Estaba contenta de que David estuviera allí y por un momento deseó la presencia de otros amigos; se sentía vulnerable y muy asustada. Levantó los ojos al retrato de Fabián. «No me hagas daño, cariño», le suplicó en silencio.

– Realizamos nuestros círculos en tres etapas. Comenzamos rezando para proteger al círculo contra los espíritus del mal o, simplemente, mal intencionados. Seguidamente entramos en meditación. Después de eso trataremos de comunicarnos directamente con los espíritus. En esta ocasión queremos comunicarnos con Fabián y creemos que él también desea comunicarse con nosotros, así que debemos tratar de darle nuestra energía. -Miró a Alex y después a David-. Los espíritus, como deben saber, no tienen energía propia, pero les es posible utilizar la energía que nosotros creamos para ellos en nuestros círculos y, a veces logran incluso aparecerse. -Sonrió y cruzó las manos amablemente, «como el maestro que da una lección a sus escolares», pensó Alex-. Si en cualquier momento quieren hablar o hacer alguna pregunta pueden hacerlo.

– ¿A qué llama usted espíritus del mal? -preguntó David.

– Lo que vamos a hacer es tratar de abrir canales para que los espíritus puedan llegar hasta nosotros. Queremos comunicarnos con espíritus del bien, pero al abrir esos canales, al ofrecer nuestra energía para que la use el espíritu, nos exponemos a que se haga un mal uso de esa energía. Existen espíritus del mal, fuerzas diabólicas que tratan de salir de su mundo y llegar al nuestro por esos canales y haciendo uso de nuestra energía. Para evitarlo protegemos nuestros círculos con la oración, y por la misma razón debemos terminar la prueba de inmediato, si advertimos la presencia de las fuerzas del mal.

– ¿Qué ocurre si las fuerzas del mal logran pasar? -preguntó David.

Ford sonrió.

– Normalmente son espíritus traviesos, malintencionados, pero no diabólicos, y lo que hacen es emplear trucos y bromas tratando de confundirnos, haciendo que sean sus mensajes los que llegan a nosotros, mensajes de espíritus de gentes que nos son extrañas y desconocidas, pero que se valen de nosotros para hacer llegar sus mensajes al plano terrenal y a sus parientes o amigos. Pero estaremos protegidos; el poder de la oración es muy fuerte. Esto explica por qué resulta tan peligroso que los aficionados intenten entrar en contacto con el mundo de los espíritus como, por ejemplo, a través del tablero de la Ouija. -Sonrió de nuevo y preguntó-: ¿Estamos preparados?

Miró directamente a Alex, quien respondió con un gesto afirmativo.

Ford apagó la luz y la oscuridad invadió la habitación. Alex estaba tranquila. De repente la habitación se hizo cálida y amistosa; todo iría bien, pensó. Juntó las manos y se inclinó hacia adelante.

– Dios mío -rezó Ford en voz alta con un marcado y dulce acento galés-. Te rogamos que protejas nuestro círculo para que no nos ocurra mal alguno a los que en él participamos.

Alex cerró los ojos respetuosamente y se sintió ligeramente mareada.

– Guíanos a salvo en esta noche.

Los rezos parecieron prolongarse durante toda una eternidad. Ford rezó por la salvación de personas cuyos nombres Alex jamás había oído, por la paz del mundo, por la pierna de alguien llamada señora Ebron, que debía ayudarlos a caminar más deprisa.

Finalmente dejaron de rezar y la habitación quedó en silencio. Alex oyó una sirena en la distancia y después el sonido cesó, incluso el tráfico pareció callar. Volvió a pensar en el terror expresado en el grito de Sandy. ¿Qué estaba sucediendo en el lavabo?, se preguntó. Abrió los ojos y miró nerviosa a su alrededor, aunque sólo podía ver las sombras de las siluetas de los presentes. Volvió los ojos hacia la ventana y vio una leve franja de luz a un lado. Confiaba en que la habitación estuviera lo suficientemente a oscuras. Todo seguía en silencio y se preguntó si Fabián los estaría observando. Trató de imaginarse su presencia, pero no logró sentir nada.

Se produjo el cric de un interruptor y de repente oyó las notas de «La Primavera», de las Cuatro Estaciones de Vivaldi, ligeras, airosas y tristes.

– Ahora debemos comenzar nuestras meditaciones -dijo Ford amablemente-. Quiero que todos cierren los ojos y se imaginen que andan sobre un prado de hierba suave. Es un cálido día de primavera, de cielo claro, y percibimos cómo el sol calienta el aire y la suavidad de la hierba bajo los pies. Es agradable pasear y disfrutar del paseo, respirando al aire fresco y frío, anuncio de un gran día. El prado asciende levemente por una ladera; caminan por él; imagínense la hierba bajo los pies y el cielo sobre sus cabezas. Ahora, una senda se abre delante de ustedes.

Alex se imaginó un prado en los viñedos de David y trató de imaginárselo tal y como el médium se lo había descrito, de sentir la hierba bajo sus pies, olvidándose de su autoconsciencia y procurando seguir sus palabras, relajada por la suavidad de su voz.

– Sigan esa senda, es muy agradable caminar por ella, por un camino firme, y de nuevo disfrutamos de ello. Pueden ver una puerta blanca delante de ustedes; la abren, la cruzan y se encuentran delante de un río, una corriente ancha que discurre plácida entre árboles, juncos y lirios. Reina la paz, una gran paz. Un puente cruza el río. Todos ustedes pueden verlo claramente.

Alex pensó en un río que había visto un día, cruzado por un puente de piedra arqueado y ruinoso.

– Al otro lado del río encuentran a un grupo de personas. Son sus amigos que los esperan para saludarlos y darles la bienvenida. Cruzan el río, los abrazan, los saludan y se reúnen para charlar y divertirse. No tengan miedo, vayan tranquilos, serán felices con ellos.

Alex vio blancos fantasmas en la otra orilla del río que parecían flotar en el aire con los brazos abiertos. Vio las cuencas vacías de lo que fueran sus ojos, como en el cuadro de los tres fantasmas que había visto en la pared del despacho de Ford, y tuvo un momento de vacilación. Creyó ver a Philip Main entre aquellos fantasmas, vestido con un viejo traje de pana, y se dio cuenta de que también Ford estaba allí. ¿A qué amigos se refería?, se preguntó intrigada. ¿Vivos o difuntos? Cruzó el puente y los fantasmas se dirigieron hacia ella, con los brazos abiertos y extendidos, como monjes encapuchados, sin rostro. Entonces vio a Fabián mezclado con ellos y su hijo desvió la mirada con la cabeza baja, como si estuviera avergonzado y no quisiera verla.