Pero, incluso sin el juramento, Annie no habría sido capaz de dejarlo morir. No después de haberlo tocado, de haberse estremecido por su magnetismo animal, de haber sentido cómo su grave y áspera voz la atrapaba en un sensual hechizo. ¿Por qué intentar engañarse a sí misma? Aunque se había sentido realmente aterrada las dos primeras noches, el hecho de permanecer tumbada junto a él había hecho que todo su cuerpo ardiera con un placer instintivo.
Eso le recordó que, cuando llegara la noche, volvería a dormir entre sus brazos.
Annie se estremeció y se envolvió aún más en su abrigo. Tal vez fuera bueno para ella que supiera la verdad sobre Rafe. Eso le daría fuerzas para resistirse a él.
Pero aun así, al pensar en la noche que le esperaba y sentir que sus pechos empezaban a dolerle por el deseo y que el calor invadía sus entrañas, Annie se avergonzó de sí misma.
El duro trabajo que tuvieron que hacer para agrandar el cobertizo fue todo un alivio, ya que, de ese modo, la joven pudo concentrarse en las sencillas tareas físicas. Rafe echó abajo la maltrecha construcción y colocó a un lado la madera lijada y rudimentariamente acabada, para volverla a usar más tarde. Luego empezó a talar árboles jóvenes y a apilarlos. Reforzó con ellos la estructura original del cobertizo y les hizo una muesca para que pudieran encajar los unos con los otros. Siguiendo sus instrucciones, Annie reunió barro para aplicarlo entre los troncos y sellar las toscas paredes, evitando así que el viento se colara entre las rendijas. Lo hizo con tal cuidado que Rafe tuvo que ocultar una sonrisa; ensuciarse las manos era algo inevitable, pero la joven puso especial atención en que sus ropas limpias no sufrieran.
Rafe duplicó el tamaño del cobertizo original. Arrastró el abrevadero hasta el centro para que los dos caballos pudieran acceder a él y usó un par de troncos para dividir el espacio en dos partes iguales. Annie observó que, de vez en cuando, después de hacer grandes esfuerzos, Rafe se detenía y se frotaba el costado, aunque no parecía estar sintiendo un dolor agudo.
Cuando empezaron, Annie había supuesto que la tarea les llevaría todo el día y parte del siguiente, pero cuatro horas después, Rafe estaba usando la madera original para construir una puerta y el marco de ésta. Luego, Annie, con su ayuda, rellenó las rendijas con barro. Una vez que terminaron, la joven dio unos pasos hacia atrás para ver el resultado final. El nuevo cobertizo era tosco y rudimentario, pero serviría. Sólo esperaba que los caballos valoraran su nuevo refugio.
Después de que ambos se lavaran las manos en el helado arroyo, Annie comprobó la posición del sol.
– Tengo que poner al fuego las judías y el arroz -le dijo a Rafe-. Anoche, las judías no estaban bastante hechas.
Él estaba sudando a pesar del frío y Annie imaginó que le iría bien un descanso. Tenía que estar sintiendo los efectos de tanto duro trabajo físico después de haber estado tan enfermo.
Cuando entraron en la caballa, Rafe se dejó caer sobre las mantas con un suspiro. Sin embargo, unos minutos después, ya estaba frunciendo el ceño mientras metía un encallecido dedo entre las amplias grietas del suelo.
– ¿Qué ocurre? -le preguntó Annie al levantar la mirada de la comida y ver la expresión de su rostro.
– Se puede sentir cómo se filtra el frío a través de estas grietas.
La joven se inclinó y acercó la mano al suelo. No cabía duda, podía percibirse claramente una corriente de aire frío.
– No importa. Nos las hemos arreglado bien hasta ahora y no puedes instalar otro suelo.
– El problema es que han bajado las temperaturas, y creo que la situación empeorará. No podremos mantenernos lo bastante calientes para dormir.
Sin más, Rafe se puso de pie y se dirigió hacia la puerta.
¿Adónde vas? -inquirió la joven mirándolo sorprendida.
– A cortar algunos troncos.
Debió de haberse alejado tan sólo unos tres metros cuando Annie escuchó el sonido de la madera al ser cortada. Al poco tiempo, volvió con cuatro troncos, dos de casi dos metros de largo y otros dos más pequeños. Construyó un armazón rectangular con ellos y ató los extremos. Luego, trajo grandes brazadas de pinaza y la extendió en el interior del rectángulo para crear una suave y gruesa barrera entre ellos y el suelo. Después, extendió una de las mantas sobre la estructura y se tumbó sobre aquella rudimentaria cama para comprobar si era cómoda.
– Mejor que el suelo -decidió.
Annie se preguntó qué más tendría previsto hacer aquel día. Lo descubrió a los pocos minutos, cuando Rafe insistió en recoger más leña.
– ¿Por qué tenemos que hacerlo ahora? -protestó la joven.
– Ya te lo he dicho, están bajando las temperaturas. Necesitaremos tener leña de sobra.
– Podríamos traerla a medida que la vayamos necesitando.
– ¿Por qué hacer viajes en medio del frío cuando podríamos tener la madera a nuestro alcance? -replicó él.
Annie estaba cansada y empezaba a sentirse irritable.
– No estaremos aquí el tiempo suficiente para usar toda la que ya tenemos.
– He estado en las montañas antes y sé de lo que estoy hablando. Haz lo que te digo.
Reticente, Annie siguió sus instrucciones. Había trabajado más duro durante los últimos tres días que en toda su vida, así que no le habría importado descansar un poco. Incluso antes de encontrarse con Rafe, ya estaba agotada tras haber traído al mundo al bebé de Eda. Además, no había dormido bien la noche anterior, y todo por culpa de él. Annie tenía buen carácter y rara vez se enfurecía, pero la fatiga empezaba a mermar su buen humor habitual.
Una vez que recogieron la suficiente leña para que Rafe se sintiera satisfecho, tampoco le permitió descansar, ya que tuvieron que ir hasta el pequeño prado para recoger a los caballos. Cuando llegaron y Annie vio que los animales habían desaparecido, sintió que el corazón le daba un vuelco.
– ¡Se han ido!
– No estarán muy lejos. Por eso les sujeté las patas.
Les costó unos diez minutos localizarlos. Los caballos habían olido el agua y habían bajado hasta un arroyo, que, probablemente, era el mismo que el que pasaba tan cerca de la cabaña. A los animales no les quedaba ni rastro del nerviosismo que habían mostrado por la mañana gracias al día que habían pasado pastando tranquilamente, y no opusieron ninguna resistencia cuando les instaron a regresar al cobertizo. Annie se hizo cargo de su montura y, en silencio, guiaron a los animales de vuelta.
Pero ni siquiera entonces Rafe le permitió descansar. Insistió en comprobar todas las trampas antes de que anocheciera y la hizo caminar con él. Aquel hombre desafiaba todos los conocimientos de Annie sobre la fuerza y la resistencia humana. Debería haber estado agotado a mediodía, sin embargo, había trabajado durante todo un día de una forma que habría dejado exhausto a un hombre sano.
Las trampas estaban vacías, pero Rafe no pareció sorprendido ni decepcionado. Ya se estaba poniendo el sol cuando regresaron a la cabaña, y la tenue luz, combinada con el cansancio de Annie, hizo que se tropezara con una raíz que sobresalía. Aunque recuperó el equilibrio enseguida y no corría peligro de caerse, Rafe alargó la mano y la cogió por el antebrazo con una fuerza que la asustó hasta el punto de hacerla gritar.