Выбрать главу

– Vamos a hablar sobre ello. -El rostro de Rafe era adusto.

Annie sacudió la cabeza con un rápido movimiento negativo antes de apartar la mirada.

– Tenemos que hacerlo, o ninguno de los dos podrá dormir está noche -insistió él.

La joven dirigió la mirada hacia la cama deshecha y la apartó inmediatamente.

– No.

Rafe no sabía si le estaba dando la razón o se negaba siquiera a plantearse el hecho de volver a dormir con él.

Moviéndose despacio, Rafe la soltó y puso una mano en el suelo mientras levantaba la rodilla izquierda y apoyaba la otra mano sobre ella. Podía sentir toda la atención que Annie prestaba al más mínimo movimiento que hacía, aunque no le mirara directamente, y también notó cómo se relajaba un poco al observar su despreocupada postura.

– Me había quedado medio dormido -le explicó, manteniendo un tono bajo y sereno-. Me he despertado excitado y aturdido por el sueño, y he alargado el brazo para acercarte a mí sin pensarlo. Luego, al despejarme un poco más, no pensaba en otra cosa que en introducirme en tu cuerpo. Estaba al límite. ¿Comprendes lo que te digo? -le preguntó, poniendo un dedo bajo su barbilla y obligándola a mirarlo-. Te deseaba tanto que estaba a punto de estallar, pequeña.

Annie no deseaba escuchar sus excusas, pero la ternura de aquella última palabra casi la venció. La expresión de sus ojos grises era penetrante, turbulenta.

– Yo nunca te violaría -afirmó-. Las cosas no habrían llegado tan lejos si hubiera estado totalmente despierto. Pero tú estabas respondiéndome, maldita sea. ¡Mírame!-Su voz sonó como un latigazo justo cuando Annie apartaba la mirada.

Aturdida, la joven tragó saliva y volvió a mirarle a los ojos.

– Tú también me deseabas, Annie. No era sólo yo.

La sinceridad era una dura carga, pensó ella, un pesado aguijón que no le permitiría refugiarse en mentiras. Hubiera sido mejor guardárselo para sí misma, pero él merecía saber la verdad.

– Sí -admitió entrecortadamente-. Yo también te deseaba.

Una expresión mezcla de desconcierto y frustración cruzó el rostro de Rafe.

– Entonces, ¿qué ha pasado? ¿Qué te ha asustado?

Annie se mordió el labio apartando la mirada y, aquella vez, él se lo permitió. La joven intentaba decidir hasta dónde contarle y cómo hacerlo. Se sentía totalmente abrumada por la gravedad de lo que acababa de confesarle y por el poder del arma que acababa de ofrecerle. Si él hubiera ido un poco más despacio, con un poco más de cuidado, si hubiera estado completamente despierto, habría conseguido seducirla. Y ahora Rafe sabía que eso era todo lo que necesitaba para lograrlo, porque ella le había confesado su vulnerabilidad.

– ¿Qué ha pasado? -insistió él.

– Me hacías daño.

Las marcadas facciones masculinas se suavizaron y una pequeña sonrisa curvó sus labios.

– Lo siento -murmuró Rafe, al tiempo que alargaba el brazo para apartar el pelo de su cara. Luego, alisó un mechón que caía sobre su hombro y se demoró allí, acariciándola-. Sé que hubiera sido tu primera vez, Annie. Debería haber sido más cuidadoso.

– Creo que me dolerá sean cuales sean las circunstancias. -La joven inclinó la cabeza sobre sus rodillas dobladas-. Una vez traté a una prostituta de Silver Mesa que había sido atacada brutalmente por uno de sus clientes. No he podido evitar recordarlo.

Rafe pensó que era lógico que una mujer sin experiencia, que lo único que había visto del sexo eran sus aspectos más sórdidos y duros, se mostrara reacia a entregarse a un hombre.

– No sería así. No voy a mentirte y a decirte que no te dolerá, porque probablemente sí lo hará, pero cualquier hombre que haga daño deliberadamente a una mujer es un bastardo y merece morir. -Hizo una pausa y después le prometió-: Iré despacio.

Con un escalofrío, Annie se dio cuenta de que Rafe estaba seguro de que ella acabaría cediendo. Había tomado buena nota del momento de debilidad que Annie había tenido y, sin duda, planeaba aprovecharse al máximo de eso. Si conseguía llevarla de nuevo a aquella cama… No, No podía permitir que eso sucediera.

– Por favor -le pidió-, llévame de vuelta a Silver Mesa antes de que sea demasiado tarde. Si no lo haces, tendré que vivir con las consecuencias el resto de mi vida. Si tienes un mínimo de compasión…

– No, no lo tengo -la interrumpió-. No te despertarás marcada. Durante un momento, estaremos lo más cerca que dos personas puedan llegar a estar, y te juro que haré que disfrutes. Luego, saldré de tu vida y tú seguirás como hasta ahora.

– ¿Y qué pasa si alguna vez deseo casarme? -le espetó Annie-. Sé que no es muy probable, pero tampoco es imposible. ¿Qué le diré a mi marido?

Rafe cerró la mano con fuerza al sentir la profunda rabia que le producía pensar en el hecho de que otro hombre tuviera derecho a tocarla, a hacerle el amor.

– Dile que montabas a caballo a horcajadas -le respondió bruscamente.

El rostro de Annie se volvió de un intenso color rojo.

– Y lo hago. Pero no mentiré al hombre con el que me case. Tendría que decirle que me entregué a un asesino.

Las terribles palabras quedaron suspendidas entre ambos, tan afiladas como la hoja de una navaja. La expresión de Rafe se volvió fría de pronto, al tiempo que se ponía en pie.

– Métete en la cama. No voy a quedarme despierto toda la noche porque tú seas una cobarde.

Annie se arrepintió de inmediato de llamarle asesino, pero la única forma que se le ocurrió de defenderse fue provocando su ira. Su miedo virginal no la había protegido de él ni de sí misma; Rafe lo había sabido, y había ido desarmándola poco a poco. Sólo la sorpresa, junto a la amenaza del dolor, le había permitido resistir su seducción la primera vez. Cuando regresó a la cabaña, le desesperaba pensar que se rendiría a él la próxima vez que la tocara. Rafe había confundido la causa y había pensado que era miedo, sin embargo, Annie todavía podía sentir el punzante deseo que él había despertado en lo más profundo de su ser.

Ante su vacilación, Rafe se agachó, la cogió del brazo y la puso de pie de un tirón. Al instante, Annie levantó las manos para protegerse de él.

– ¡Al menos, deja que duerma vestida! Por favor. No me obligues a quitarme la ropa.

A Rafe le entraron ganas de zarandearla y de decirle que un pololo de algodón no la protegería de él si decidía tomarla. Pero quizá su indomable cuerpo se comportaría mejor si ella permanecía cubierta de ropa, si no podía sentir su suave piel contra la suya.

– Acuéstate -le ordenó.

Annie, agradecida, se metió entre las mantas y se acurrucó en su lado, lejos de él.

Rafe se tumbó con la mirada fija en el techo lleno de sombras. Ella lo consideraba un asesino. Mucha gente creía lo mismo, y habían puesto un precio muy alto a su cabeza. Demonios, sí, él había matado. Incluso antes de que empezara a huir para salvar su vida, hacía tiempo que había perdido la cuenta de a cuántos hombres había dado muerte. Pero eso había sido en tiempos de guerra. Después sólo se había defendido de los cazarrecompensas que habían ido tras él. Cuando tenía que elegir entre la vida de otro hombre y la suya propia, el otro siempre había quedado en un lejano segundo lugar.

Él no era un ciudadano honrado, el tipo de hombre con el que una mujer soñaba casarse y establecerse. Desde que huía de la justicia, había mentido, robado y matado, y lo volvería a hacer si era necesario. Su futuro parecía condenadamente sombrío, aunque consiguiera seguir burlando a la justicia. Había secuestrado a Annie y la había arrastrado hasta aquel lugar en las montañas, aterrorizándola. Mirándolo así, ¿por qué iba a querer una mujer entregarse a él? ¿Por qué entonces le había dolido tanto que ella lo llamara «asesino»?

Porque era Annie. Porque la deseaba con cada poro de su piel, con cada gota de sangre que circulaba por su cuerpo.