– Tranquila -susurró él, ignorando sus inútiles forcejeos. La rodeó por los hombros con el otro brazo e hizo que se apoyara contra su pecho mientras introducía aún más el dedo en su tierno cuerpo-. Deja de resistirte, cariño, sabes que esto hará que te sientas mejor.
Lo sabía, pero no deseaba sus atenciones ni su interés. Annie no se había sentido nunca tan furiosa y sólo quería alimentar su amarga ira.
Finalmente, Rafe apartó la mano de ella y la empujó con delicadeza para que se tumbara. Cuando la cubrió con la manta, Annie soltó un tembloroso gemido de alivio y prefirió cerrar los ojos en Jugar de observarlo mientras se movía por la cabaña. ¿Por qué no se ponía algo de ropa?, se preguntó enfadada. Incluso se planteó el vestirse ella misma, pero la sola idea de tener que abandonar la protección de la manta para hacerlo la mantuvo donde estaba.
De pronto, sintió que él se tumbaba a su lado y se tensó. Sin embargo, no pronunció protesta alguna. La única alternativa a compartir el calor de sus cuerpos era que cada uno se envolviera en una manta, y no parecía una solución muy eficaz. Al recordar la gélida temperatura exterior, supo que en la cabaña haría mucho más frío de lo normal por la mañana y que necesitarían todo el calor disponible, aunque no le gustara la idea.
Sin previo aviso, Rafe colocó el brazo bajo su cabeza y la hizo girarse envolviéndola con su cuerpo. Furiosa, Annie se resistió y lo empujó con las manos.
– ¿Te gustaría abofetearme? -le preguntó él, rozándole el pelo con los labios.
La joven tragó saliva.
– Sí.
– ¿Te sentirás mejor si lo haces?
Annie reflexionó sobre ello y, tras unos segundos, le respondió:
– No. Sólo quiero que me dejes tranquila.
La desesperación en su voz hizo que a Rafe se le encogiera el corazón.
– No volverá a dolerte tanto, cariño.
La joven no respondió y él intuyó que Annie estaba pensando en que no probaría suerte de nuevo, que por lo que a ella concernía, ésa había sido su primera y última vez. Sabiendo que necesitaba consuelo, Rafe le puso la mano bajo la barbilla, le levantó la cabeza con exquisita ternura y depositó en sus labios un beso tan leve como una brisa.
– Lo siento -susurró-. Debería haber ido mucho más despacio. Yo… perdí el control.
Tendría que haberse controlado, sin embargo, casi desde el principio, había sabido que hacerle el amor a Annie no sería como hacérselo a cualquier otra mujer. Ella era única, y así había sido su propia respuesta hacia ella. No encontraba una forma de explicárselo sin parecer un loco, porque estaba seguro de que ella no conocía, ni tampoco entendería, el extraño y ardiente éxtasis que le provocaban sus caricias. Cuando la había penetrado, la sensación había sido tan intensa que llegó a pensar que todo su cuerpo estallaría. Sólo el hecho de recordarlo ya hacía que su miembro se tensara a causa de la excitación.
– Lo mismo me ha ocurrido a mí. He perdido el control de mi sentido común.
– Annie, pequeña -empezó él, pero se detuvo porque no podía pensar en ninguna palabra que pudiera reconfortarla. Estaba dolorida y decepcionada y, aunque todavía no podía demostrarle que no sentiría dolor cuando se entregara a él de nuevo, era hora del hacer algo con esa sensación de decepción que la invadía en lugar de intentar consolarla.
Volvió a apoderarse de su boca, y aquella vez, mantuvo durante más tiempo el tierno y cálido contacto. Annie no abrió los labios, pero Rafe no lo esperaba todavía y no quería forzar su respuesta. La besó una y otra vez, no sólo en los labios, sino también en las mejillas, las sienes, los ojos, en la delicada piel de su barbilla. Le susurró lo increíblemente bella que era, cómo le gustaba soltarle el pelo, lo suave y sedosa que era su piel. Annie, muy a su pesar, escuchó, y él percibió cómo cedía parte de la tensión de su cuerpo.
Muy despacio, Rafe deslizó la mano hasta uno de sus senos y empezó a acariciarlo con un movimiento lento e hipnótico. Annie se puso tensa de nuevo, pero él continuó con los tiernos besos y sus susurros tranquilizadores hasta que volvió a relajarse. Sólo entonces, rozó con el encallecido pulgar el exquisitamente sensible y pequeño pezón, convirtiéndolo en un duro pico al instante. La joven se estremeció, y luego se quedó muy quieta entre sus brazos. ¿Era miedo o estaba sintiendo los primeros latigazos de la excitación?, se preguntó Rafe. Le dedicó una última caricia al pezón antes de abandonarlo y deslizar la mano hasta su otro seno, presionándolo hasta hacerlo crecer y alcanzar la misma turgencia. Annie seguía sin moverse, pero él estaba tan pendiente de ella que escuchó cómo su respiración se convertía en rápidos y pequeños jadeos.
Unió su boca a la suya con sensual determinación y, tras un momento de duda, ella cedió separando los labios suavemente. Rafe actuó con prudencia y en lugar de invadirla bruscamente con la lengua, saboreó las diferentes texturas de su boca con ligeras caricias que poco a poco se fueron haciendo más profundas hasta que ella respondió plenamente a sus demandas.
Rafe empezó a respirar de forma entrecortada, pero mantuvo a raya su control. No importaba lo que le costara, esa vez sería sólo para ella. Le aterraba pensar que si no era capaz de darle placer, ella se alejaría de él para siempre, y no se sintió capaz de soportarlo.
Los cambios que percibía en su cuerpo eran pequeños, aunque significativos. Su cuerpo perdió la rigidez y su piel se volvió más cálida y húmeda. Su corazón latía en un ligero repiqueteo que notaba en su palma mientras continuaba acariciando sus pechos. Sus pezones parecían dos pequeñas y duras cimas que torturaba entre sus dedos y, de pronto, sintió un deseo incontenible de disfrutar de su sabor, de succionar y mordisquearle los pechos. La había tomado, pero no le había hecho el amor, y deseaba compartir con ella todas las intimidades que podía haber entre un hombre y su mujer. Ella era suya, pensó ferozmente. Cada suave milímetro de ella.
Los brazos de Annie rodearon sus hombros y sus dedos le acariciaron el cuello antes de deslizarse hasta su pelo. Al sentir el roce de sus manos en su piel, Rafe se sintió invadido por un intenso calor y su rígida erección palpitó con fuerza clamando por ella. Si la vacilante respuesta de Annie tenía ese efecto en él, Rafe se preguntó si sería capaz de sobrevivir en caso de que ella estuviera totalmente excitada. No se le ocurría una forma mejor de morir.
Rafe le pasó un brazo bajo la cintura haciendo que arqueara la espalda y trazó un ardiente sendero de besos en la esbelta columna de su cuello, demorándose en el pequeño hueco que había en la base para sentir con la lengua la salvaje agitación de su pulso bajo la translúcida piel. Desde ahí, su boca recorrió el frágil arco de su clavícula, que lo llevó hasta la sensible unión del hombro y el cuello. Escuchó el grave y ahogado gemido que emitió Annie y un escalofrío recorrió su piel, haciendo que el vello se le erizara.
Rafe no pudo resistir por más tiempo la tentación. Le quitó la manta e inclinó la cabeza sobre uno de sus senos, rodeando el pezón con su lengua y haciendo que se endureciera aún más antes de llevárselo a la boca con una fuerte succión. Su sabor era embriagador, tan cálido y dulce como la miel silvestre, y ella fue incapaz de reprimir los entrecortados y pequeños gritos de placer que salieron de su garganta. Su cuerpo se retorcía contra él pidiéndole más y Rafe deslizó la mano entre sus piernas.
Presa del deseo, Annie volvió a gritar. Una lejana voz en su mente gemía desesperada, pero era incapaz de hacer nada contra el torbellino de pasión que él había provocado en su interior, haciéndola girar y girar, y arrastrándola más y más Jejos hacia el borde de un oscuro y desconocido abismo. Se sentía corno si estuviera en llamas, con todo su cuerpo ardiendo, y sus pechos estaban llenos y doloridos a causa de la dulce tortura a la que estaban siendo sometidos. Era una tortura, estaba segura de ello, pues ¿por qué otra razón utilizaba contra ella el fiero látigo del placer, hasta el punto de locura en el que le rogaría que la tomara de nuevo en un acto que sólo le había aportado dolor y remordimientos? Se hallaba completamente indefensa y desvalida frente a él. La había tranquilizado con dulces besos, la había calmado para que aceptara sus caricias sobre sus senos, y luego había usado el placer que su propio cuerpo sentía contra ella. Se había dado cuenta de ello vagamente cuando Rafe había empezado a apoderarse de su boca con esos profundos, embriagadores y violentamente posesivos besos, pero ya había sido demasiado tarde para ella. Una vez que los firmes labios masculinos se habían cerrado sobre su pecho de esa manera tan sorprendente, no había sido capaz de resistirse y había disfrutado intensamente de la ardiente intimidad. En ese momento, la estaba acariciando de una forma que no había hecho antes, trazando círculos lentamente con la áspera punta de su dedo alrededor del pequeño y sensible nudo de nervios que guardaban los húmedos pliegues de su zona más íntima, y habría gritado si hubiera tenido bastante aire para hacerlo. Un fuego salvaje la atravesó al tiempo que todo su ser parecía centrarse en ese único punto. Sus piernas se habían abierto sin que ella supiera cuándo había ocurrido y podía sentía cómo latía y se tensaba aquel diminuto montículo como si suplicara cada caricia. Era una agonía, y el dedo de Rafe seguía dando vueltas de un modo exasperante, disminuyendo y aumentando la tensión al mismo tiempo. Entonces, apretó fuerte con el pulgar, casi bruscamente, mientras bordeaba la suave y dolorida entrada a su cuerpo con una ligera caricia. Incapaz de reprimir los gemidos que surgían de su garganta, Annie se estremeció y sus caderas empezaron a balancearse sensualmente. Sentía su boca sobre su pecho y su mano entre sus piernas, y empezaba a sentirse desbordada por las vibrantes sensaciones que la recorrían.