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– Vamos, pequeña, levántate.

– Enseguida. Ahora hace demasiado frío.

Escuchó cómo él se vestía y luego el silencio inundó la cabaña. Su piel se erizó a causa del frío y Annie se obligó a abrir los ojos.

Sorprendida, observó a Rafe sosteniendo su camisola frente al fuego para calentarla. Él le dio la vuelta a la prenda, volvió a colocarla cerca de las llamas para eliminar el frío de la tela y después la arrugó entre sus manos para mantener el calor mientras la metía bajo la manta. Sentir el tacto del cálido algodón contra su piel fue una sensación maravillosa. Confusa, Annie se quedó mirando a Rafe fijamente cuando le vio coger sus pololos para repetir aquella delicada gentileza.

La joven se puso la camisola sin destaparse, sin embargo, su mente ya no estaba centrada en la vergüenza de tener que mirarle a la cara, o incluso de estar desnuda frente a él. Rafe deslizó los pololos por debajo de la manta e, inmediatamente, cogió su blusa y la sostuvo frente a las llamas con expresión absorta. El corazón de Annie se aceleró dolorosamente y casi se echó a llorar mientras se ponía su ropa interior. Había conocido el terror en sus manos, pero él también había mostrado una tosca preocupación por su bienestar. La había poseído, le había hecho daño, pero luego la había cuidado y le había hecho sumergirse en un oscuro torbellino de pasión. Cuando le pidió que le hiciera el amor, creía estar medio enamorada de él; sin embargo, ahora sabía que sus sentimientos por Rafe iban mucho más allá. El cuidado que ponía en calentar su ropa la cogió desprevenida y cambió para siempre algo fundamental en su interior. Annie pudo sentir cómo se producía aquel cambio en lo más profundo de su alma y se quedó mirando a Rafe con ojos aturdidos y afligidos, reconociendo claramente lo que le estaba sucediendo. Lo amaba y su vida nunca volvería a ser la misma.

– Aquí tienes. -Rafe le acercó la blusa, la ayudó a ponérsela y luego le frotó los brazos y los hombros para que entrara en calor-. Voy a por un cubo de agua fresca mientras acabas de vestirte.

Sonriendo, le apartó el alborotado pelo de la cara con ternura antes de ponerse el abrigo y coger el cubo. Una gélida ráfaga de aire se coló en el interior de la cabaña cuando Rafe abrió la puerta y Annie se envolvió en la manta temblando. Nunca había sentido tanto frío. Si él no la hubiera detenido la noche anterior, ya estaría muerta, pensó estremeciéndose.

Terminó de vestirse y había empezado a desenredar con mucho cuidado su pelo cuando Rafe volvió a entrar acompañado por otra ráfaga de aire helado.

– ¿Está nevando? -preguntó Annie. No había mirado hacia el exterior ninguna de las dos veces que él había abierto la puerta, prefiriendo esconder su rostro del frío.

– Todavía no, pero hace un frío del demonio.

Sin más, Rafe se agachó y empezó a preparar café.

La joven se preguntó cómo se podía comportar con tanta naturalidad después de la noche que acababan de compartir. Entonces, sintió una punzada de dolor al darse cuenta de que Rafe le había hecho el amor a otras mujeres antes y de que la situación no era nueva para él, Haciendo un terrible esfuerzo, se obligó a sí misma a enfrentarse a la realidad de que el hecho de haberse acostado con ella no significaba que compartiera sus sentimientos.

De pronto, Rafe se volvió y la atrajo hacia sí abriendo su abrigo y envolviéndola en su calidez.

– No vuelvas a intentar escapar de mí nunca más -le advirtió con voz áspera y fiera.

Annie le rodeó la cintura con los brazos, poniendo atención en no apretar sus heridas.

– No -susurró ella contra su pecho.

Rafe le rozó el pelo con los labios. La idea de que la joven pudiera haberse perdido allí fuera con ese frío glacial, sin ni siquiera un abrigo, le hizo desear darle unos buenos azotes y al mismo tiempo, estrecharla con fuerza contra él. Dios, había estado tan cerca de perderla…

Annie le estaba pasando las manos con suavidad por la espalda, dejando un rastro de resplandeciente calor tras ellas. Su miembro palpitó en respuesta y, con una vaga incredulidad, Rafe se preguntó si su efecto sobre él se debilitaría o si su tacto siempre provocaría una inmediata reacción sexual en su cuerpo.

La acercó aún más a él y la meció con ternura entre sus brazos.

– ¿Estás bien?

Annie sabía a qué se refería y su rostro adquirió un fuerte tono rojo.

– Sí -contestó avergonzada.

Él le echó la cabeza hacia atrás, y sus claros ojos grises buscaron respuestas en las oscuras profundidades de los suyos.

– ¿No te duele?

Annie se ruborizó aún más.

– Un poco. Pero no tanto como esperaba. -Por supuesto, el hecho de que Rafe le hubiera aplicado la salvia de olmo resbaladiza había ayudado mucho a reducir la molestia. El recuerdo de cómo se la había aplicado hizo que se avergonzara aun más.

– Debería haberte examinado antes de que te vistieras. -Su voz se hizo más profunda-. ¿Necesitas que te aplique más salvia?

– ¡No!

– Yo creo que sí. Déjame ver.

– ¡Rafe! -gritó ella, con el rostro tan encendido que creyó que ardería en llamas.

Los labios de Rafe se curvaron en una sonrisa y sus ojos se entrecerraron ante la reacción de Annie a sus provocaciones.

– No te avergüences, cariño. Si no fuera porque me preocupaba que te doliera demasiado, hubiera estado encima de ti antes de que te despertaras esta mañana.

Sintiendo que el corazón latía desbocado contra su pecho, Annie levantó la mirada hacia él con los ojos abiertos de par en par. Durante la noche, Rafe había hecho que alcanzara cotas de placer inimaginables, pero se mostraba cautelosa con respecto a la penetración en sí. ¿Y si siempre era tan doloroso?

Rafe frunció el ceño al ver su expresión.

– Tú lo sabías -afirmó pausadamente-, anoche ya sabías que no sería la única vez.

Lo dijo en un tono de voz que afirmaba más que preguntaba. Annie se mordió el labio.

– Sí, lo sabía. -La dura realidad era que, si Rafe la deseaba, ella lo complacería y confiaría en que fuera cada vez más fácil. No había vuelta atrás y tampoco lo deseaba. Todavía estaba recuperándose de la conmoción que le había causado darse cuenta de que lo amaba, pero era plenamente consciente de que lo que sentía implicaba entregarse por entero a él.

Rafe inclinó la cabeza para besarla y su fuerte mano cubrió uno de sus senos en un movimiento posesivo que no reflejó la más mínima vacilación.

– Voy a encargarme de los caballos y a comprobar las trampas mientras tú preparas el desayuno. -Volvió a besarla antes de soltarla y después se dirigió a la puerta, poniéndose el sombrero.

– ¡Espera! -Annie se quedó mirándolo. A pesar de la manera en que había trabajado el día anterior y la forma en que le había hecho el amor, hacía tan sólo un par de días atrás, él había estado muy enfermo y la joven no estaba segura de querer que fuera a comprobar tas trampas solo.

Rafe se detuvo dirigiéndole una mirada interrogante, que hizo que Annie se pusiera nerviosa sin saber por qué.

– ¿No quieres una taza de café primero?

Él miró hacia el fuego.

– Todavía no está listo.

– Pero lo estará enseguida. Necesitas tomar algo caliente antes de volver a salir. Desayunemos primero y luego te acompañaré.

– Tu abrigo no es lo bastante grueso para permitirte estar ahí fuera durante tanto tiempo.

– De todas formas, desayuna primero.

– ¿Por qué? Puedo acabarlo todo para cuando tú hayas terminado de prepararlo.

– Porque no quiero que vayas solo a comprobar las trampas -respondió apresuradamente.