Intentando concentrarse en hacer la comida, Annie puso a hervir a fuego lento el estofado y luego paseó la mirada por la oscura cabaña con ansiedad.
– No sé cuánto tiempo podré soportar el hecho de pasar todo el día en esta penumbra. Ahora ya sé por qué la gente paga una fortuna para que le envíen cristal hasta aquí.
– Tengo algunas velas -le recordó Rafe.
Annie suspiró.
– Pero, ¿qué pasará si nieva durante días? No creo que tengas tantas velas.
– No, sólo unas cuantas.
– Entonces, será mejor que las guardemos.
Rafe pensó en todos los métodos para suministrar luz que había conocido a lo largo de los años. Las lámparas de aceite eran lo mejor, desde luego, pero no tenían ninguna. También estaban las antorchas de madera impregnadas con alquitrán, aunque olían condenadamente mal. A él la penumbra no le molestaba; tenía nervios de acero y había aprendido a ser paciente y a sobrevivir en condiciones infrahumanas. Annie, sin embargo, probablemente no habría pasado ni un solo día de su vida sin ver la luz del sol, y era comprensible que eso le crispara los nervios.
Con cuidado, Rafe dejó las armas a un lado.
– Quizá -comentó, observándola con mucha atención-, necesitas descubrir algo en la oscuridad que te guste para saber apreciarla.
Annie iba a responder cuando vio que los grises ojos de Rafe brillaban con deseo bajo la luz del fuego. La joven tragó saliva y abrió aún más los ojos, pero él la tomó en sus brazos antes de que pudiera protestar y la depositó con cuidado sobre el camastro.
Annie se estremeció y lo miró con aire inseguro mientras él le pasaba un brazo por debajo de la cabeza y se inclinaba sobre ella para besarla.
– No te dolerá, pequeña -le dijo con ese grave y calmado acento sureño que Annie identificó como el tono que usaba en las situaciones más íntimas-. Ya lo verás.
Lo único que la joven pudo hacer fue confiar en él. Era incapaz de resistirse a la avalancha de sensaciones que se condensaban en su vientre. La noche anterior, Rafe le había mostrado todo el placer que su cuerpo era capaz de conocer, y sus besos hicieron surgir con fuerza el deseo de sentirlo de nuevo. Volvió a seducirla con ligeros roces de su boca que poco a poco fueron haciéndose más profundos, y con firmes caricias por encima de su ropa que pronto consiguieron que anhelara deshacerse de las barreras que había entre su piel y la suya. Pero él no la desnudó de forma apresurada, sino que fue quitándole despacio una prenda detrás de otra, alternándolas con sus pacientes besos y caricias. Cuando Rafe deslizó por fin la mano por debajo de su camisola y tomó posesión de uno de sus senos, Annie emitió un rápido y ronco suspiro de alivio.
Al escucharlo, él curvó sus duros labios formando una sonrisa, en un gesto de pura satisfacción masculina más que de diversión.
– Te gusta, ¿verdad?
Le bajó los tirantes de la camisola por los hombros y la prenda cayó mostrando su desnudez. Rafe pensó que nunca había visto unos pechos más firmes, tersos, redondos y orgullosamente erguidos. No eran grandes, pero llenaban sus manos a la perfección. Sus suaves y rosados pezones estaban inflamados por su contacto y Rafe los lamió sin prisa ignorando obstinadamente su potente erección, decidido a que ella obtuviera tanto placer como él.
Las manos de la joven tiraban de su camisa expresando su frustración y Rafe se detuvo el tiempo suficiente para sacarse la prenda por la cabeza.
El calor y el poder que desprendía su torso desnudo oprimían a Annie, y sus senos se tensaron bajo su contacto. Sintió que una llamarada de fuego la atravesaba y se movió impaciente contra su cuerpo en busca de alivio. Percatándose de pronto de que Rafe estaba soltando las cintas de sus pololos, Annie elevó las caderas para ayudarle a quitárselos y sus muslos se abrieron con ansiedad e impaciencia por sentir sus caricias.
Al principio, los largos dedos de Rafe fueron suaves al explorar los aterciopelados pliegues de su feminidad, no más que un ligero roce, pero pronto buscaron y se concentraron en el punto más sensible su cuerpo. La intensa y maravillosa tensión que había conocido la noche anterior se empezó a apoderar de nuevo de Annie, y no pudo evitar jadear.
Inclementes, los dedos de Rafe se deslizaron en la estrecha y húmeda abertura que daba acceso al interior de su cuerpo y ella gritó arqueando las caderas. Él la obligó a echar la cabeza hacia atrás con un beso tan intenso y profundo que magulló sus labios, y Annie se aferró a sus fuertes y desnudos hombros, moviéndose sensualmente contra él.
Reprimiendo una maldición al sentir la angustiosa excitación de la joven, Rafe se desabrochó los pantalones y se los quitó. Le abrió aún más las piernas y deslizó sus caderas entre ellas, apretando los dientes ante la oleada de calor que atravesó su miembro cuando la rozó . Annie se quedó quieta al instante, aterrada ante la idea de volver a sentir dolor. Con determinación, Rafe colocó la gruesa punta de su erección contra ella, sostuvo la cabeza de Annie entre sus manos e hizo que lo mirara a los ojos mientras, lenta e inexorablemente, se introducía en su interior.
La joven aspiró con fuerza y sus pupilas se dilataron hasta que sus ojos fueron enormes estanques negros. Vagamente, se dio cuenta de que no sentía el terrible dolor de la vez anterior, pero la sensación de que estaba siendo invadida, de que la estiraban por dentro resultaba devastadora. Su carne todavía estaba tierna y un poco dolorida, y las terminaciones nerviosas lanzaron una protesta cuando su duro miembro la forzó a abrirse. Su cuerpo intentó cerrarse a él en un vano esfuerzo por detener aquella intrusión y Rafe gruñó en voz alta, apoyando la frente sobre la suya.
Aún así, siguió empujando inexorablemente hasta que se hundió en ella por completo. Annie lo sintió muy adentro, rozando la entrada de su útero, y, de pronto, un placer salvaje la atravesó.
Rafe esperó unos segundos antes de retirarse con cuidado unos centímetros y volver a penetrarla de nuevo. Después repitió el mismo movimiento, despacio al principio, y luego con creciente velocidad y fuerza mientras sentía que los músculos internos de la joven se contraían en torno a él, resbaladizos y calientes.
Annie no podía soportar la vorágine de sensaciones que se acumulaban en su vientre y que amenazaban con arrastrarla a un lugar desconocido. Era demasiado aterrador. Intentó deslizarse hacia atrás alejándose de él, pero Rafe pasó las manos por debajo de sus hombros y la sujetó.
– No te resistas -le susurró rozándole la sien con su cálido aliento-. Es demasiado bueno para resistirse. ¿Te duele?
– No -consiguió jadear Annie, y habría sollozado de haber tenido el suficiente aire.
Las caderas de Rafe retrocedían y avanzaban sin piedad, llenándola por completo. Sus propias caderas se balanceaban hacia delante y hacia atrás sin que ella pudiera controlarlas, y, desesperada, empezó a forcejear.
– No pasa nada -la tranquilizó Rafe sujetándole los brazos-. Sólo déjate llevar.
Consciente del temor de Annie, movió su cuerpo sobre ella de forma que cada vez que la embistiera, la base de su miembro rozara contra el centro de placer de la joven.
– Elévate y pégate a mí, pequeña -le ordenó con un profundo gruñido.
Annie no lo hizo. No podía. Le parecía que estaba luchando por su vida intentando alejarse de él, empujando con fuerza las caderas contra la manta. La pasión que Rafe estaba despertando en ella era tan intensa que no se atrevía a dejar que explotara y sólo pudo emitir unos sollozos ahogados que le quemaban en la garganta.