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El cazarrecompensas se movió levemente, con todos sus instintos alerta. Al igual que un lobo, había percibido que su presa estaba cerca y dispararía en cuanto apareciera. Si Annie no hacía algo, Rafe moriría ante ella y la luz de aquellos fieros ojos se apagaría hasta sumirse en una oscuridad total.

Por el rabillo del ojo, vio que Rafe se abalanzaba hacia la puerta, atacando como una pantera en una silenciosa y fluida explosión de poder y velocidad. Annie empezó a gritar, pero no salió ningún sonido de su garganta. Con rapidez, Trahern levantó la mano que sostenía el revólver y, entonces, casi sin ser consciente de ello, la joven apuntó en su dirección y disparó a través de la tela de la falda.

Capítulo 11

Varias explosiones de armas sacudieron a la vez la diminuta estancia, dejando sorda a la joven. Todo se llenó de humo y el fuerte olor a pólvora le quemó las fosas nasales. Se quedó paralizada, con el revólver aferrado en la mano y el cañón sobresaliendo de los restos de su bolsillo, quemado y hecho jirones. Rafe apareció de pronto ante ella, a pesar de que Annie no recordaba haberlo visto entrar. Alguien gritaba.

Rafe también gritaba mientras le golpeaba en la pierna y la cadera, pero la joven no sabía qué decía debido al zumbido que llenaba sus oídos. Empezó a sollozar intentando apartarlo de ella y entonces se dio cuenta de que su falda estaba en llamas.

De golpe, la realidad volvió a imponerse en su confusa mente.

Después de sofocar el fuego de su falda, Rafe atravesó la habitación para alejar el revólver de la mano estirada de Trahern con una patada, y los gritos se convirtieron en quejidos. Annie consiguió dar unos pasos con piernas temblorosas y al ver al cazarrecompensas encogido en el suelo, se quedó inmóvil de nuevo.

La sangre empapaba su bajo vientre, tiñendo su camisa y sus pantalones de negro en las oscuras profundidades de la cabaña. Formó un charco a su alrededor y por debajo de su cuerpo, filtrándose a través de las grietas del suelo. Tenía los ojos abiertos y su rostro estaba totalmente pálido.

– ¿Por qué no me has disparado? -le preguntó Rafe a Trahern con aspereza, al tiempo que se agachaba sobre una rodilla junto a él. Sabía que le había ofrecido la oportunidad perfecta cuando le dio la espalda para apagar las llamas que habían prendido la falda de Annie. Pero nada más pareció importar, excepto llegar hasta ella antes de que el fuego se extendiera.

– ¿Para qué? -respondió Trahern con voz ronca-. No voy a poder ir a recoger el dinero. Al diablo con él.

Volvió a gemir y continuó hablando.

– Maldita sea. No se me ocurrió en ningún momento comprobar si ella estaba armada.

El horror invadió a Annie. Había disparado a un hombre. Había oído varios disparos, pero, de alguna forma, supo que Trahern ya estaba cayendo incluso antes de que Rafe atravesara la puerta. Ni siquiera sabía cómo había logrado levantar el percutor, sin embargo, la bala había dado en el blanco y Trahern estaba en el suelo desangrándose.

De pronto, recuperó la movilidad y se dio la vuelta para coger su maletín, arrastrándolo por el suelo hacia el cazarrecompensas.

– Tengo que detener la hemorragia -dijo desesperadamente mientras se arrodillaba junto a Rafe.

Al ver de cerca la horrible herida de Trahern, Annie no pudo evitar estremecerse. El disparo le había alcanzado el intestino y sus conocimientos médicos le dijeron que era hombre muerto, aunque su instinto le gritaba que hiciera algo para ayudarle.

Llena de angustia, alargó las manos hacia él.

– No -se opuso Rafe, sujetándola con fuerza. Estaba convencido de que ni siquiera el tacto curativo de Annie podría funcionar con una herida de tal magnitud-. Ya no puedes hacer nada por él, cariño. -Sus ojos grises tenían una dura expresión.

– Puedo detener la hemorragia -sollozó la joven intentando liberar sus manos-. Sé que puedo detenerla.

– Si no le importa, señora, prefiero desangrarme a seguir con el veneno en mis entrañas y tardar un par de largos días en morir -intervino el cazarrecompensas, adormilado-. Al menos, ahora apenas me duele.

Annie tomó aire dolorosamente e intentó pensar de una forma racional. La herida sangraba demasiado. Por el lugar donde se encontraba, y por enorme la cantidad de sangre que manaba de ella, dedujo que la bala debía haber cortado o, al menos, desgarrado la enorme vena que recorría la espina dorsal. Rafe tenía razón; era imposible que ella pudiera salvarlo. A Trahern apenas le quedaban unos minutos de vida.

– He tenido mala suerte -murmuró el cazarrecompensas-. Perdí tu rastro en Silver Mesa y decidí quedarme allí hasta que mi pierna se recuperara. Salí ayer y he visto vuestro humo esta mañana. Maldita mala suerte.

Cerró los ojos y pareció estar descansando durante un momento.

– Se sabe que estás en la zona -dijo abriendo los ojos con dificultad-. Hay otros cazarrecompensas… Y también tienes a un marshal siguiéndote el rastro. Un tal Atwater. Maldito sabueso. Eres muy bueno huyendo, McCay, pero Atwater no se rendirá.

Rafe había oído hablar de aquel hombre. Noah Atwater, al igual, o quizá más, que Trahern, no conocía el significado de la palabra «abandonar». Tenía que alejarse de aquella región, y rápido. Miró a Annie y sintió como si un mazo le golpeara el corazón.

Trahern tosió. Parecía confuso.

– ¿Tenéis whisky? No me vendría mal un trago.

– No. No tenemos -respondió Rafe, acercando aún más a Annie hacia sí.

– Podría darle algo de láudano -dijo ella intentando de nuevo liberar sus manos-. Rafe, suéltame. Sé que no hay mucho que pueda hacer, pero el láudano le ayudará a soportar el dolor.

– Ya no lo necesita, cariño -le explicó él con suavidad, atrayendo su cabeza contra su hombro.

Annie se apartó y fue entonces cuando vio el rostro de Trahern. Estaba totalmente inmóvil. Rafe alargó la mano y le cerró los ojos.

Annie estaba sentada sobre una roca, fuera de la cabaña. Rafe la había llevado hasta allí y la había hecho sentarse con delicadeza. Paralizada por la conmoción, se aferraba a la manta que la envolvía, incapaz de entrar en calor.

Había matado a un hombre. Repasaba mentalmente los acontecimientos una y otra vez, sabiendo que no había tenido opción, que había tenido que disparar. La bala había alcanzado su objetivo por pura casualidad, sin embargo, eso no le servía de excusa. Aunque hubiera sabido que el tiro mataría a Trahern, habría disparado igualmente para salvar a Rafe. Pero saberlo no cambiaba el hecho de que había roto el juramento hipocrático que gobernaba la vida de los médicos. Había traicionado sus propios valores quitando una vida en lugar de hacer todo lo que estuviera en su mano para salvarla. Y ser consciente de que volvería a hacerlo si se encontraba de nuevo en las mismas circunstancias, resultaba demoledor.

Rafe estaba reuniendo todas sus pertenencias de una forma rápida y eficiente. El suelo estaba demasiado helado para poder enterrar a Trahern, así que el cuerpo aún seguía en la cabaña y Annie se sentía incapaz de volver a entrar allí.

Entretanto, Rafe estaba considerando cuáles eran las opciones que se presentaban ante él Tenía las armas de Trahern y sus provisiones, y su propio caballo estaba bien alimentado y descansado, así que no necesitaría conseguir comida en un tiempo. Tenía que llevar a Annie a Silver Mesa; luego acortaría camino hacia el sur por el desierto de Arizona y se dirigiría a México. Eso no detendría a los cazarrecompensas, pero al menos conseguiría deshacerse de Atwater.

Annie… no, no podía permitirse a sí mismo pensar en Annie. Había sabido desde el principio que no dispondrían de mucho tiempo para estar juntos. La llevaría hasta su casa y su trabajo, y le dejaría continuar con su vida.