Sin embargo, estaba preocupado por ella. No había pronunciado ni una sola palabra desde que Trahern había muerto. Tenía el rostro pálido y sereno, y los ojos muy negros y abiertos debido a la conmoción. Rafe recordó la primera vez que había matado a un hombre, durante la guerra; había estado vomitando hasta que tuvo la garganta en carne viva y los músculos del estómago le dolieron por el esfuerzo. Annie, en cambio, no había vomitado, pero él se habría sentido mejor si lo hubiera hecho.
Rafe ensilló los caballos con eficiencia y se acercó a ella. Se sentó sobre sus talones y tomó sus frías manos entre las suyas para frotárselas y darle algo de su calor.
– Tenemos que irnos, pequeña. Al atardecer, ya habremos dejado atrás las montañas, y esta noche ya podrás dormir en tu cama.
Annie lo miró como si hubiera perdido la razón.
– No puedo volver a Silver Mesa -protestó. Esas eran las primeras palabras que decía en una hora.
– Por supuesto que puedes. Tienes que volver. Te sentirás mejor en cuanto llegues a casa.
– He matado a un hombre -adujo sin rodeos-. Si vuelvo me arrestarán.
– No, cariño. Escucha. -Rafe ya había pensado en eso. Seguramente, mucha gente sabría que Trahern le seguía la pista, y con Atwater siguiéndole de cerca, probablemente no pasaría mucho tiempo antes de que encontraran el cuerpo del cazarrecompensas en la cabaña-. Pensarán que lo hice yo. Nadie sabe que has estado conmigo, así que podemos seguir con el plan original.
Annie sacudió la cabeza.
– No permitiré que cargues con la culpa de algo que he hecho yo.
Rafe se quedó mirándola con incredulidad.
– ¿Qué?
– He dicho que no permitiré que te acusen de algo que no has hecho.
– Annie, cariño, ¿no lo entiendes? -Rafe le retiró un mechón de pelo de la cara-. Ya me buscan por asesinato. ¿Crees que lo de Trahern influirá en lo que me pase?
La joven lo miraba fijamente.
– Ya te han culpado de un crimen que no cometiste. No permitiré que cargues con el mío también.
– Maldita sea. -Rafe se puso en pie y se pasó una mano nerviosa por el pelo. No se le ocurría ninguna forma de hacerla entrar en razón. Debía estar todavía conmocionada, sin embargo, había tomado una decisión y no había nada que pudiera hacer para que cambiara de parecer. Rafe se obligó a considerar qué pasaría si ella llegaba a confesar. No era probable que la ahorcaran o la encarcelaran por matar a Trahern. Después de todo, era una mujer y una doctora respetada, y los representantes de la ley no tenían en muy alta estima a los cazarrecompensas. Pero, una vez que las circunstancias de la muerte de Trahern se hicieran públicas y que se supiera que Annie había pasado dos semanas en compañía de Rafe, sabía que la vida de la joven no valdría ni dos centavos. La mataría el mismo hombre que lo había hecho huir durante cuatro años. O mejor dicho, sus subordinados, ya que tenía el suficiente dinero como para no tener que ensuciarse las manos en los detalles, y mucho de ese dinero lo había ganado a costa de la sangre de otros hombres.
Tenía que llevarla con él.
La solución era tan sencilla como terrible. Rafe no sabía si Annie podría soportar una vida huyendo constantemente, pero de lo que sí estaba seguro era de que no viviría por mucho tiempo si la llevaba de vuelta a Silver Mesa. Malditos fueran sus valores. Annie no cambiaría de opinión y eso le costaría la vida; un precio que Rafe no estaba en absoluto dispuesto a pagar.
Pero, ¿qué supondría para ella tener que dejar todas las cosas por las que había tenido que trabajar tan duro? Ser médico significaba mucho para ella. Y era imposible que pudiera continuar con su vocación mientras estuviera con él.
Todo aquello eran lamentaciones inútiles, ya que no tenía elección. No permitiría que Annie corriera ningún riesgo, y eso era todo.
Quizá había sido la fiebre lo que lo había ofuscado cuando la sacó de su casa, o quizá podría haberse debido a su propia arrogancia. Sabía que era condenadamente bueno haciendo desaparecer su propio rastro. Había creído que estaba a salvo de Trahern y consideró seguro aprovecharse de los conocimientos médicos de Annie, disfrutar de su suave cuerpo y devolverla a Silver Mesa sin que nadie se diera cuenta. No había pensado en el azar, y ahora la joven estaba atrapada en la misma pesadilla en la que él vivía desde hacía cuatro años.
Lo único a su favor era que nadie sabía que estaban juntos. Atwater buscaba a un hombre solo, no a un hombre y a una mujer viajando juntos. Podría ser una buena tapadera.
Annie no lo había pensado, quizá porque todavía estaba demasiado aturdida por lo ocurrido, pero todo el mundo asumiría que él había matado a Trahern de todas maneras. Nadie sabía que la joven estaba con él, así que, ¿cómo iban a sospechar de ella? Estaría en peligro sólo si confesaba el crimen. Aunque eso no influía en su situación: Annie tenía que quedarse con él.
Sólo pensarlo le hacía sentirse mareado, y después de un momento, se dio cuenta de que se debía al alivio que sentía. Se había armado de valor para llevarla de vuelta a Silver Mesa, para decirle adiós y alejarse de ella. Pero ahora ya no tendría que hacerlo. Era suya.
Rafe volvió a agacharse frente a ella y sujetó su rostro entre sus fuertes manos, obligándola a dedicarle toda su atención. Los grandes ojos marrones de la joven parecían tan perdidos y desconcertados que no pudo evitar besarla intensa y profundamente. Y eso sí que atrajo su atención. Annie parpadeó e intentó apartarse de él, como si no comprendiera por qué Rafe estaba haciendo aquello cuando tenían cosas más importantes en las que pensar. Sólo para demostrar que era suya, y porque no podía tolerar que ella se alejara. Rafe volvió a besarla.
– No te llevaré de vuelta a Silver Mesa -le explicó-. Tendrás que quedarte conmigo.
Rafe no sabía si había esperado una discusión o no. Pero lo cierto es que no hubo ninguna. Annie se limitó a mirarlo durante un momento y luego asintió.
– De acuerdo. -La preocupación oscureció de pronto el rostro de la joven al darse cuenta de lo que significaría para Rafe llevarla con él -. Espero no retrasarte.
Lo haría, aunque no importaba. No podía dejarla atrás, simplemente no podía.
– Vamos. -Rafe la ayudó a levantarse-. Tenemos que irnos de aquí.
Annie subió a su caballo lo más rápido que pudo.
– ¿Por qué no nos llevamos el caballo de Trahern?
– Porque alguien podría reconocerlo.
– ¿Estará bien?
– Le he quitado la silla. Cuando esté lo bastante hambriento, tropezará a buscar hierba. Alguien lo encontrará o se volverá salvaje.
Annie miró la cabaña y pensó en Trahern muerto en su interior. Odiaba la idea de marcharse sin enterrarlo, pero aceptó que eso era imposible.
– Deja de pensar en ello -le ordenó Rafe-. No podías hacer nada, ni tampoco ahora puedes.
Era un consejo extremadamente pragmático y Annie sólo esperó ser lo bastante fuerte como para poder seguirlo.
La brillante luz del sol resultaba casi cegadora sobre la nieve, y el cielo era tan azul que la hacía sentir una terrible angustia en su interior. Un aroma fresco y dulce que parecía inundarlo todo anunciaba la explosión de nueva vida bajo la nieve cuando la primavera finalmente hiciera su aparición. Un hombre había muerto, sin embargo, el tiempo seguía avanzando. Dos semanas antes, un desconocido la había obligado a ir hasta las montañas en un viaje de pesadilla, haciendo que pasara miedo y frío, y presionándola hasta los límites de sus fuerzas y más allá. El invierno todavía envolvía entonces a la tierra en su crudo abrazo. Ahora estaba alejándose de esas mismas montañas con algo que podría ser pesar, siguiendo de buen grado al hombre que la había secuestrado, y esta vez estaba rodeada por una belleza tan salvaje e intensa que apenas podía asimilarla. En esas dos semanas, había curado a un fugitivo herido y se había enamorado de él. Se había convertido en la amante de ese hombre duro y alto con ojos glaciales, y para protegerlo, había matado a otro ser humano. Sólo habían pasado dos semanas, pero en ese periodo de tiempo, la tierra y su vida habían cambiado hasta volverse irreconocibles.