– ¿Ninguna lámpara de aceite?
– Te diré una cosa. Si encontramos otra cabaña donde podamos quedarnos, te prometo que encontraré una lámpara de aceite pata ti.
– Te tomo la palabra -le advirtió Annie.
– Dormiremos aquí -dijo Rafe, soltándola un momento y extendiendo una manta sobre el suelo-. Cuando amanezca, nos dirigiremos hacia el sur.
Ahora tenían las mantas de Trahern, y estaban por debajo de la gota de nieve, así que Annie sabía que no pasarían frío. La cuestión era si podría dormir. La joven se acurrucó en su lado y usó su propio brazo como almohada, pero tan pronto como cerró los ojos, vio el cuerpo de Trahern y volvió a abrirlos enseguida.
Rafe se tumbó junto a ella, extendió las mantas con cuidado y puso una mano sobre el vientre de la joven.
– Annie -susurró con ese tono especial en su voz que le decía que la deseaba.
Ella se tensó de inmediato. Después de todo lo que había pasado ese día, no se veía capaz de hacer el amor.
– No puedo -le respondió, con voz entrecortada.
– ¿Por qué no?
– Hoy he matado a un hombre.
Después de un momento de silencio, Rafe se incorporó sobre su codo.
– Fue un accidente. Tú no pretendías matarlo.
– Eso no cambia nada para él.
Se produjo otro silencio.
– Si pudieras volver atrás, ¿dispararías?
– Sí, lo haría -susurró Annie-. Aunque supiera que iba a matarlo, tendría que disparar igualmente. En ese aspecto, no puede considerarse un accidente.
– He matado hombres durante la guerra o para evitar que ellos me mataran a mí. Y he aprendido a no preocuparme pensando en por qué decidieron perseguirme; lo hicieron, y pagaron las consecuencias. No puedo vivir lamentando que soy yo el que está vivo, en lugar de ellos.
Annie sabía eso. Su mente lo aceptaba. Sin embargo, su corazón estaba conmocionado y triste. La mano de Rafe se volvió más insistente, haciéndola volverse sobre su espalda.
– No -protestó Annie-. No estaría bien.
Rafe intentó ver su rostro en la oscuridad. Había sido consciente durante todo el día de su profundo pesar, y aunque no podía ponerse en su lugar hasta el punto de poder sentir su dolor, se había sentido preocupado porque ella estaba sufriendo. Había esperado que el hecho de verse obligados a actuar rápido evitara que le diera más vueltas a lo sucedido, pero al parecer, no había sido así.
Los médicos pasaban sus vidas tratando de ayudar a los demás. La vocación había sido incluso más fuerte en el caso de Annie porque había tenido que luchar sólo para tener la oportunidad de estudiar. Su dulce Annie ni siquiera había sido capaz de hacerle daño cuando ella misma había temido por su vida; sin embargo, había disparado sin dudarlo para protegerlo, y ahora su alma sufría por ello.
Ella no sabía cómo enfrentarse a lo que había hecho. Cuando él se había visto forzado a enfrentarse a la muerte, no había tenido el lujo de disponer de tiempo para reflexionar sobre ello en medio de la batalla. Cuando todo acabó, había vomitado y se había preguntado si podría hacer frente a otro amanecer. Pero el sol había vuelto a salir después de todo y tuvo que luchar en muchas más batallas. Había aprendido lo frágil que era la vida del ser humano, lo fácil que resultaba acabar con ella y lo poco que importaba.
Annie nunca sería capaz de aceptar eso. La vida era algo muy valioso para ella, y a Rafe le desgarraba las entrañas pensar que había matado para defenderlo. Estaba llena de remordimiento y él no podía dejarla así. No sabía qué otra cosa hacer aparte de negarse a dejarla sola con la muerte llenando sus pensamientos.
– Annie -musitó inclinándose sobre ella-. Nuestras vidas no acaban aquí.
Sus fuertes manos estaban debajo de su falda, abriendo su pololo y bajándoselo. Apenas un instante después, le levantó la falda y se colocó sobre ella. Su peso la mantenía recostada contra la manta y sus muslos obligaron a los suyos a abrirse.
Su penetración le dolió debido a que no estaba preparada para recibirlo, pero sus delicadas manos se aferraron a su poderosa espalda. Sus potentes embestidas la hacían balancearse sobre la manta y su calor la reconfortó, por dentro y por fuera. Annie contuvo la respiración en un sollozo, alegrándose de que él no se hubiera detenido. Rafe le estaba haciendo el amor porque sabía cómo se sentía, al igual que sabía que la celebración de la vida era el único consuelo cuando uno se había enfrentado al espectro de la muerte. Él no permitiría que se regodeara en la culpabilidad. Esto es la vida, le estaba diciendo. Con la fuerza de su cuerpo, la arrastraba lejos de la escena de muerte que veía una y otra vez en su mente.
Finalmente, Annie consiguió dormir, exhausta por las demandas de él y la explosiva reacción de su propio cuerpo. Rafe la abrazó y sintió cómo el cuerpo de la joven se relajaba; sólo entonces, se permitió a sí mismo dormir.
Capítulo 12
– ¿Adónde vamos? -preguntó Annie cuando pararon a mediodía para comer y dejar descansar a los caballos.
– A México. Así conseguiré quitarme de encima a Atwater.
– Pero no a los cazarrecompensas.
Rafe se encogió de hombros.
– Trahern dijo que se ofrecen diez mil dólares por tu cabeza.
Al oír aquello, Rafe alzó las cejas y emitió un silbido. Parecía ligeramente complacido. Annie nunca había golpeado a nadie en su vida, pero estuvo muy tentada de abofetearlo. ¡Hombres!
– Mi precio ha subido -comentó-. La última vez que tuve noticias eran seis mil.
– ¿A quién se supone que mataste? -preguntó Annie perpleja-. ¿Quién era tan importante?
– Tench Tilghman. -Rafe hizo una pausa, con los ojos fijos en el horizonte. En su mente, veía la cara joven y seria de Tench.
– Nunca he oído hablar de él.
– No, supongo que no. No era nadie importante.
– Entonces, ¿por qué se ofrece una recompensa tan alta por ti? ¿Su familia era rica? ¿Es eso?
– No se trata de la familia de Tench -murmuró Rafe-. Él sólo fue una excusa. Si no me hubieran acusado de su muerte, habrían hecho que cargara con el asesinato de otro. Aquí de lo que se trata es de matarme, no de hacer justicia. Esto no tiene nada que ver con la justicia.
Annie insistió.
– No quisiste contármelo antes porque decías que sería peligroso para mí. Pero, ¿qué importa ahora? No puedo volver a Silver Mesa y fingir que nunca he oído hablar de ti.
Ella tenía razón. Rafe la miró, sentada tan derecha como si estuviera en un salón de té del Este, con la blusa abotonada hasta arriba, y sintió un agudo dolor en su interior. ¿Qué le había hecho? La había arrancado de la vida que ella se había forjado por sí sola y ahora tenía que huir de la ley con él. Pero no podría haberla dejado atrás porque habría confesado la muerte de Trahern, y entonces, los hombres que lo seguían habrían imaginado que Annie seguramente lo conocía y la habrían matado para no correr riesgos. Quizá ya hora de que supiera quién estaba detrás de los cazarrecompensas y los representantes de la ley que le perseguían. Era justo que supiera a qué se enfrentaban.
– Sí. Creo que ahora tienes derecho a saberlo.
Annie le dirigió una mirada llena de determinación.
– Sí, yo diría que sí.
Rafe se levantó y miró al horizonte, tomándose su tiempo. Los árboles y las rocas los ocultaban eficazmente, y lo único que se movía eran algunos pájaros que revoloteaban por encima de sus cabezas, perfilados contra el cielo color cobalto. Las montañas coronadas de blanco se erigían a lo lejos.