– Conocí a Tench durante la guerra. Nació en Maryland y tenía unos pocos años menos que yo. Era un buen hombre. Sensato.
Annie esperó mientras observaba cómo Rafe intentaba decidir explicar la historia.
– Cuando Richmond cayó, el presidente Davis trasladó el gobierno a Greensboro, junto con el tesoro. El mismo día en que asesinaron a Lincoln, el presidente Davis, en una caravana de carromatos, burló a las patrullas yanquis y se dirigió al sur, haciendo que la caravana que transportaba el tesoro siguiera una ruta diferente.
De repente, Annie abrió los ojos de par en par.
– ¿Estás hablando del tesoro de la Confederación desaparecido? -preguntó con voz entrecortada por la emoción-. Rafe, ¿todo esto tiene que ver con ese oro? ¿Sabes dónde está?
– No. Aunque en cierto modo, sí.
– ¿Qué quieres decir con «en cierto modo»? -Su voz se convirtió en un susurro ahogado-. ¿Sabes o no sabes dónde está el oro?
– No -respondió él secamente.
Annie exhaló un débil suspiro. No sabría decir si se sentía aliviada o decepcionada. Todos los periódicos habían hablado sobre el misterio del tesoro confederado. Algunos decían que el presidente confederado lo podría haber escondido, mientras que otros afirmaban que las tropas que quedaban del ejército del Sur se lo habían llevado a México en un esfuerzo de reclutar y adiestrar a más soldados. Algunos sureños habían acusado incluso a las tropas yanquis de haberlo robado. Annie había leído una teoría tras otra, pero todas ellas le habían parecido simples suposiciones. Seis años después de que la guerra hubiera acabado, el oro confederado continuaba desaparecido.
Rafe seguía mirando fijamente hacia el horizonte con una expresión dura y amarga.
– Tench formaba parte de la escolta del presidente Davis. Me contó que habían ido a Washington, Georgia, y que el dinero estaba en Abbeville, no muy lejos. Poco después, los carromatos que transportaban el tesoro se reunieron con los del presidente Davis, quien ordenó que parte del dinero, unos cien mil dólares en plata, se usara para pagar los atrasos a las tropas de la caballería. Aproximadamente la mitad del tesoro fue enviado de vuelta a Richmond, a los bancos, y el presidente se quedó con el resto para escapar y establecer un nuevo gobierno.
Annie se quedó atónita.
– ¿Qué quieres decir con que se envió de vuelta a Richmond? ¿Estás diciendo que los bancos han tenido el oro durante todo este tiempo y han callado esa información?
– No, nunca llegó a Richmond. La caravana fue asaltada a unos veinte kilómetros de Washington, en Georgia, seguramente por gente de la zona. Olvídate del oro. No tiene importancia.
Annie nunca había oído a nadie describir una fortuna perdida como algo «sin importancia», pero la expresión de Rafe resultaba inescrutable y no le hizo más preguntas sobre ello.
– El presidente Davis y su escolta, junto al resto del tesoro, se dividieron en Sandersville, Georgia. El carromato del tesoro les hacía ir demasiado despacio, así que el presidente y su grupo se adelantaron, intentando llegar a Texas. Tench formaba parte del grupo que se quedó con el carromato del tesoro, y se dirigieron hacia Florida para evitar ser capturados. Se suponía que tenían que reunirse con el presidente Davis en un lugar determinado cuando fuera más seguro. No sólo transportaban dinero. También llevaban documentos del gobierno y algunas pertenencias personales del presidente.
Rafe hizo una pausa y entonces Annie se percató de que no la había mirado ni una sola vez desde que había empezado a hablar.
– Se encontraban cerca de Gainesville, Florida, cuando se enteraron de que el presidente había sido capturado. Como no tenía sentido que continuaran adelante, no supieron qué hacer con el dinero, hasta que, finalmente, decidieron dividirlo a partes iguales entre ellos. No era una gran fortuna, unos dos mil dólares por cabeza, pero dos mil dólares era mucho dinero después de la guerra. Tench, sin saber cómo, se quedó con los papeles del gobierno y los documentos personales del presidente Davis, además de con su parte del dinero. -Hizo una nueva pausa y respiró hondo-. Tench supuso que lo detendrían y lo registrarían, de hecho, eso era lo que hacían los yanquis a todos los soldados confederados que se encontraban, así que enterró el dinero y los papeles, pensando que podría volver a recuperarlos.
– ¿Lo hizo?
Rafe negó con la cabeza.
– Me encontré con Tench en el 67, en Nueva York, por casualidad. Había ido para asistir a una especie de convención. Yo estaba allí con… bueno, la razón por la que yo estaba allí no importa.
Con una mujer, pensó Annie, sintiendo que la invadía una oleada de furiosos celos. Contrariada, le miró con los ojos entrecerrados. Aunque no sirvió de nada, ya que él seguía con la vista fija en el horizonte.
– Tench se encontró allí con otro amigo, Billy Stone. Los tres fuimos a un club y bebimos demasiado hablando sobre los viejos tiempos. Otro hombre, Parker Winslow, se unió a nosotros. Trabajaba para el comodoro Cornelius Vanderbilt, y Billy Stone pareció impresionado por él, así que nos lo presentó y le invitó a beber.
Paró de hablar un momento y después continuó.
– Nos emborrachamos y empezamos a hablar de la guerra. Tench les dijo que yo había luchado con Mosby y me hicieron muchas preguntas. No les conté demasiado; de todos modos, la mayoría de la gente no creería lo que llegamos a hacer. Tench les habló sobre lo que había pasado con su parte del tesoro, cómo la había enterrado junto a documentos personales del presidente Davis y que no había vuelto a recogerla todavía. Comentó que pensaba que ya era hora de regresar a Florida. Winslow le preguntó cuantas personas conocían la existencia del dinero y los documentos, y si alguien más sabía dónde estaban enterrados. Como ya he dicho, Tench estaba borracho; me echó un brazo por el hombro y dijo que su viejo amigo McCay era la única persona que sabía dónde había enterrado su parte del tesoro. Yo también estaba borracho, así que no me importó que él pensara que me lo había dicho y le seguí la corriente.
Hizo una nueva pausa antes de seguir hablando, como si le doliese hablar de lo ocurrido.
– Al día siguiente, ya sobrio, Tench se preocupó al pensar que, tal vez, había hablado demasiado. Un hombre inteligente no deja que mucha gente sepa que tiene dinero enterrado en algún lugar, y ese tal Parker Winslow era un desconocido. Por alguna razón, aquello le preocupó. Como les había dicho a los otros dos que yo sabía dónde estaba el dinero y los documentos, dibujó un mapa donde me indicó el lugar en el que los había enterrado y me lo dio. Tres días después estaba muerto.
Annie ya se había olvidado de su ataque de celos.
– ¿Muerto? -repitió ella-. ¿Qué le pasó?
– Creo que lo envenenaron -contestó Rafe con aire cansado-. Tú eres médico. ¿Qué podría matar a un hombre joven y sano en cuestión de minutos?
Annie reflexionó un momento antes de contestar.
– Hay muchos venenos que podrían hacerlo. El ácido prúsico puede matar en tan sólo quince minutos. El arsénico, la dedalera, el veneno de leopardo, la belladona; todos ellos pueden matar igual de rápido si se administra la cantidad suficiente. He oído que hay un veneno en Sudamérica que mata al instante. Pero, ¿por qué crees que lo envenenaron? La gente, a veces, enferma y muere.
– No sé a ciencia cierta si fue envenenado; sólo lo creo. Ya estaba muerto cuando yo lo encontré. No volví a mi habitación del hotel la noche anterior…
– ¿Por qué? -le interrumpió Annie mirándolo de nuevo contrariada.
Algo en su voz llamó la atención de Rafe. Volvió la cabeza y, al ver su expresión, pareció desconcertado y avergonzado por un momento, pero enseguida se aclaró la garganta y respondió: