Y así se lo demostró en ese momento cuando se volvió y dijo, sin rastro de emoción:
– Tenemos que ponernos en marcha.
El ritmo que marcó era el más rápido que podían llevar sin dejar rastros. Rafe quería poner distancia entre ellos y Silver Mesa, donde era posible que cualquiera que los viera reconociera a Annie. Podría haber viajado más rápido si hubiera estado solo, ya que tenía que vigilar con atención tanto a Annie como a su montura, debido a que ninguna de las dos estaba acostumbrada a largas horas de viaje. Su caballo era fuerte y musculoso gracias a los años de entrenamiento, sin embargo, el de la joven sólo había sido usado de forma ocasional y llevaría tiempo aumentar su resistencia.
Le habría gustado saber a qué distancia estaba Atwater, y si le buscaban más hombres en aquella región. Trahern era demasiado conocido para que su presencia pasara desapercibida, y Rafe estaba seguro de que algunos cazarrecompensas se habrían congregado a su alrededor con la esperanza de conseguir la tan ansiada presa. Annie y él tendrían que evitar encontrarse con nadie en el camino durante varios días.
Rafe intentó inútilmente hacer a un lado sus oscuros pensamientos sobre el pasado. Hacía años que no había hablado con nadie sobre Tench y los documentos confederados, y que se permitía a sí mismo pensar tanto en ello. Toda su atención había estado centrada en mantenerse con vida, no en darle vueltas a los acontecimientos que lo habían convertido en un fugitivo. Le sorprendió un poco la intensidad de la sensación de haber sido traicionado que todavía persistía en su interior. Se había encontrado varias veces con Jefferson Davis en Richmond y le había impresionado, como a casi todo el que lo había conocido en persona, por esa combinación de inteligencia e integridad que le hacía parecer de otro mundo. Rafe no había creído en la esclavitud y, de hecho, su familia nunca había tenido esclavos. En realidad, se alistó en el ejército para que su hogar, en Virginia, estuviera a salvo. Pero Davis le hizo sentirse como los revolucionarios americanos debieron sentirse un siglo atrás, cuando se liberaron del yugo inglés. El hecho de saber que Davis había renunciado a la causa, dándola por perdida, y, aun así, había aceptado dinero para continuar la guerra permitiendo que un hombre rico se hiciera todavía más rico, le hacía sentirse doblemente traicionado.
¿Cuántas personas habían muerto durante el último año de guerra? Miles, incluidas las dos personas que más habían significado para él, su padre y su hermano. Era algo más que una traición, era un asesinato.
Las preguntas que Annie le había formulado intentando comprender todas las repercusiones de su historia, habían hecho que lo recordara todo de nuevo. Al principio, él mismo había examinado compulsivamente cada detalle, cada posibilidad, en un esfuerzo por encontrar alguna forma de detener a Vanderbilt. Sin embargo, no había sido capaz de encontrar ninguna.
Si devolvía los documentos a las autoridades, Vanderbilt sería arrestado, o quizá no, porque era un hombre inmensamente rico. Pero con ello no conseguiría que retiraran los cargos de asesinato que pendían sobre él. Estaba seguro de que, tarde o temprano, conseguiría vengarse. No obstante, antes tendría que conseguir que lo declararan inocente. La venganza no le serviría de nada a un hombre muerto.
Annie también había pensado en la táctica del chantaje. Cuando él pensó en ello por primera vez, cuatro años antes, le pareció algo sencillo y escribió una carta a Vanderbilt amenazándole con enviar los documentos al presidente si no se retiraban los cargos por asesinato. El primer problema con el que se encontró fue que, obviamente, no pudo decirle a Vanderbilt cómo ponerse en contacto con él, ya que no habría sobrevivido para conocer su respuesta. El segundo problema era que Vanderbilt parecía haber ignorado la amenaza y continuaba esforzándose al máximo por conseguir que Rafe muriera. Era difícil chantajear a alguien que pensaba que podía matarlo sin ceder a sus demandas.
Ahí fue cuando empezó a acudir a otras personas para que le ayudaran a llevar a cabo su plan. Aunque después de que mataran a dos buenos amigos suyos, Rafe dejó de intentarlo. Al parecer, Vanderbilt no se detendría ante nada. Pero ahora las cosas habían cambiado. Tenía que pensar en Annie. Si existía alguna posibilidad de que pudieran vivir en paz, estaba dispuesto a intentarlo de nuevo, si es que podían encontrar a alguien en quien poder confiar y que tuviera los medios para ejecutar la amenaza. Tenía que ser alguien cuyo asesinato no pudiera pasarse por alto con facilidad, alguien con autoridad. El problema es que no muchos fugitivos conocían a gente así.
Rafe miró a Annie, que se mantenía obstinadamente erguida a pesar de su evidente fatiga, y le golpeó la realidad de que todas sus decisiones la afectarían de ahora en adelante. Haría lo que fuera para ella continuara a salvo.
Poco antes de la puesta de sol, decidió parar e hizo un pequeño fuego del que apenas salía humo. Después de haber comido, apagó el fuego y destruyó cualquier rastro de su presencia. Recorrieron un par de kilómetros más bajo la luz del crepúsculo que se desvanecía con rapidez y por fin se detuvieron para pasar la noche. Rafe calculó que todavía estaban demasiado cerca de Silver Mesa para poder relajarse, así que se deslizaron entre las mantas completamente vestidos. Ni siquiera se quitó las botas, ni Annie los botines. Rafe suspiró recordando las noches en la cabaña cuando habían dormido desnudos.
Adormilada, Annie se dio la vuelta en sus brazos, pasando los brazos alrededor de su musculoso cuello.
– ¿A qué lugar de México vamos? -le preguntó.
Rafe también había estado pensando en aquella compleja cuestión.
– A Juárez, quizá -respondió.
Llegar hasta allí sería un problema. Tendrían que atravesar el desierto y el territorio de los apaches para llegar. Por otro lado, eso haría que cualquiera que los persiguiera se lo pensara dos veces antes de seguir adelante.
Capítulo 13
– ¿Por qué no te cambiaste de nombre y desapareciste? -le preguntó de pronto Annie a Rafe. Había pasado una semana aproximadamente desde que habían dejado la cabaña, o al menos eso creía ella, aunque lo cierto es que no estaba segura. Allí fuera, rodeados tan sólo por la majestuosidad de la naturaleza en estado puro, había perdido la noción del tiempo.
– Lo hice varias veces -contestó él-. Incluso me dejé barba.
– Entonces, ¿cómo pudo reconocerte alguien?
Rafe se encogió de hombros.
– Luché con Mosby. Se tomaron muchas fotos de las compañías de rangers, así que cualquiera con dinero podría haber conseguido algunas de ellas para descubrir qué aspecto tengo. En algunas llevo barba, porque no siempre convenía afeitarse. Sea cual sea la razón, parece ser que soy muy fácilmente reconocible.
Sus ojos, pensó Annie. Nadie que hubiera visto alguna vez esos grises y fríos ojos podría olvidarlos nunca.
Rafe había cazado un pequeño ciervo y habían pasado dos días acampados en el mismo lugar mientras él ahumaba la tierna carne. Annie agradeció el respiro. Aunque sabía que Rafe había marcado el ritmo más lento que se atrevió a llevar, para ella los primeros días habían sido una tortura. El dolor en sus músculos había ido cediendo a medida que se iba acostumbrando a las largas horas sobre la silla, pero pasar dos días enteros sin tener que subirse siquiera a un caballo había sido un verdadero lujo.