Rafe se puso en pie de inmediato, con el corazón latiéndole con fuerza.
– ¿Ya estás bien? -inquirió con voz ronca-. Porque si te quitas la ropa delante de mí, acabarás conmigo dentro de ti, cariño, estés bien o no.
Annie sonrió por encima del hombro. Sus oscuros ojos parecían suaves y somnolientos y su aspecto seductor le golpeó en las entrañas. Dios, ¿cómo había aprendido una mujer que había sido tan inocente tan poco tiempo antes a hacer una cosa así?
– Estoy bien -le aseguró ella.
La respuesta, por supuesto, le hizo estar condenadamente seguro de que había perdido esa inocencia. Le había hecho el amor en tantas ocasiones y de tantas formas diferentes durante las últimas semanas que a veces se sentía embriagado por el sexo. Las mujeres eran seductoras por naturaleza, incluso cuando no sabían qué estaban haciendo. El simple hecho de ser mujeres las hacía seductoras, un imán de la naturaleza que atraía a los hombres como la miel a las moscas.
Sin embargo, ni siquiera su creciente deseo por ella podía hacerle olvidar la necesidad de ser cauteloso. Rafe apagó el fuego para que no pudiera ser visto entre las crecientes sombras, a pesar de que no había percibido ninguna señal que indicara que los seguían, y se llevó tanto el rifle como el revólver hasta el arroyo, donde los dejó muy a mano.
Rafe no apartó los ojos de Annie cuando empezó a desvestirse. Ella se había quitado la blusa y se había detenido para soltarse el pelo, deshaciendo la trenza. Sus brazos estirados hacia atrás alzaban y mostraban sus pechos, apenas cubiertos por la fina camisola. Sus pezones, ya erectos, sobresalían a través de la tela. Al ser consciente de ello, Rafe se sintió mareado por la marea de fuego que atravesó su cuerpo.
Se obligó a sí mismo a apartar la mirada y respiró profundamente para relajarse. Echó un lento y cuidadoso vistazo alrededor para asegurarse de que no les amenazaba ningún peligro, y retomó la tarea de desvestirse justo en el momento en que Annie se adentraba desnuda en la balsa llevando consigo su ropa. Su redondo trasero hizo que volviera a invadirle una sensación de mareo.
El agua de la pequeña balsa cubría hasta las rodillas en su punto más profundo, y estaba helada después del calor primaveral del sol. Annie reprimió un grito y buscó con el pie una zona llana donde poder sentarse. Entonces, contuvo el aliento y se hundió. Le fue bien haber respirado profundamente, porque la fría temperatura del agua le impidió tomar aire por unos instantes.
Fría o no, Annie no podía desaprovechar la oportunidad de bañarse y lavar su ropa. Con determinación, mojó la pastilla de jabón que llevaba en la mano y empezó a hacer la colada.
Sonriendo, levantó la vista cuando Rafe, que no pareció notar la temperatura del agua, se adentró en la balsa. La miraba de forma intensa y estaba totalmente excitado. Annie volvió a quedarse sin respiración al ser consciente del poder de su musculoso cuerpo y empezó a tener dudas sobre si debía acabar con la ropa primero.
– Trae tu ropa -le pidió-. Hay que lavarla.
– Luego -contestó Rafe con voz ronca.
– La ropa primero.
– ¿Por qué? -Se sentó en el agua y alargó los brazos para cogerla. Entonces, de repente, pareció notar la frialdad del agua y sus ojos se abrieron aún más al tiempo que gritaba-: Maldita sea.
Annie intentó controlar sus temblores frotando con más fuerza.
– Para empezar, porque probablemente necesitaremos todo ese tiempo para acostumbrarnos a la temperatura del agua. Y, por otra parte, si no lavo la ropa primero, no lo haré. ¿Sinceramente esperas que tenga la energía suficiente como para hacerlo después?
– No creo que pueda llegar a acostumbrarme tanto a un agua tan fría -murmuró él-. Diablos, al menos haremos la colada.
Annie ocultó una sonrisa cuando lo vio levantarse para ir a por su ropa y volver arrastrándola por el agua. Él también estaba temblando y fruncía el ceño cuando cogió el jabón y empezó a frotar sus prendas.
Después de unos pocos minutos, sin embargo, el agua no parecía tan fría, y la calidez de la puesta de sol sobre sus hombros desnudos era un contraste exquisito. Cuando Annie acabó de enjuagar toda su ropa, la escurrió y la colgó sobre un arbusto que crecía en la orilla del arroyo. Rafe hizo lo mismo y el arbusto quedó casi aplastado por el peso de las mojadas prendas.
La joven empezó a enjabonarse y la fricción de sus manos sobre su piel aumentó la calidez que sentía. No se sorprendió cuando las manos de Rafe se unieron a las suyas, o cuando se dirigieron a los lugares que prefirió lavar. Annie se giró en sus brazos y la boca de Rafe descendió con fuerza sobre la suya. Su sabor familiar fue como el paraíso. Las restricciones de los últimos días también habían resultado frustrantes para ella. Sin más preliminares, el la sentó a horcajadas sobre sus muslos y sobre su palpitante erección.
Sólo habían pasado unos pocos días desde que la tomó por última vez, pero Annie volvió a sorprenderse por la casi insoportable sensación de plenitud. ¿Cómo podía haberlo olvidado? Ni siquiera era capaz de moverse. Cuando se hundió en ella, el grueso miembro de Rafe estiró sus delicados tejidos hasta el límite y ella pensó que le dolería. Pero sus fuertes manos estaban en su trasero, meciéndola, y no hubo dolor, sólo la abrumadora sensación de que la penetraba y la llenaba. Finalmente, Annie se desplomó exhausta contra él, hundiendo el rostro en la cálida piel de su garganta.
– Creía que el agua estaba demasiado fría -logró susurrar.
Su respuesta sonó profunda y ronca.
– ¿Qué agua?
Después, Annie caminó con piernas temblorosas hacia el campamento, temblando de nuevo cuando el aire fresco envolvió su piel mojada. Si se le hubiera ocurrido llevar una manta hasta el arroyo, no habría tenido que hacer el breve trayecto desnuda. Con rapidez, se secó y se puso apresuradamente ropa limpia.
Ya era tarde cuando Rafe insistió en que levantaran el campamento, una vez que terminaron de cenar, pero Annie no sugirió quedarse donde estaban. Rafe le había enseñado el valor que tenía ser siempre precavido. Sin protestar, empezó a recoger la ropa mojada y el resto de sus cosas al tiempo que él volvía a ensillar los caballos. El crepúsculo se desvaneció sumiéndolos en una completa oscuridad mientras Rafe la conducía a un lugar seguro para pasar la noche.
Antes de tumbarse en el improvisado camastro, Annie metió las manos por debajo de su falda, se desató los pololos y se despojó con delicadeza de ellos. Rafe se reunió con ella bajo las mantas y le demostró dos veces durante la noche lo que apreciaba esa comodidad.
Rafe había esperado que, al ser sólo dos, pudieran atravesar el territorio apache sin ser vistos ni ver a nadie. Habría sido mucho más difícil para un grupo más grande viajar sin ser detectados, aunque sí que era factible para una o dos personas. Requería cautela, pero Rafe era un hombre extremadamente cauteloso.
Los apaches eran nómadas que se dirigían hacia donde las provisiones de comida los guiaran. Las tribus nunca eran grandes y rara vez superaban los doscientos miembros, ya que tal cantidad habría hecho imposible poder moverse con rapidez. Aun así, eran peligrosos para los blancos. Cochise, jefe de los Chiricahua, había estado luchando por sus tierras contra el hombre blanco desde que Rafe tenía memoria. Antes que Cochise, había sido Mangas Coloradas, su suegro. Por su parte, Gerónimo lideraba su propia tribu. Cualquiera que fuera mínimamente inteligente dejaría de seguirlos para evitar a los apaches.
Rafe había adoptado la costumbre de adelantarse para comprobar las fuentes de agua antes de permitir a Annie acercarse. Las tribus nómadas de los apaches también necesitaban agua, así que el lugar más lógico para que instalaran sus campamentos provisionales era cerca de un arroyo. Un día después, se alegró de su cautela cuando, tendido bocabajo en la ladera de una colina, sacó la cabeza por encima de una roca lo suficiente para ver un campamento apache. Por un momento, el terror lo dejó paralizado, pues era casi imposible que un hombre se acercara tanto y pudiera alejarse de nuevo sin ser visto. Los perros ladrarían, los caballos se asustarían, y los guerreros, siempre alerta, lo verían. Empezó a maldecir en silencio mientras volvía a ocultarse detrás de la roca.