Sin embargo, no hubo gritos de alarma y se obligó a sí mismo a quedarse completamente inmóvil hasta que los temblores de las piernas desaparecieron. Si lograba llegar hasta Annie, la cogería y cabalgaría en dirección opuesta tan rápido como les fuera posible hacerlo a los caballos. Si lograba llegar hasta Annie… Dios, ¿qué le pasaría a ella si lo capturaban? Estaba sola, bien oculta y protegida por el momento, pero no sería capaz de encontrar el camino de vuelta a la civilización.
Era un campamento muy pequeño. Rafe intentó recordar cuántas tiendas había visto, pero el pánico había borrado todo excepto la impresión general. Y ahora que lo pensaba, no había visto mucha gente por allí; ¿significaba eso que los guerreros estaban cazando o quizá llevando a cabo un ataque? Yendo incluso con más cuidado esa vez, Rafe volvió a echar otro vistazo. Contó diecinueve tiendas, una tribu pequeña, incluso si contaba cinco personas por cada tienda. Apenas había actividad, algo poco habitual, porque las mujeres siempre tenían trabajo que hacer aunque los guerreros no estuvieran. Debería haber niños jugando, pero solo vio a dos pequeños, y no parecía que hicieran nada aparte de estar sentados en silencio. Tras el campamento, en una curva del río donde la hierba crecía con mejor sabor, estaban los caballos de la tribu. Rafe calculó el número de animales y unió las cejas frunciendo el ceño. A no ser que esa tribu fuera inusualmente rica en caballos, los guerreros estaban en el campamento. Nada parecía tener sentido.
Una mujer mayor, encorvada y con el pelo gris, cojeó hasta una tienda llevando un cuenco de madera. Entonces Rafe descubrió un punto negro en la tierra donde una tienda había sido quemada. Había habido una muerte en el campamento. Luego vio otro punto negro. Y otro.
Probablemente habría más, lo que significaba que una enfermedad estaba asolando a aquel grupo de apaches.
Rafe sintió un frío nudo en la boca del estómago mientras pensaba en las posibles enfermedades. La viruela fue la primera que le vino a la cabeza, pues había diezmado a todas las tribus indias a las que había alcanzado. La peste, el cólera… podía tratarse de cualquier cosa.
Bajó la pendiente arrastrándose y se dirigió con cuidado al lugar donde había dejado a su caballo. Él y Annie tendrían que rodear el campamento.
La joven le esperaba exactamente donde él la había dejado, protegida del sol por rocas y árboles. Estaba medio dormitando en el calor de mediodía, abanicándose lánguidamente con su sombrero, pero se incorporó en cuanto le vio acercarse.
– Hay una tribu de apaches a unos ocho kilómetros al este. Nos dirigiremos hacia el sur durante unos quince o veinte kilómetros y luego iremos hacia el este.
– Apaches. -Las mejillas de Annie palidecieron un poco. Como cualquiera en el Oeste, había oído historias sobre cómo los apaches torturaban a sus cautivos.
– No te preocupes -le dijo, queriendo tranquilizarla-. He visto su campamento. Creo que la mayoría están enfermos. Sólo había un par de niños y una mujer mayor moviéndose por allí, y había varias tiendas quemadas. Eso es lo que los apaches hacen cuando ha habido una muerte; el resto de la familia abandona la tienda y la queman.
– ¿Están enfermos? -Annie sintió cómo su rostro palidecía aún más al notar que una horrible determinación crecía en su interior como un abismo a sus pies. Había estudiado medicina. El juramento que había hecho no distinguía entre pieles blancas, negras, amarillas o rojas. Su deber era ayudar a los enfermos y heridos siempre que le fuera posible, pero nunca había imaginado que ese deber la llevaría hasta un campamento apache sabiendo que quizá nunca lo abandonaría.
– Ni se te ocurra. Olvídalo -le ordenó Rafe bruscamente al leer sus pensamientos-. No irás allí. De todas formas, no hay nada que puedas hacer. La enfermedad acaba con los indios con la misma facilidad que un cuchillo se hunde en la mantequilla. Y no sabes de qué se trata. ¿Qué pasaría si fuera cólera, o peste?
– ¿Y si no lo fuera?
– Entonces, lo más probable es que sea viruela.
Annie le dirigió una sombría sonrisa.
– Soy la hija de un médico, ¿recuerdas? Estoy vacunada contra la viruela. Mi padre era un firme creyente de los métodos del doctor Jenner.
Rafe no sabía si debía confiar en las teorías sobre la vacunación del doctor Jenner, sobre todo, cuando la vida de Annie estaba en juego.
– No vamos a ir allí, Annie.
– Nosotros, no. No veo la necesidad de que tú te expongas a la enfermedad que sea.
– No -insistió él con firmeza-. Es demasiado peligroso.
– ¿Crees que no he hecho esto antes?
– No con los apaches.
– Es cierto, pero están enfermos. Tú mismo lo has dicho. Y hay niños en ese campamento, niños que podrían morir si no hago lo que esté en mi mano para ayudarles.
– Si es la peste o el cólera, no hay nada que puedas hacer.
– Pero podría no serlo. Y soy una persona muy sana; nunca enfermo. Ni siquiera he tenido un resfriado desde… ¿Ves? Ni siquiera recuerdo la última vez.
– No estoy hablando de un resfriado, maldita sea. -Rafe la cogió por la barbilla y la obligó a mirarlo a los ojos-. Esto es serio. No permitiré que arriesgues tu vida.
Sus ojos se habían vuelto tan fríos que Annie casi se estremeció, sin embargo, no podía echarse atrás.
– Tengo que hacerlo -le explicó con voz suave-. No puedo elegir a aquellos que voy a ayudar; eso sería una burla a mi formación, a mi juramento. O soy médica o… no soy nada.
Su negativa a aceptar su decisión era tan violenta que Rafe tuvo que apretar los puños para evitar zarandearla. Por nada del mundo le permitiría entrar en ese campamento, aunque tuviera que atarla al caballo y no soltarla hasta que llegaran a Juárez.
– Tengo que ir -repitió Annie. Sus oscuros ojos parecían casi negros y lo arrastraban hasta las profundidades de su alma.
Rafe no supo cómo pasó. Aun sabiendo que era estúpido, aun sabiendo que no debería permitirle que se acercara a menos de un kilómetro de ese campamento, acabó cediendo.
– Entonces, iremos los dos.
Annie le acarició la cara.
– No es necesario.
– Yo decidiré qué es necesario. Si tú entras en el campamento, yo entraré a tu lado. La única forma de mantenerme alejado de él es que tú también te mantengas alejada.
– Pero, ¿qué ocurrirá si es la viruela?
– La pasé cuando tenía cinco años; fue un caso leve y no me dejó cicatrices. Yo estoy mucho más seguro de lo que tú lo estas con tus inyecciones.
Saber que él había pasado la viruela sería un consuelo si insistía en entrar al campamento con ella como Annie sabía que haría.
– Puedes esperar fuera mientras yo entro y averiguo de qué enfermedad se trata.
Rafe sacudió la cabeza.