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Rafe se movió tan veloz como un rayo. Cogió al bebé con rapidez antes de que la anciana pudiera siquiera gritar y se lo entregó a Annie.

– Abrázala -le dijo entre dientes-. Estréchala contra tu pecho y abrázala. Frótale la espalda con tus manos y concéntrate.

Atónita, Annie empezó a acunar al bebé y se dio cuenta vagamente de que todavía estaba vivo, aunque permanecía inconsciente por la fuerte fiebre.

– ¿Qué? -preguntó confundida.

Jacali chillaba enfurecida e intentaba coger al bebé, pero Rafe apoyó una mano en su pecho y la hizo retroceder.

– No -le dijo en un tono tan firme y profundo, que la anciana se quedó inmóvil. Los claros ojos de Rafe brillaban con una extraña rabia que ardía a través de la oscuridad y la mujer volvió a chillar, pero esta vez aterrorizada. No se atrevió a moverse.

Rafe se giró de nuevo hacia Annie.

– Siéntate -le ordenó-. Siéntate y haz lo que te digo.

La joven le obedeció y se dejó caer en el suelo, sintiendo la arenilla moverse bajo ella. El frío viento nocturno agitó su pelo.

Rafe se agachó frente a ella y colocó al bebé de forma que estuviera pegado al pecho de Annie. El fuerte corazón de la joven latía con energía contra el diminuto corazoncito que se apagaba.

– Concéntrate -le dijo Rafe con fiereza, cogiéndole las manos y poniéndoselas en la espalda de la pequeña-. Siente el calor. Hazle sentir el calor.

Annie se sentía totalmente confundida. ¿Es que Rafe y Jacali se habían vuelto locos?

– ¿Qué calor? -balbuceó mirándolo con los ojos muy abiertos.

– Tu calor -le respondió Rafe, colocando sus propias manos sobre las de ella y obligándola a pegarlas a la espalda del bebé-. Concéntrate, Annie. Combate la fiebre con él,

La joven no tenía ni idea de lo que él estaba hablando. ¿Cómo se podía combatir la fiebre con calor? Pero los ojos de Rafe brillaban como el hielo bajo la luz de la luna y no podía apartar la vista de ellos; algo en esas grises y cristalinas profundidades la atraía, haciendo que todo lo que les rodeaba desapareciera.

– Concéntrate -le repitió Rafe.

Annie sintió de pronto un profundo latido contra su pecho. Los ojos del hombre que amaba todavía la tenían atrapada, llenando su visión hasta que no pudo ver nada más. No era posible, pensó, ver con tanta claridad en la oscuridad. No había luna, sólo la débil luz de las estrellas. Sin embargo, el fuego sin color que había en los ojos de Rafe la llamaba, instándola a salir de sí misma. El latido se intensificó.

Era el corazón del bebé, pensó Annie. O quizá fuera el suyo. Llenó todo su cuerpo, inundándolo como si fuera una gran oleada y arrastrándola lejos de allí. Sintió la profunda y rítmica fuerza de aquel oleaje, que la envolvía con su calidez, y oyó el rugido de las olas, apagado y lejano. Y lo que ella había creído que era la luna en realidad era el sol, que resplandecía con fuerza. Sus manos también resplandecían y ahora el latido estaba concentrado allí. Las puntas de sus dedos latían y las palmas le hormigueaban mientras desprendían energía. Por un segundo, Annie creyó que su piel no aguantaría tanta presión.

Justo entonces, el ritmo empezó a reducirse al tiempo que las olas se volvían más suaves, lamiendo perezosamente una orilla desconocida. La luz era incluso más brillante que antes, pero también era más suave, e increíblemente clara. Annie no iba a la deriva; estaba flotando y podía ver la difusa curva de la Tierra, inmensa, verde y marrón, extendiéndose ante ella en todo su esplendor y rodeada por el intenso azul de los océanos, un azul que ella no había imaginado que pudiera existir. De pronto, pensar que todo aquél a quien había conocido o conocería vivía en ese pequeño y hermoso lugar, la hizo sentir humilde. Para entonces, el latido había disminuido hasta convertirse en un zumbido regular, haciendo que se sintiera pesada e ingrávida al mismo tiempo, como si realmente estuviera flotando. La gran luz empezó a apagarse, y poco a poco, fue tomando conciencia del cálido cuerpecito que sostenía contra su pecho, que se retorcía y lloraba bajo sus manos.

Finalmente, Annie abrió los ojos con dificultad, o quizá ya habían estado abiertos y sólo ahora podía ver. Una sensación de irrealidad la invadió, como si se hubiera despertado en un lugar extraño y no supiera dónde estaba. Seguía sentada en el suelo, al borde del campamento y Rafe estaba arrodillado frente a ella. Jacali estaba en cuclillas un poco más lejos, con sus negros ojos rasgados llenos de asombro.

Era de día. Sin saber cómo, había amanecido y ella no se había dado cuenta. Quizá se hubiera quedado dormida y todo fuera producto de un sueño, pero estaba tan cansada que no podía imaginar cómo había podido dormir. El sol brillaba alto; era casi mediodía.

– ¿Rafe? -preguntó. El miedo que sentía hizo que su voz sonara desesperada.

Él alargó los brazos y sostuvo a la niña, que se retorcía y lloraba. La fiebre había bajado y las manchas no eran tan oscuras. Estaba despierta e inquieta, y su madre estaría ansiosa por saber noticias. Rafe besó la sedosa cabecita con el pelo de punta y le entregó el bebé a Jacali, que lo cogió en silencio y lo estrechó contra su pecho.

Entonces, Rafe se giró hacia Annie y la abrazó con fuerza. Estaba tan entumecido que apenas podía moverse y se sentía desorientado. ¿Cómo podía haber pasado tanto tiempo? Se había perdido en las oscuras profundidades de los ojos de Annie y… y había sucedido algo. No sabía qué. Lo único que sabía era que ella lo necesitaba y que él la deseaba ardientemente, con un ansia que era casi incontrolable. Sin perder un segundo, Rafe la alzó en sus brazos y se la llevó lejos, sólo deteniéndose el tiempo suficiente para coger una de las mantas.

Siguió el arroyo hasta que estuvieron fuera de los límites del campamento, quedando ocultos de cualquier mirada casual tras una pequeña arboleda. Allí, extendió la manta, colocó a Annie sobre ella y le quitó toda la ropa que le había impedido entrar en contacto directo con su piel.

– Annie -dijo con áspera y trémula voz al tiempo que le separaba los muslos y acariciaba con sus duras y encallecidas manos la palidez de su piel. Su duro miembro estaba tan inflamado que apenas podía respirar o moverse a causa de la latente presión que ejercía sobre su cuerpo.

La joven levantó sus delicados brazos para rodear los musculosos hombros masculinos, y Rafe la penetró con un único movimiento que la llenó por completo. Annie le dio la bienvenida al cálido y húmedo interior de su cuerpo contrayéndose alrededor de la rígida erección de Rafe, y alzó sus piernas para rodear sus caderas.

Rafe no era consciente de las fuertes embestidas con las que la estaba poseyendo. Sólo sentía la vibrante energía que surgía de ella, más intensa que nunca, atravesándolo y recorriéndolo por completo. Nunca antes se había sentido tan vivo, tan fiero, tan purificado. La oyó gritar, sintió la violencia de su éxtasis, y su simiente se derramó en una blanca y ardiente erupción de sus sentidos. Empujó con fuerza en una primitiva búsqueda de su útero en la cumbre de su clímax y antes incluso de que los últimos espasmos desaparecieran, supo que la había dejado embarazada.