Con un gruñido de satisfacción, Meara les hizo un gesto a varias de las mujeres, y todas ellas se marcharon.
– Y yo he encontrado mucha albahaca -dijo Wynne.
Abrió la falda y dejó caer al suelo varias plantas de albahaca, y el aire se llenó de su aroma. Elphame inhaló profundamente, y se dio cuenta de que varias de las otras mujeres hacían lo mismo. Sonrió.
– También he encontrado las cocinas -prosiguió Wynne-. Están en mal estado -dijo con el ceño fruncido-. No va a ser fácil, pero creo que podremos repararlas. Los cimientos son fuertes, y la mayor parte sobrevivió al incendio.
Sin ninguna explicación, a Elphame se le llenaron los ojos de lágrimas al oír a Wynne. Pestañeó rápidamente, porque no quería que las mujeres malinterpretaran su respuesta emocional. Cuando estuvo segura de que no se le iba a quebrar la voz, respondió:
– Creo que vamos a encontrarnos con eso muchas veces en nuestro nuevo hogar. Los cimientos son fuertes, y ha sobrevivido gran parte de él.
Las mujeres asintieron, y Elphame notó que volvían a llenársele los ojos de lágrimas.
– ¡El! ¿Estás lista ya para recibir a los hombres? -preguntó Cuchulainn desde detrás de ellas, con su voz resonante, y las mujeres se sobresaltaron.
Cu le guiñó un ojo a Wynne, que estaba intentando sacudirse la tierra y las hojas de albahaca que se le habían quedado prendidas a la falda.
– Cuando les dije a los hombres que esto estaba lleno de mujeres guapísimas, hubo muchos voluntarios.
– Sí, sí, Cuchulainn, ya nos hacemos una idea -dijo Elphame-. Casi estamos listas para reunirnos con ellos, pero primero tenemos que llevar a cabo una ceremonia de purificación.
– ¿Una ceremonia de purificación?
– Sí. Nuestra nueva Sanadora ha pensado que sería una idea inteligente hacer un ritual de purificación y de protección antes de comenzar a trabajar en el interior del castillo. Y yo estoy de acuerdo con ella.
Cuchulainn fue quien frunció el ceño en aquella ocasión.
– Es una ceremonia sencilla, Cu. No vamos a hacer ningún encantamiento, ni a conjurar guías espirituales. Deja que te presente a la Sanadora…
Su voz se apagó. Un momento antes, Brenna estaba a su lado, pero ahora su lugar estaba vacío. Elphame recorrió el grupo de mujeres con la vista, y vislumbró a Brenna al final. De nuevo, se había deslizado en silencio hasta la parte trasera del grupo.
Elphame tuvo ganas de gruñir de frustración. Si iba a ser su Sanadora, tenía que dejar de esconderse cada vez que se acercara un hombre. ¿Qué pensaba Brenna, que su hermano iba a echarse a temblar de miedo o a gritar al verla? Entonces, Elphame recordó la mirada de la joven cuando le había dicho que necesitaba un nuevo comienzo. Tal vez aquélla era la respuesta que se esperaba, sobre todo por parte de un hombre joven y guapo. Pero Brenna no conocía a Cuchulainn como ella; tal vez a su hermano le encantara flirtear, pero tenía buen corazón. Él nunca le haría daño a una mujer deliberadamente.
– Brenna -dijo Elphame-. Me gustaría presentarte a mi hermano.
La Sanadora se acercó lentamente. Tenía la cabeza agachada, y no la alzó hasta que llegó junto a Elphame. Después, con un suspiro, miró hacia arriba. Elphame estaba observando a su hermano, y vio que su expresión se volvía grave al ver por primera vez las terribles cicatrices de la muchacha. Sin embargo, Cuchulainn no se estremeció, ni apartó la vista.
– Cuchulainn, te presento a nuestra nueva Sanadora, Brenna.
– Encantado, Brenna -dijo Cu, inclinando cortésmente la cabeza.
– Pensaba que debíais conoceros. Ya le he dicho a Brenna que tienes mucha tendencia a hacerte heridas -dijo Elphame, mirando con calidez a Brenna, que estaba muy concentrada observándose los pies.
– Estaré encantada de ayudar siempre que sea necesario -dijo Brenna.
– Como he dicho antes, Brenna tuvo la idea de realizar una ceremonia de purificación -prosiguió Elphame, mirando a las demás mujeres-. Y nosotras hemos pensado que era buena idea.
– ¿Eres Chamán, Brenna? -preguntó Cuchulainn.
Brenna alzó la mirada de mala gana y miró al guapo guerrero.
– No, mi señor, no lo soy. Pero tengo algunos conocimientos del mundo de los espíritus, y estoy familiarizada con los rituales que invocan su bendición.
– Bien. Creo que es sabio que pidamos ayuda a los espíritus para restaurar el Castillo de MacCallan.
Elphame pestañeó de la sorpresa. ¿Qué estaba diciendo? Cu odiaba cualquier mención del reino de los espíritus, porque siempre se sentía incómodo al hacerla. Ella lo miró con los ojos entornados.
– Cu, ¿te encuentras bien?
Antes de que él pudiera responder. Meara y su grupo de mujeres hicieron aparición. Tenían los brazos y la falda empapados, y llevaban los dos recipientes recién limpios y llenos de agua brillante. Al ver a Cuchulainn, se detuvieron e hicieron reverencias apresuradas, riéndose nerviosamente mientras el agua salpicaba el suelo.
Cu sonrió a las mujeres.
– ¿Cómo no iba a estar bien, rodeado de tantas caras bonitas?
Ya parecía más él mismo. Elphame sacudió la cabeza y le dijo que se callara, pero pensó que después iba a preguntarle por qué necesitaba repentinamente el apoyo espiritual.
– Ya puedes marcharte, Cu -le dijo, y se volvió hacia la Sanadora-. Brenna, ¿qué es lo que tenemos que hacer?
– Tomad la albahaca y aplastadla dentro del agua.
Mientras iba explicando la ceremonia, su voz pasó de ser el susurro con el que había hablado con Cuchulainn a la voz clara y segura de una Sanadora, la Sanadora a la que Elphame estaba empezando a respetar.
– Todas las mujeres deben tomar parte en esto. Todas debéis tomar algunas hojas de albahaca y meterlas en el agua. Al hacerlo, debéis concentraros en todas las cosas maravillosas que os gustaría que tuviera vuestro nuevo hogar.
Brenna llamó a Meara, que estaba junto a los recipientes. La muchacha tomó una rama de albahaca, la metió dentro del agua fresca y aplastó las hojas. Después agitó suavemente el agua.
– Bien -dijo Brenna.
– Es suave y frío, y huele muy bien -les dijo Meara al resto de las mujeres. Sin más titubeos, Wynne, Ada y Colleen tomaron algunas hojas y, en poco tiempo, el cubo y la vasija estaban rodeados de mujeres sonrientes que tenían los brazos hundidos hasta los codos en el agua.
– Cerrad los ojos -les dijo Brenna-, y pensad en lo que soñáis para vuestro nuevo hogar. Pensad en lo que deseáis.
Ellas lo hicieron, y Elphame observó que el semblante de las mujeres viajaba muy lejos. Tenían sonrisas de satisfacción en los labios.
– Debemos hacer lo mismo, mi señora -dijo Brenna.
Elphame asintió. Tomó una ramita de albahaca y se colocó entre Meara y Caitlin. Ninguna de las dos se sobresaltó ni se apartó de ella. Las mujeres estaban tan absortas en sus pensamientos que nadie se dio cuenta de que Elphame se acercaba. Ella cerró los ojos y metió las manos en el agua, y estrujó la albahaca.
Al instante, pudo oír los deseos de las mujeres que la rodeaban. Era como si el agua actuara como un conductor de pensamientos y sueños.
«Por favor, trae felicidad a mi hogar… Deja que conozca la alegría de tener un buen marido… Quisiera tener hijos… Por favor, no dejes que pase hambre… Quiero estar segura siempre… Quiero que me acepten como soy…».
Sus plegarias llegaron a Elphame en una ráfaga de emoción, y ella las acercó a su corazón y las atesoró. Después añadió su propio deseo, y casi sin darse cuenta, se apartó del anhelo de poder encajar, de ser normal. Por primera vez, su deseo fue otro que no estaba centrado en sí misma.
«Por favor, permite que los que entren en el Castillo de MacCallan encuentren un refugio seguro, y ayúdame a ser una líder comprensiva y sabia».
– Ahora, vos debéis completar el resto de la ceremonia, Diosa -le dijo Brenna.
Al oírlo, Elphame sintió un escalofrío. Había pensado que Brenna dirigiría toda la ceremonia. Ella nunca había llevado a cabo ningún tipo de ritual mágico. Incluso durante su educación en el Templo de la Musa, había evitado el entrenamiento de los encantamientos y la invocación de las deidades. Sabía que las otras estudiantes lo comentaban porque les parecía extraño, pero habían llegado a la conclusión de que lo evitaba porque era tan poderosa que no necesitaba una guía mortal, que ya estaba en comunión con el reino de los espíritus. La gente esperaba que siguiera los pasos de su madre y se convirtiera en la Elegida de Epona, y que reinara como la líder espiritual de Partholon. Con sólo pensarlo, Elphame se sentía enferma porque, desgraciadamente, la verdad estaba muy lejos de lo que ellos pensaban. Aunque lo había deseado, nunca había sentido la magia, ni de los espíritus, ni de los dioses, ni de Epona. No le serviría de nada estudiar la magia. No tenía magia, aparte de sus anormalidades físicas.