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– Creo que ya es suficiente. Puaj. Estoy deseando darme un baño y comer algo.

Brenna asintió mientras intentaba quitarse algo pegajoso del brazo. Incluso el pelaje reluciente de Brighid estaba lleno de polvo y tenía manchas de hollín.

La Cazadora agarró las tiras de cuero de la parihuela y se las puso sobre el hombro para trasladarla con su poderoso cuerpo de centauro.

– Por lo menos, vosotras dos podéis bañaros. Yo estoy segura de que en Loth Tor no habrá ninguna bañera lo suficientemente grande para mí -comentó, mientras empezaba a arrastrar la carga hacia el exterior.

Elphame y Brenna la ayudaron a mantener el equilibrio de la pila de escombros para no dejar caer nada por el camino.

– Nunca lo había pensado -dijo Brenna-. Sería horrible que las bañeras fueran demasiado pequeñas para mí -musitó.

– Es horrible si eres una mujer centauro -respondió Brighid, y sonrió a Brenna-. Si eres un centauro, no te importa tanto.

– ¡Aj, hombres! -dijo Elphame, acordándose de que su madre tenía que amenazar a Cuchulainn y a Finegas cuando eran niños para conseguir bañarlos-. Centauros o humanos, pueden llegar a ser repugnantes.

Las tres mujeres arrugaron la nariz y se echaron a reír.

– ¿Podéis creer lo mucho que ha crecido esta pila? -preguntó Elphame mientras vaciaban la parihuela en el montón de vigas y escombros.

– Lo creo -dijo Brenna, mientras hacía girar el cuello-. Espero que en Loth Tor haya un aguamiel decente. Vamos a necesitarlo para relajar los músculos esta noche. Y mañana.

– Bueno, ya está -dijo Elphame, sacudiéndose las manos con satisfacción-. Vamos al pueblo.

– ¡Bien! -dijo Brighid.

Sin embargo, después de unos cuantos pasos, Elphame se dio una palmada en la frente.

– Me he dejado dentro la daga de Cuchulainn. Si aparezco sin ella me va a echar una buena bronca. Esperad aquí. Sólo tardaré un momento.

Entonces, salió corriendo hacia la entrada del castillo.

¿Dónde había podido dejar aquella cosa? Había muy poca luz, y todos los montones de tierra y hojas parecían un cinturón con una funda.

– Debería haber tenido sentido común y habérmelo abrochado a la cintura cuando me lo dio -murmuró enfadada consigo misma.

«¿Buscas esto, muchacha?».

Elphame sintió un escalofrío. Aquella voz grave provenía de algún lugar a su espalda. Tenía una resonancia extraña, como si le llegara a través de una piscina de agua. Se volvió.

Él estaba sentado, en actitud relajada, sobre el borde de la pila de la fuente. Elphame no tuvo problema para verlo, puesto que su cuerpo resplandecía suavemente, como el reflejo de la llama de una vela sobre una perla. También veía las ruinas del patio detrás de él, a través de su cuerpo.

– ¡Oh!

Elphame no se había dado cuenta de que estaba conteniendo el aliento hasta que se le escapó de los pulmones. Se echó a temblar e intentó decirles a sus piernas que salieran de allí a toda prisa.

El espectro alzó una mano fuerte, encallecida.

«Tranquila, Elphame, no voy a hacerte daño».

Tenía la voz un poco ronca, pero su mirada era bondadosa, y estaba sonriendo.

«Allí está, muchacha», le dijo, asintiendo hacia el cinturón, que estaba sobre el borde de la fuente, no lejos de él. «¿Es eso lo que estás buscando?».

Elphame asintió rígidamente, y dio un paso hacia delante para tomarlo.

– Gra-gracias -dijo.

Él inclinó la cabeza con galantería.

«Es un placer», respondió, y dirigió su mirada desde Elphame hasta la estatua de la muchacha. La sonrisa del espectro se volvió conmovedora. «Me alegro mucho de que hayas venido por fin, Elphame. Ni siquiera los muertos pueden esperar para siempre».

– ¿Me conoces?

«Sí, muchacha, te conozco. Y eres una chica estupenda, muy guapa. La mezcla perfecta de dos. Eres la elección más adecuada».

– ¿Para qué? ¿Quién eres? -preguntó El, y comenzó a recuperar la capacidad de hablar.

«Confía en tu intuición, muchacha, y en tu corazón. Ellos te dirán quién soy».

Elphame respiró profundamente y observó con atención al espectro. Era de mediana edad, pero todavía tenía una figura poderosa, y llevaba los ropajes típicos del oeste, una blusa de lino y un kilt. Aunque fuera transparente, los colores eran fuertes: azul zafiro y verde claro, formando un contraste marcado sobre la tela escocesa. Elphame abrió mucho los ojos. Conocía aquella tela de lana. Su madre la había llevado durante años cada vez que viajaba al oeste. Ella misma tenía una igual. Y con todo el derecho. La sangre del clan de los MacCallan corría por sus venas.

– Eres El MacCallan.

Él sonrió y le hizo un guiño.

«Sí, muchacha, lo era. Ahora, ese puesto lo ocupas tú», dijo. Entonces se puso en pie, y con seriedad, ejecutó una reverencia elegante, que hizo que Elphame recordara a Cuchulainn. «Tus compañeras vienen a buscarte, y no puedo quedarme. En otro momento, muchacha… En otro momento…».

Y desapareció, dejando sólo una voluta de niebla fina que se quedó junto a la fuente.

– ¡Mi señora! ¿Va todo bien? -exclamó Brenna, desde la entrada.

– ¡Sí! -respondió Elphame.

Se pasó una mano temblorosa por la cara. Ella le había dicho a su madre que no creía que en aquel castillo hubiera ningún espíritu que quisiera hacerle daño, y lo había dicho en serio. Sin embargo, nunca se había planteado que pudiera haber espíritus de otro tipo con los que tuviera que conversar.

– Nunca pensé que iba a conocer a El MacCallan en persona.

– ¿Has dicho algo, Elphame? -preguntó Brighid, acercándose a ella entre la oscuridad-. Aquí está muy oscuro. No es de extrañar que estés tardando tanto.

– Debemos arreglar los apliques de las paredes y colocar antorchas -dijo Brenna con nerviosismo. Era sólo una pequeña silueta oscura junto al pelaje blanco, casi etéreo, de la Cazadora.

Elphame sonrió e intentó que su voz sonara con normalidad.

– Tienes razón. Me ha costado mucho encontrar la daga, pero ya la tengo, así que por fin podemos marcharnos -dijo, y con una última mirada hacia la fuente rodeada de niebla, Elphame se encaminó hacia la salida del castillo.

Capítulo 9

Por el camino recién despejado que atravesaba el bosque, perfumado con la dulce fragancia de los árboles en flor, Elphame comenzó a relajarse. Allí, con Brenna y Brighid charlando amigablemente sobre los sucesos del día, era difícil creer que un momento antes hubiera estado hablando con el espíritu de El MacCallan, el Jefe del Clan que había muerto hacía más de un siglo. Elphame no dudaba de lo que había presenciado, pero estaba anonadada, porque durante años nunca le había ocurrido nada remotamente mágico. Hasta aquella mañana, el reino de los espíritus había estado vetado para ella. Y ahora, los espíritus de las piedras le hablaban, y también los muertos, en menos de un día.

Pensó que tal vez se encontrara en estado de shock, y por eso era capaz de caminar y de hablar y sonreír a sus acompañantes como si no hubiera pasado nada, en vez de quedarse helada y sin habla. Tuvo que contener una risita de histeria. Oyó su nombre y asintió distraídamente al comentario que acababa de hacer Brenna.

– ¡Maravilloso! Te dije que era buena idea, Brighid.

– ¿Estás segura, Elphame?

El tono de la pregunta de la Cazadora sacó a Elphame de su ensimismamiento. Se dio cuenta de que Brenna la estaba mirando con una gran sonrisa.

– Por supuesto que sí lo está. Tú ya has dicho que no iba a haber una bañera lo suficientemente grande para ti y, mirad, el riachuelo forma una poza allí. Es grande.

Elphame siguió el dedo con el que estaba señalando Brenna. El terreno descendía de manera brusca y creaba una zona rocosa entre los pinos. Y allí, el riachuelo caía de un nivel a otro en forma de pequeñas cascadas, que formaban una poza antes de que la corriente dibujara un meandro y siguiera su camino hacia el bosque. Elphame miró a la Sanadora, intentando no dejar entrever su horror. ¿Acaso Brenna quería que se bañaran allí mismo? Ella nunca se había bañado frente a nadie, ni siquiera permitía que las sirvientas permanecieran en los baños del templo con ella. ¿Iba a ser capaz de desnudarse frente a sus dos compañeras?