– Maldita Princesa de Hielo -murmuró-. Que haga su parte de la vigilancia. Se equivoca si piensa que va a poder discutir conmigo.
Cu intentó encontrar una posición cómoda, pensando en lo contento que iba a estar cuando pudiera dormir nuevamente en una cama, y en lo molesta que le resultaba la Cazadora, y cuánto trabajo tenían por delante… Pensando en cualquier cosa que pudiera distraerlo de la voz suave de la Sanadora del rostro lleno de cicatrices, que olía a agua de lluvia y a hierba fresca.
El sueño arropó a Elphame como un padre cariñoso, y ella soñó. En su sueño, corría por un bosque de robles iluminado por la luz de la luna. Respiraba profunda y rítmicamente, y el viento le azotaba la cara mientras los árboles quedaban atrás como algo borroso.
El terreno, libre de raíces y arbustos, comenzó a ascender suavemente, y ella se deleitó con el calor que invadía sus poderosos músculos mientras emprendía la subida. Salió del bosque y se encontró en un claro pequeño, y de repente, la niebla la envolvió. Con la respiración profunda y acelerada, Elphame se detuvo. La niebla la rodeó espesa y gris, y ella sopló. De repente, el color cambió, y se manchó de rojo.
Aquel color la atraía. Estiró los brazos y estiró los dedos. Lentamente, comenzó a girar, y la niebla acarició su cuerpo, y ella se dio cuenta de que estaba desnuda.
– Elphame… -oyó una voz que flotaba en el viento.
Era la voz de un hombre, pero ella no lo reconocía.
– Ven a mí, Elphame…
La voz no la asustó. Su sonido tocó algo en lo más profundo de su ser, y su cuerpo respondió con una intensa ráfaga de calor. La humedad de aquella neblina escarlata la llenó, lamió su piel y les dio vida a unos sentimientos que hasta aquel momento ella sólo había imaginado. La niebla se hizo más densa, y con ella, su deseo.
– Sí… -la voz del hombre la urgió seductoramente-. Deja que te ame.
Elphame se vio envuelta en una telaraña ligera y vaporosa, y en todo aquel punto donde entraba en contacto con su desnudez, su cuerpo se despertaba. No, pensó con asombro. No estaba en una telaraña, estaba protegida por unas alas.
– ¡Tiene alas! -dijo en voz alta, y el sonido de su propia voz la despertó de repente.
En los bosques oscuros que había al norte del Castillo de MacCallan, Lochlan se incorporó de golpe. Se había despertado de un sueño apasionado, y su cuerpo ardía de necesidad. Había soñado que estaba con Elphame, y por primera vez, ella había sentido también su presencia. Emergió de un salto del refugio que había hecho en una cavidad formada por salientes rocosos, y desplegó sus alas palpitantes. Comenzó un ascenso largo y arduo por un borde del risco, con desesperación por quemar su deseo acumulado.
Le ardía la cabeza. Le dolía tanto que pensó que iba a explotarle, pero mantuvo el control y se concentró en forzar su poderoso cuerpo hasta que el sudor se deslizó por su piel y su respiración se hizo entrecortada.
Había vivido tanto tiempo… Ciento veinticinco años. Aquella longevidad que había heredado de la raza Fomorian era una maldición. ¿Y quién sabía cuánto tiempo iba a seguir latiendo su corazón y bombeando la sangre negra de su padre, con aquella locura tentadora, por su cuerpo? La lucha. La lucha constante le pesaba.
«Ríndete», le susurró el dolor. «Deja de luchar. Deja que la locura te controle. Deléitate con tu poder». Lochlan podría acabar con el dolor aceptando su oscura herencia. Apretó los dientes. Y entonces, él se comportaría como la raza de su padre. No sería más que un animal rabioso o un demonio. Cualquiera de las dos descripciones sería exacta.
Quería más. Quería más para sí mismo y para su gente.
Elphame… Su nombre era como agua fresca para su alma sedienta.
Se habían encontrado en el reino de los sueños, Lochlan estaba seguro. Ella había oído su voz, y se había abierto a él. Él la había envuelto con sus alas y la había acariciado. Y ella lo había reconocido, o al menos, parte de lo que era. Lochlan lo había oído claramente.
«¡Tiene alas!».
La voz de Elphame todavía vibraba en él, y la sorpresa maravillada de su tono de voz lo llenó de esperanza y de alegría, e hizo que le resultara más fácil soportar el dolor de su cuerpo.
Capítulo 11
Elphame continuó pensando en aquel sueño durante toda la mañana, e incluso por la tarde se dio cuenta de que estaba distraída por el recuerdo de las caricias de aquella niebla escarlata. Durante una de aquellas distracciones, se perdió lo que le estaba diciendo uno de los trabajadores.
– Y eso es todo, mi señora.
– Disculpa. Tenía la cabeza en las nubes. ¿Puede repararse?
– Como le he dicho, llevará trabajo, pero creo que sí -dijo el joven-. Ya he comenzado a desatascar el pozo principal del castillo. Cuando termine, el agua podrá fluir libremente desde el pozo a la cocina, y también a esta fuente, señora. A menos que haya alguna rotura en las tuberías, cosa que todavía tengo que descubrir.
– Bien, muchas gracias.
El joven hizo una reverencia y se alejó por el patio. Elphame miró a la estatua de la preciosa jovencita que se parecía tanto a ella. Ya habían limpiado todos los escombros que rodeaban la fuente, y habían comenzado la tarea de restaurarla. Danann había recomendado que usaran arena y agua jabonosa, así como un cepillo de cerdas fuertes para limpiar la estatua, y también las columnas enormes que rodeaban el patio, y de cuya limpieza se estaban encargando las mujeres subidas en andamios que habían montado para tal efecto. El sonido de su conversación se mezclaba con el de la reconstrucción del tejado. El castillo bullía de actividad.
– Seguramente debería estar supervisando algo terriblemente importante, en vez de obsesionarme contigo -le susurró a la estatua-. Sin embargo, no sé por qué, pero creo que tú eres terriblemente importante.
– Me parece muy bien que habléis con la piedra, mi señora -dijo Danann, y Elphame se sobresaltó. No sabía quién se movía con más sigilo, si Danann o la Cazadora, pero tenía la sensación de que ambos iban a ponerla nerviosa.
Elphame se recobró de la sorpresa y le acarició la mejilla a la estatua.
– No me resulta difícil hablar con ella. Me parece real. Esta fuente y este patio tienen algo que me resulta muy importante. Sé que hay otros deberes que debo atender, pero me siento atraída hacia aquí, el corazón del castillo. No puedo descansar hasta que esto reviva.
– Corazón… Revivir… -repitió lentamente Danann-. Interesante elección de palabras. Cuando uno habla de reconstruir un hogar, normalmente no lo describe con palabras que se refieren a un ser humano. ¿Sabríais decirme por qué lo hacéis vos?
– Para mí, el castillo está vivo. No lo veo como piedras y madera podrida.
– Sí, Diosa. Tenéis afinidad con este castillo.
– Para mí es algo nuevo, Danann. Nunca había sentido nada igual hasta que llegué aquí.
– Eso es porque hasta que vinisteis aquí estabais demasiado atrapada en vuestra vida como para sentir la magia que os rodea.
– Parece que he sido frívola y tonta.
– No, en absoluto. Eso es lo que les ocurre a casi todos los seres de Partholon. El problema es que vos no sois como los demás.
Elphame no sabía cómo responder. Detestaba que la llamaran «Diosa», pero en boca de Danann era más una expresión de afecto que un título. Y ella siempre había deseado dos cosas, ser como el resto de la gente de Partholon y poder sentir alguna forma de magia. Sin embargo, lo que Danann le estaba diciendo era que una de aquellas cosas excluía a la otra.
Elphame suspiró.
– Es difícil de entender.
– Sí, para aquéllos que han sido marcados por el reino de los espíritus es difícil de entender -dijo Danann amablemente. Después se puso a observar la estatua.