– El patio está maravilloso -dijo, desviando la atención del broche.
Y no estaba exagerando sólo para cambiar de tema; paseó la mirada a su alrededor con asombro. Mientras atardecía, Cuchulainn y ella se habían reunido para supervisar el progreso de los trabajos. La zona sur del castillo estaba casi despejada por completo, y él le había asegurado a Elphame que la noche siguiente podrían acampar allí, en vez de hacerlo a las afueras de Loth Tor.
La mitad superior de las columnas que rodeaban el patio principal ya estaba limpia, y la belleza color crema de sus tallas intrincadas hacía un raro contraste con el resto del pilar. Parecía que las mitades restauradas se habían materializado del aire. Brenna se había tomado un interés especial en las antiguas columnas, y se había ocupado de supervisar personalmente los trabajos de limpieza. Cuando Elphame y Cuchulainn alabaron el trabajo que estaban haciendo las mujeres y ella, la pequeña Sanadora casi brilló de placer.
En aquel momento, los dos hermanos estaban junto a la entrada de la cocina, y aunque la actividad había empezado a ralentizarse, Elphame apenas podía creer el cambio que había experimentado en dos días. Los hornos estaban limpios, las piedras caídas se habían repuesto y los armarios y la isla central, además del suelo, habían recibido un vigoroso fregado. La bomba ya expulsaba agua a la amplia pila de mármol, y Wynne informó a Elphame de que al día siguiente podrían preparar comida en las cocinas del Castillo de MacCallan.
Elphame y Cuchulainn salían al patio cuando Brenna se acercó a ellos con excitación.
– ¡Oh, mira la fuente, Elphame!
– ¡Cu, funciona!
Elphame lo tomó de la mano y tiró de él hacia el centro del patio, donde había varias personas observando la fuente. Un agua turbia comenzó a manar del jarrón que sujetaba la estatua de Rhiannon y cayó en la pila, que ya estaba empezando a llenarse. Poco a poco, el agua se aclaró y finalmente brotó cristalina y comenzó a chispear bajo la luz del sol.
– Es realmente precioso, El -dijo Cuchulainn, pasándole el brazo por los hombros.
– Sí, es cierto -dijo Brenna.
La Sanadora estaba junto a Elphame, sonriendo felizmente, y en sus ojos bailaba el reflejo del agua.
Elphame no podía hablar. Después de años de frustración por su vida sin sentido, de repente era como si todos sus deseos se estuvieran cumpliendo. Casi tenía miedo de creerlo por si no era más que un sueño.
– Bueno, creo que ya es suficiente por hoy -dijo Cuchulainn, y se volvió hacia los hombres-. Dermont, diles a los demás que vamos a volver a Loth Tor a pasar la noche.
Los hombres y mujeres, hablando entre ellos, comenzaron a dispersarse. Elphame, la Sanadora y Cuchulainn se quedaron solos junto a la fuente.
– ¿Estás bien, Elphame? -le preguntó Cuchulainn.
– Sí, muy bien -murmuró ella.
– Estás pálida -le dijo Brenna.
Sin mirar a su hermano ni a la Sanadora, Elphame respondió:
– Me resulta un poco abrumador ver que mi sueño se está haciendo realidad. Algunas veces me emociono.
Cuchulainn refunfuñó.
– Hablas como una chica.
– Soy una chica, Cu.
Brenna, sin embargo, no se dejó distraer por aquella broma.
– Creo que deberías seguir el consejo de tu hermano, Elphame. Ya has hecho suficiente por hoy. Necesitas comer bien y descansar esta noche para recuperar fuerzas. Te haré una tisana que te relaje los músculos. Voy a ir a buscar las hierbas que necesito.
Después, se alejó por el patio, hacia la salida de las murallas.
Antes de que su hermano pudiera seguir haciéndole preguntas, Elphame sonrió y dijo:
– ¿Sabes lo que me haría muy feliz ahora?
– ¿Qué?
– Correr -respondió-. No he dado una buena carrera desde que salimos del templo de mamá. Cu… -dijo, poniéndole una mano en el hombro antes de que la interrumpiera-. Necesito correr.
– No conoces este terreno. ¿Adónde vas a ir? La única zona que está despejada es el camino que hay entre el castillo y el pueblo.
Ella hizo un gesto negativo. No podía permitir que la vieran los demás. Estaban empezando a aceptarla, y si veían la verdadera velocidad a la que podía correr, seguramente comenzarían a tratarla de nuevo como a una diosa. Lo pensó mientras observaba el bosque que los rodeaba con ojo de atleta. Después sonrió.
– Correré en paralelo al acantilado. El bosque termina a varios metros de la caída, así que tendré visibilidad, y el acantilado es bastante recto.
– No sé, Elphame. No me gusta que te vayas sola. ¿Por qué no esperas a que recoja mi caballo y así pueda acompañarte?
– Cuchulainn, no es necesario. Me llevaré la daga -dijo, dándose unos golpecitos en la cintura, donde la llevaba asegurada-. Todavía hay mucha luz. Habré vuelto a Loth Tor y estaré tomándome la tisana de Brenna antes de que se ponga el sol.
– No me gusta nada.
– ¿Es que crees que me voy a caer por el acantilado?
– No, pero no me gusta.
– Cu, no seas como nuestra madre.
Él frunció el ceño.
– No soy como nuestra madre.
Elphame sonrió.
Cuchulainn suspiró.
– Vuelve antes de la puesta de sol. Quiero que estés a mi lado, tomando la tisana a esa hora.
– Sí, sí, no seas pesado -respondió ella con impaciencia. Le dio un abrazo y un beso rápido y se despidió.
Después, entre risas, salió corriendo, dejando que el viento se llevara la contestación tirante de su hermano.
Capítulo 13
Elphame recorrió un lateral de las murallas. El Castillo de MacCallan estaba construido sobre la costa impresionante del Mar de B’an. Ella siguió la línea del acantilado norte. Como las tierras de la zona sur, la costa se curvaba y entraba en el bosque, y dejaba el Castillo de MacCallan aislado, silencioso y austero en su posición prominente.
Cuando nadie podía verla desde el castillo, Elphame se detuvo para desatarse la falda. Se la quitó y la dejó sobre una piedra. Después comenzó a hacer estiramientos para calentar los músculos de las piernas. Elphame respiró profundamente la brisa marina. Muy abajo, las olas rompían rítmicamente contra las rocas del acantilado. El sol estaba descendiendo hacia el mar azul, y el cielo del oeste estaba empezando a teñirse con los colores del anochecer. Elphame se sentía tan bien allí que se preguntó cómo había podido vivir tanto tiempo en otro sitio.
Cuando hubo calentado los músculos, comenzó a correr vigorosamente, siguiendo la línea del acantilado. El ejercicio era muy satisfactorio. Se inclinó hacia delante y aceleró el paso. Danann era muy sabio. Elphame sentía que la tensión de aquellos últimos días se deshacía. Frente a ella vio un río ancho que salía del bosque y discurría hasta el borde del acantilado. Tomó la decisión de seguir su orilla. Junto al río, el terreno estaba cubierto de agujas de pino y de musgo, y mientras se adentraba en el bosque, se dio cuenta de que los árboles eran tan antiguos que sus ramas comenzaban mucho más arriba de su cabeza. Aquellos árboles gigantes la asombraron, y miró hacia arriba para empaparse de su belleza. Aquél era su hogar, el lugar al que pertenecía. Por primera vez en su vida encajaba de verdad. Elphame se sintió libre, feliz y también, quizá, un poco mareada…
No vio el barranco hasta que era demasiado tarde para detenerse. El terreno se abrió bajo ella, y Elphame cayó. Comenzó a dar vueltas y vueltas, y sintió un dolor lacerante en un costado. Instintivamente se encogió para protegerse la herida, y se golpeó la cabeza con algo. La oscuridad la engulló rápida y completamente.