– No lo sé -susurró. Después, su mirada viajó hasta sus ojos grises. ¿Cómo sería besarlo?
«Pregúntaselo». Aquel pensamiento le cruzó la mente. «Pregúntaselo».
Y para su sorpresa, lo hizo.
– Si me besaras, ¿me cortarías los labios con los colmillos?
– No, no te cortaría -respondió él suavemente.
Él la hipnotizaba. Elphame sentía los latidos del corazón en los oídos.
– Has dicho que todavía tienes vestigios de la sed de sangre. ¿Quieres probar mi sangre?
A través de sus manos, que en algún momento se habían quedado unidas, ella sintió el temblor que atravesó el cuerpo de Lochlan, como si fuera una respuesta instantánea a su pregunta.
– Hay muchas cosas que deseo de ti -dijo él-, pero no tomaré nada que tú no desees dar.
– Yo… Yo no sé lo que quiero. Nunca me han besado -balbuceó.
– Lo sé.
Los ojos de Lochlan pasaron de ser grises a ser tormentosos.
– Creo que te estaba esperando -murmuró Elphame.
– Como yo te he estado esperando a ti -susurró él.
«Ve despacio… no la presiones», le ordenó la parte racional de su mente. «Es muy joven… No tiene experiencia… Se asustará con facilidad».
Pero tenía que probarla.
Lentamente, dándole tiempo para que ella pudiera apartarse si quería, Lochlan se inclinó hacia ella y la besó.
Fue muy diferente a cualquier cosa que Elphame hubiera imaginado. Ella creía que besar sería algo embarazoso, por lo menos al principio. Había sido una ingenua. Los labios de Lochlan eran cálidos y firmes, y también seductores. Sus bocas encajaron a la perfección, y cuando sus lenguas se encontraron, a ella se le detuvo el pensamiento. Su cuerpo tomó las riendas. Elphame cerró los ojos y se empapó de él. Lochlan era el bosque, salvaje, bello e indómito. Y la atraía. Él metió una mano entre su pelo, y con la otra la ciñó contra sí. Elphame se lo permitió, se estrechó contra su cuerpo. Automáticamente, le rodeó el cuello con los brazos.
Incluso perdida en aquel beso, se dio cuenta de que algo le rozaba los antebrazos, y la novedad de aquella sensación hizo que abriera los ojos y separara los labios de los de él.
Sus alas habían empezado a desplegarse y a extenderse sobre él. Ella miró desde sus alas erectas a su rostro. Él tenía la respiración muy profunda, y sus ojos grises se habían oscurecido de deseo.
– Mi pasión se refleja en ellas -le explicó a Elphame-. No puedo controlarlas. Y menos cuando tú estás tan cerca, y te deseo tanto.
– Parece como si no fueran parte de ti.
– Son una parte oscura de mí, una parte contra la que tengo que luchar.
Ella volvió a mirarle las alas. Estaban extendidas por encima de ellos, como si él se la fuera a llevar por los aires. Elphame pensó que la parte inferior era del color de la luna.
– Son muy bonitas -susurró.
Lochlan apartó la cabeza hacia atrás como si lo hubiera abofeteado.
– No lo digas ni siquiera en broma.
– ¿Y por qué iba a bromear? -preguntó ella, y lamentó ver el dolor que había aparecido en sus ojos-. ¿Puedo tocarlas?
Él no podía hablar. Asintió lentamente.
Ella no vaciló. Alzó una mano y tocó la parte del ala que estaba extendida sobre el hombro izquierdo de Lochlan.
– Oh -susurró-. Son suaves. Pensaba que lo serían.
Entonces, abrió la mano y pasó la palma, delicadamente, sobre la superficie esponjosa. Las alas temblaron bajo su caricia, y se expandieron, mientras Lochlan exhalaba el aire de los pulmones con un gemido.
Elphame apartó la mano al instante.
– ¿Te he hecho daño?
Él cerró los ojos.
– ¡No! -exclamó-. No pares. No dejes de acariciarme.
El deseo puro que ella percibió en su voz la intrigó mucho, tanto como su cuerpo exótico. Elphame no quería dejar de acariciarlo, y volvió a alzar la mano hacia la suavidad del ala. Sin embargo, antes de que pudiera tocarlo, él atrapó su mano. Ella lo miró con desconcierto.
– Se acerca alguien -dijo él; ladeó la cabeza y añadió rápidamente-: Es la Cazadora.
– ¡Tienes que irte! No puede verte.
– Tengo que estar contigo de nuevo. Pronto -dijo Lochlan con un deje de frustración.
– Yo encontraré la manera. Por favor, vete. La Cazadora pensaría que me estás atacando -le suplicó Elphame.
– Llámame, corazón mío. Nunca estaré lejos de ti.
Lochlan se inclinó y la besó una vez más, con una desesperación que rayaba en la violencia. Sin embargo, Elphame no se estremeció, ni se apartó de él. Respondió a su pasión con su propia fuerza inhumana.
Él se separó de ella y, con un quejido, se adentró en el bosque. No volvió la cabeza para mirarla. No podía.
Capítulo 17
Elphame se pasó la mano temblorosa por los labios y se dirigió apresuradamente desde el borde del bosque a las piedras donde había estado sentada con Lochlan. Tuvo tiempo para acomodarse en la suya y respirar dos veces profundamente antes de ver a Brighid entre los árboles saludándola de lejos. Elphame le devolvió el saludo con la mano y se obligó a responder. Al mirarla, nadie se daría cuenta de que acababan de besarla, ni siquiera la Cazadora. Sin embargo, aunque una Cazadora no pudiera leer las caras, sí sabía leer un rastro…
Elphame se sobresaltó. Brighid podría leer el rastro de Lochlan. La expresión alegre de la Cazadora se transformó en un gesto de preocupación al notar que Elphame estaba muy pálida.
– Cuchulainn me ha pedido que viniera a recogerte para llevarte al castillo, porque habías pasado demasiado tiempo fuera y tal vez te hubieras debilitado -dijo-. Por tu aspecto, parece que tenía razón.
– Odio que tenga razón -dijo Elphame, intentando que su tono de voz fuera de despreocupación.
– Todos odiamos que tenga razón. Vamos, te ayudaré a bajar -le dijo, y la sujetó mientras bajaba de la piedra. Después arqueó una ceja y le preguntó-: ¿Necesitas que te lleve hasta el castillo?
– No, estoy bien -dijo Elphame.
– ¿Estás segura? Ya sabes que a mí no me importa -dijo Brighid.
– Sí, ya lo sé. Gracias, Brighid. Te agradezco mucho la oferta, pero creo que estoy agarrotada de no caminar durante tantos días. Me alegro de que hayas venido a buscarme -le dijo-. Te eché de menos ayer.
– Ayer se nos unieron otros cinco hombres, todos con sus jóvenes esposas.
– No lo sabía. Cuchulainn… ¡Ese burro que se empeña en protegerme excesivamente! Me trata como si yo fuera una maldita inválida.
– Tu hermano es muy molesto -dijo Brighid con una sonrisa-. Creo que, si ya te sientes lo suficientemente bien como para discutir con él es que te estás curando. Brenna se va a poner muy contenta -dijo Brighid.
– Pero no Cu -dijo Elphame con una sonrisa de satisfacción.
Iban caminando lentamente hacia el castillo, y cuando Brighid se dirigió más hacia el bosque que hacia el mar, Elphame se alarmó por si encontraba algún rastro de Lochlan. Rápidamente, señaló hacia el acantilado.
– Vamos a caminar cerca del borde. Me gusta ver el mar.
Brighid cambió de dirección, aunque cabeceando.
– No sé por qué te gusta. A mí me pone nerviosa.
Elphame la miró con sorpresa.
– Pensaba que tú nunca te ponías nerviosa.
La Cazadora resopló.
– Caerme sí. Me pone muy nerviosa. Eso deberías entenderlo bien.
Elphame se estremeció.
– En eso tienes razón. No quisiera repetir la experiencia.
Brighid se quedó en silencio mientras daban unos cuantos pasos más. Después, carraspeó y miró a Elphame de reojo.
– Tenía ganas de preguntarte una cosa sobre esa noche, pero pensaba que debía esperar hasta que te recuperaras, o hasta que pudieras pensar con más claridad. Creo que ya ha llegado ese momento.
– ¿Y qué es?
Brighid se detuvo y pensó durante unos momentos antes de hablar.