Ella abrió el broche que le sujetaba la tela y desenvolvió su cuerpo. Se sacó la fina camisa de lino por la cabeza. El aire nocturno de la primavera acarició su piel desnuda, y le provocó un delicioso escalofrío.
Salvo por sus alas, Lochlan permaneció inmóvil. Ella se apoyó contra el calor de su pecho, y pasó una mano por encima de su hombro para acariciarle el ala, dejando que sus dedos pasaran por aquella suavidad que le recordaba al terciopelo. Él se estremeció y la abrazó. Ella se moldeó contra su cuerpo, y aceptó su beso feroz. Lo rodeó con los brazos y halló el punto en el que sus alas se unían a su cuerpo, y jugueteó allí, acariciándolo, masajeándolo, e incluso arañándole ligeramente la espalda.
Con un movimiento repentino, Lochlan la alzó y la tendió sobre la hierba suave y el tartán de los MacCallan, y se agachó a su lado con las alas desplegadas, mientras intentaba recuperar el control de sus emociones. Ella le tendió los brazos. Deseaba sentir su cuerpo.
Él interceptó su mano con una risa suave.
– Despacio, corazón. Deja que te explore. Quiero conocer tu maravilloso cuerpo.
Ella gimió cuando él se cubrió un pecho con la palma de la mano.
– Sí… -dijo Lochlan, con la voz llena de deseo-. Eres como un canto de sirena para mí, y te seguiría aunque me guiara hacia la muerte -añadió, y pasó la mano por el corte que ella tenía en el costado-. Pero nunca permitiré que nada ni nadie te haga daño. Te protegeré con mi vida y te defenderé con la última gota de mi sangre.
«No llegará ese momento», pensó Elphame. Ambos iban a estar bien. Su clan iba a aceptarlo.
Entonces, todo pensamiento se le borró de la mente, cuando él movió la mano desde la curva de su cintura hacia el suave pelaje que le cubría la parte inferior del cuerpo.
– Tienes una suavidad indescriptible -susurró Lochlan mientras le acariciaba el muslo-, fundida con una fuerza asombrosa. Durante todos estos años me he preguntado cómo sería acariciarte, y que tú me acariciaras, pero nunca pensé que llegaría a saberlo -dijo, y pasó la mano por el interior de su muslo caoba-. Fue el motivo por el que finalmente hallé mi camino hacia ti. No podía soportar la idea de estar sin ti ni un minuto más.
Entonces, él deslizó la mano hasta que halló el calor del centro de su cuerpo. Elphame gimió y movió las caderas con inquietud. Las alas de Lochlan latieron llenas de vida y la sangre oscura de su padre comenzó a moverse rápidamente por su cuerpo. Durante un instante, él se vio tomándola con violencia, embistiéndola contra el suelo mientras se alimentaba de su cuello y ella gritaba.
«¡No!», gritó mentalmente Lochlan, rebelándose contra aquella imagen. Se apartó bruscamente de su cuerpo con la respiración jadeante y se sentó a su lado, temblando, con la cara escondida entre las manos mientras el dolor le atravesaba las sienes.
Entonces, Elphame se arrodilló a su lado y comenzó a acariciarle el pelo, murmurándole palabras de consuelo. Cuando sus alas empezaron a cerrarse, ella le apartó las manos, suavemente, de la cara.
– ¿Qué es lo que te da miedo? ¿Por qué te has alejado de mí? ¿Acaso lamentas nuestro matrimonio?
– ¡No! -exclamó él-. ¡Nunca! Eres tú la que debería arrepentirse. Soy un demonio, y casi no puedo controlar mis impulsos. No puedo hacer el amor contigo sin tener visiones de violencia y de sangre. Y eso alimenta mi lujuria, Elphame. ¿Lo entiendes? Aunque te quiero y te deseo por encima de todas las cosas, mi herencia oscura desea rasgar, saborear, violar.
– Cuando me haces el amor, ¿tienes pensamientos oscuros y violentos? -preguntó Elphame.
– Sí -respondió él con la voz quebrada-. No puedo evitarlo.
Elphame se puso en pie, y Lochlan supo, con una pena desgarradora, que ella iba a dejarlo.
– Entonces, yo te haré el amor a ti.
En vez de alejarse de él, Elphame se sentó a horcajadas sobre su regazo, con una gracia sensual. Entonces lo besó y le acarició las alas mientras volvían a latir y, al instante, se llenaban de deseo.
– Elphame, no sabes…
– Shhh -murmuró ella, y apretó un dedo contra sus labios para acallarlo, mientras le desabrochaba la cintura del pantalón y liberaba su erección.
Cuando Elphame empezó a explorar su dureza, él dejó de respirar, y cuando se elevó para situar su humedad sobre su miembro palpitante, lo único que pudo hacer Lochlan fue apoyar las manos en la hierba y luchar contra el impulso de clavarle las uñas en la cintura y atravesarla.
– Abre los ojos, marido mío. Mírame.
Él abrió los ojos y se encontró con su mirada luminosa mientras ella descendía y lo acogía en su cuerpo con lentitud.
Elphame tuvo que adaptarse a él, pero después de la impresión inicial de sentirlo en su interior, el deseo de sus sueños y fantasías estalló. Se meció contra él, notando cómo aumentaba la tensión. Cuando Lochlan empujó hacia arriba para corresponderla, ella echó hacia atrás la cabeza e incrementó el ritmo de los movimientos de su cuerpo. Las alas de Lochlan se irguieron por encima de ellos dos, ocultando el cielo y el bosque a los ojos de Elphame y encerrándolos en un mundo propio. Cuando él gimió su nombre, al liberar su simiente dentro de ella, Elphame lo abrazó mientras su propio cuerpo estallaba en espasmos de placer.
Volvieron hacia la entrada del túnel en silencio. El cielo ya estaba empezando a aclararse. Elphame casi no podía creer que hubiera transcurrido tanto tiempo. Le había parecido que sólo había pasado un breve momento en sus brazos. Ella lo tomó de la mano. Él sonrió y se la besó.
– ¿Estás segura de que no te he hecho daño? -le preguntó Lochlan de nuevo.
– Completamente segura. Y deja de preguntármelo. No soy una delicada doncella -dijo, y con un gesto irónico, añadió-: En realidad, ya no soy una doncella.
– Para mí es un milagro. No creía que pudiera controlar…
Se quedó callado y apretó los dientes al recordar que había arrancado puñados de hierba del suelo durante su orgasmo. ¿Y si hubiera tenido las manos posadas en su cintura, o en su pecho, o en la delicada curva de su cuello?
– Lochlan -dijo ella con vehemencia, deliberadamente, para sacarlo de los pensamientos de odio hacia sí mismo que se reflejaban en la expresión de su cara-. No ha ocurrido nada malo -le acarició la mejilla y le preguntó-: ¿No puedes deleitarte con el placer que hemos compartido?
Él la abrazó y apoyó su frente en la de ella.
– Perdóname. Es que tengo un demonio dentro, y me resulta difícil no batallar continuamente con él. La verdad es que esta noche me has dado una gran felicidad, y no debería permitir que nada manchara eso.
– No lo has manchado. Nada podría manchar esta noche.
Lochlan le dio un beso, deseando desesperadamente que sus palabras fueran ciertas. Caminaron por el bosque hasta que encontraron la entrada del túnel. Los dos amantes se detuvieron ante ella.
– Deja que vaya contigo -le dijo Lochlan de repente, tomando su cara entre las manos-. Estamos casados, y yo te he hecho un juramento de lealtad. Podremos conseguir que entiendan que mi amor por ti es más fuerte que la sangre de mi padre.
Elphame le cubrió las manos con las suyas.
– No puedo presentarle este matrimonio a mis padres como un hecho consumado, como si no tuvieran importancia, como si no tuvieran derecho a saberlo antes que unos extraños. No puedo hacerles eso, ¿lo entiendes?
– Quieres mucho a tu familia. Eso lo entiendo.
– No es sólo por amor. También es por confianza, por respeto y por lealtad. Es lo mismo que te he jurado a ti.
– Lo sé, corazón mío. Es sólo que no sé cómo voy a soportar estar separado de ti.
– Voy a enviarles un mensaje para que vengan. Cuando lleguen se lo diré a ellos y a Cuchulainn. Después, entre todos encontraremos la manera de explicárselo al resto de Partholon -dijo Elphame, aparentando más confianza de la que sentía.