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La voz de Fallon era dulce, y por un momento, su familiaridad fue como un bálsamo para la mente de Lochlan.

– No te ha fallado el instinto, Fallon. No he tenido suerte.

– ¿No has encontrado a la diosa ungulada? -preguntó Keir.

Lochlan lo miró con frialdad.

– La encontré, pero he descubierto que la Profecía no habla de ella.

La gente alada se movió con inquietud, mirando a Keir y después a Lochlan.

– ¿Y cómo lo sabes?

– Lo sé porque no es una diosa, es sólo una mutación entre dos razas. ¡No es diferente a nosotros!

– No puede ser -dijo Fallon con la voz quebrada.

– No se ha perdido toda la esperanza. Tengo un plan nuevo -dijo Lochlan, alzando la voz contra la tormenta. Un relámpago volvió a atravesar la noche, y la lluvia se intensificó.

– ¿Tenemos que quedarnos aquí? ¿No puedes ofrecernos ningún refugio? -preguntó Fallon.

Él quería gritarles que no había refugio, y obligarlos a volver a las Tierras Yermas aquella misma noche, pero sabía que si los echaba ellos verían la falta de lógica de sus acciones y pensarían que les estaba ocultando algo. Entonces no descansarían hasta descubrir su secreto.

– Seguidme rápidamente. Os llevaré a mi cueva -dijo.

Sin embargo, cuando se estaba dando la vuelta, Fallon lo detuvo agarrándolo suavemente del brazo.

– ¿Estás bien, Lochlan? ¿Por qué te hemos encontrado corriendo desnudo en medio de una tormenta?

Lochlan miró a Fallon y a su compañero, y a los demás miembros del grupo. Ellos lo estaban observando con cautela, como si creyeran que se había vuelto loco. En aquel momento no le importaba lo que pensaran; sólo le importaba que su mundo se había desmoronado. El sueño había terminado, y Lochlan no creía que pudiera soportar ver la luz del día.

– ¿Es que ninguno habéis sentido nunca la necesidad de volar en la violencia de una tormenta? -preguntó con frialdad.

Después desplegó las alas y se alejó de ellos, imponiendo un ritmo que les resultaría difícil seguir.

La caverna era lo suficientemente grande como para acomodarlos a todos. En silencio, Lochlan comenzó a encender una hoguera. Se vistió y compartió sus escasas provisiones con su gente, que seguían mirándolo con recelo. Debería haberse dado cuenta del momento en que entraban en Partholon. Debería haber sentido su presencia. El hecho de que no se hubiera percatado era señal de la distracción que le había causado Elphame.

Lochlan admitió que Keir había elegido bien a sus compañeros. Fallon, por supuesto, no se habría separado de él. Y los gemelos, Curran y Nevin, siempre habían sido leales a un fin: la culminación de la Profecía. Lochlan también los habría seleccionado para que lo acompañaran en una búsqueda como la que había organizado Keir.

Y Lochlan sabía lo que tenía planeado Keir. Había ido a Partholon para asegurarse de que Lochlan llevaba a la diosa ungulada a su tierra para hacer un sacrificio.

– Háblanos de ella, Lochlan -le dijo Nevin.

– ¿Por qué estás tan seguro de que ella no es la indicada? -como de costumbre, Curran tomó el hilo del pensamiento de su hermano y lo terminó.

Lochlan habló con cuidado, puesto que era consciente de que sus palabras podían salvar o condenar a Elphame.

– He pasado mucho tiempo observándola. No es una diosa. Sólo es una mujer humana cuyo cuerpo, por las razones que sean, lleva la marca de una madre humana y de un padre centauro. Ella no dirige a su gente durante los ritos de Epona. Sólo es la Jefa del Clan, no una diosa. No tiene el poder de Epona en su interior.

– Eso no puedes saberlo con seguridad -dijo Keir.

– Lo sé sin ninguna duda. Lo leí en su sangre.

– ¿Cómo?

– ¿Por qué?

– ¿Qué derecho tenías?

Lochlan alzó una mano para detener la avalancha de preguntas.

– La encontré al fondo de un barranco. Se había caído y estaba malherida. Iba a atacarla un jabalí, y yo lo maté. Después la llevé a un lugar seguro. Estaba sangrando aquella noche, y en su sangre, leí la verdad de su condición humana. No es una diosa, sólo es una humana mutante.

– ¿Te revelaste ante ella? -le preguntó Fallon con incredulidad.

– No. Estaba inconsciente, y deliraba. Me recuerda como si fuera un sueño que no puede ser real -dijo Lochlan, y estuvo a punto de atragantarse por la amargura que le causaban aquellas palabras.

– Si ella no es la que puede realizar la Profecía, ¿por qué has soñado con ella durante todos los años de su vida? -le preguntó Keir.

Lochlan se había preparado para responder aquella pregunta, y su respuesta llegó con facilidad.

– Los sueños son visiones que me provocaba mi sangre oscura para que me volviera loco cuando siguiera su pista y descubriera que no eran más que una fantasía que yo había perseguido durante un cuarto de siglo.

– Has dicho que tienes un plan. ¿Qué es lo que tenemos que hacer ahora? -preguntó Fallon.

Lochlan se acercó a la bella mujer alada, que había sido su compañera de juegos en la infancia y su amiga durante la edad adulta. Tenía el pelo rubio, casi blanco, largo hasta la cintura, y la luz del fuego de la hoguera le arrancaba brillos delicados. Tenía unos rasgos finos y perfectos, y los ojos de un azul tan claro que parecía que no tenían color. Él no quería mentirle. Odiaba tener que mentirles a todos. Sin embargo, no podía traicionar a su mujer.

– Mientras estaba vigilando a la mujer ungulada, oí muchas cosas. A menudo, los humanos hablan del Templo de la Musa.

Curran y Nevin asintieron.

– Nuestra madre se educó allí.

– Y la mía -dijo Lochlan-. Y muchas otras. ¿Recordáis lo que nos dijeron de él? El Templo de la Musa es un lugar de educación superior, donde hay nueve profesoras que son las Encarnaciones de las Musas.

– Piensas que con una de ellas podríamos completar la Profecía -dijo Keir lentamente.

Lochlan lo miró a los ojos.

– Creo que cualquiera de ellas podría hacerlo. ¡Pensadlo! La respuesta es sencilla. Yo me habría dado cuenta hace años si no hubiera estado obsesionado por esos sueños durante tanto tiempo. Por eso, mi sangre oscura me ha jugado esas malas pasadas, para impedir que reconociera lo evidente. La Profecía no dice que nos salvaremos con la sangre de una diosa ungulada moribunda. Dice que la sangre de una diosa nos salvará. De cualquier diosa.

– Así que iremos al Templo de la Musa -dijo Nevin.

– Y capturaremos a una de las diosas -añadió Curran.

Lochlan cabeceó con disgusto.

– ¿Y cómo pensáis hacerlo? ¿Creéis que podemos llegar hasta allí sin que nos descubran?

– ¡Tal vez ya es hora de que nos descubran! -exclamó Keir.

– ¿Quieres atacar Partholon? -preguntó Lochlan, en un tono peligroso.

– ¡No! Yo sólo quiero ocupar el lugar que me corresponde en Partholon.

– ¿Y crees que el lugar que te corresponde está a la cabeza de un grupo de demonios alados?

– ¡Nosotros no somos demonios! -gritó Fallon.

– Si hemos venido a Partholon a secuestrar a una de sus diosas para hacer un sacrificio de sangre, ellos nos verán así. Si sólo pensamos con la ira de la sangre de nuestros padres, no seremos mejores que ellos, por mucho que luchemos contra su herencia oscura.

– ¿Y qué es lo que sugieres tú? -preguntó Keir con amargura.

– Marchaos a casa. Ocupaos de que la gente esté bien. Yo iré solo al Templo de la Musa, y cuando vuelva a las Tierras Yermas será en compañía de una diosa. Cuando su sangre haya lavado la locura de la nuestra, entraremos en Partholon pacíficamente. Ningún habitante de estas tierras sabrá que hemos pagado nuestra salvación con la sangre de uno de los suyos.

– Tiene cierta lógica -dijo Curran.

Lochlan les dio la espalda y se puso a mirar hacia la lluvia. Parecía que aceptaban sus invenciones y medias verdades, pero él no iba a permitirse sentir alivio hasta que supiera que habían vuelto a las Tierras Yermas y estuviera seguro de que Elphame no corría peligro.