– Supuse que no le pasaría nada -contestó Harry-, porque no necesitaba mentir. ¿Dónde estaba yo? Me había ido. ¿A dónde fui? A Génova. Aquella misma noche, cogimos un vuelo a Roma y salimos de allí ayer por la mañana. No hace ni veinticuatro horas que estamos en casa. -Harry llegó a la ventana y se volvió-. Dale tiempo, volverá.
– Me llamó Joyce -dijo Torres-. Está preocupada por él.
– Es a mí al que persiguen. ¿Dijo si estaba preocupada por mí?
– ¿No quieres saber dónde está él?
– Te lo estoy diciendo, volverá.
– Tú sabes que fue allí por su cuenta.
– Después de que yo le diera plantón no una vez, sino dos. Esta vez Raylan Givens debía pensar: «Traeré a ese hijo de puta encadenado si hace falta.»
– No sé por qué, tengo el presentimiento de que no estarías aquí de no ser por Raylan.
– Te lo dije, estaba dispuesto a marcharme de todos modos.
– No es eso lo que quiero decir.
Harry prosiguió, sin hacerle caso:
– Me sentaba en la terraza de un café a mirar el panorama, a empaparme de la atmósfera… No sé la razón, pero esta vez era distinto. En parte la culpa era del tiempo, era deprimente.
– No tenías público -afirmó Torres-, nadie a quien soltarle el rollo.
– Tampoco lo tuve antes, las otras veces que fui. Pero en aquellos viajes nunca me quedé más de unos días, como mucho una semana. Esta vez estuve allí casi un mes y pensaba: «Espera un momento. ¿Voy a vivir aquí?» Era distinto. -Harry reanudó su paseo con una sonrisa-. Los dos tipos entraron en la casa, Benno y Marco, tal como te lo cuento, mañosos auténticos, sacados directamente de El Padrino, parte Segunda. Entraron en el dormitorio, me vieron sentado allí…
– ¿Solo? -preguntó Torres.
– Era un montaje. Entran en la habitación, me ven, ¿qué es esto? Miran a su alrededor. Uno de los tipos, Marco, tiene una escopeta de cañones recortados. No es de repetición, sino una escopeta normal con los cañones recortados. El otro tipo, Benno, me ve sentado tan tranquilo y se guarda la pistola en los pantalones, en la cintura. Marco dice algo en italiano; el otro, Benno, dice: «¿Quién es usted? ¿Cómo se llama?» Yo le contesto: «¿Entra en mi casa y quiere saber quién soy? ¿Quién coño es usted?» ¿Lo entiendes? Soy el cebo. Les distraigo. Raylan está al otro lado del vestíbulo con Joyce. Se acerca por detrás mientras yo hablo y le quita la escopeta a Marco.
– ¿No sabían quién eras?
– Por lo que sé, todavía no lo saben; siguen en Italia encerrados en el garaje. -Harry sonrió casi para sí mismo-. Quizá vuelva allí cuando mejore el tiempo. Ya sabes, pasar el invierno aquí y el verano allí.
– El Zip ya ha vuelto -dijo Torres-. Los tipos de la vigilancia le oyeron hablar por teléfono con Jimmy Cap. Dijo: «Le hice volver a casa. Piensa que puede esconderse, pero no hay ningún lugar al que pueda ir donde yo no pueda encontrarle.» Hablaba de ti.
– Desde luego. ¿Qué, le arrestarás? Es una amenaza contra mi vida.
– Lo único que dice es que puede encontrarte si te escondes.
– Por amor de Dios, si me encuentra me matará.
– Lo sabemos -respondió Torres-. Sólo les mantenemos bajo vigilancia porque quiero escucharle cuando lo diga. Si no, le tendremos que arrestar cuando intente matarte. Si quieres, podemos tenerte en la cárcel hasta que se abandone el proceso. Esto significa que la fiscalía no actúa contra ti en este momento y probablemente no actuará, pero que pueden mantener el caso abierto por sesenta días más si hay razones para hacerlo.
– ¿Como por ejemplo si mato a otro tipo?
– Me gustaría saber qué le has hecho a esa gente. Supongo que les has estado robando a manos llenas y se enteraron.
– No sabes lo agradable que es estar en casa -comentó Harry-, hablar con la gente, comunicarse. ¿Si les robaba? Les he robado durante toda mi vida, pero nunca tuve el menor problema hasta que ese gilipollas del FBI me tendió la trampa. Él se inventa una historia y ellos se la creen. Deciden matarme y ese cabrón de McCormick abandona la investigación porque de repente no le interesa coger a Jimmy y se inventa una excusa. Pero el verdadero motivo es que nunca conseguirá una condena. Mientras tanto, yo no puedo salir a la calle sin arriesgarme a que me peguen un tiro. Es lo que te dije hace un mes. No quiero ser testigo de nada.
– Tú y Jimmy sois socios desde hace años -dijo Torres-. ¿Por qué no le explicas que no tienes nada que ver?
– ¿Ver con qué? Nunca ocurrió. Un tipo dice que perdió una apuesta y me pagó diez billetes y la comisión. Yo le digo que no le he visto en toda mi vida y Jimmy le cree a él. Raylan le contó al Zip que todo era un montaje de los federales. Caray, eso se lo reconozco. Un agente federal intentando ayudarme.
– Pero al Zip le dio igual -afirmó Torres-. Raylan me lo dijo cuando llamó.
– Así es. Al Zip no le importa si le robé o no. Quiere mi cabeza.
– Es lo que dijo Raylan.
– Pero ¿por qué? ¿Qué le he hecho? Me refiero a algo que él sepa.
– Pienso que no tiene nada que ver contigo personalmente -dijo Torres-. ¿Me entiendes? Te intentó matar para demostrar algo, o sentar un precedente. O porque el Zip dijo que lo haría y es un hombre de palabra. No lo sé; son tus amigos, Harry. Si no eres capaz de adivinar por qué quieren matarte, no esperes que yo lo descubra.
– Mierda, me tienen cogido, ¿verdad? -Repitió el paseo hasta la ventana-. ¿Quieres una copa?
– La cuestión era -dijo Nicky-, que hablaban en italiano entre ellos y se suponía que yo debía enterarme. Como cuando se levantaron de la mesa y se fueron. Yo me quedé sentado. Tommy Bucks me mira. «¿Qué pasa contigo?» Me dice que me mueva. Se encuentran y ¿sabes? Venga besos y abrazos. Tío, no me lo podía creer. Cuando conocí a aquel tipo, al que mataron, Fabrizio, le pregunté el significado de algunas palabras. Descubrí que Tommy me trata siempre de gilipollas.
– ¿Sabes qué es un testa di cazzo? -preguntó Gloria.
Nicky se sorprendió al escuchar la expresión.
– Sí, también me llama así. ¿Qué significa?
– Capullo.
– ¿De veras? Creía que no era un insulto, porque aparece mi nombre. Testa. Como si me tratara de Testa de esto o lo otro.
– Significa capullo -repitió Gloria.
– Lo que quiero saber -dijo Nicky-, es si tengo que aguantar toda esa mierda. -Esperó una reacción de Jimmy Cap, que no se produjo.
Estaban en el jacuzzi, en la parte menos profunda de la piscina, tres rostros con gafas de sol que asomaban por encima del agua espumosa: Nicky daba su informe; Jimmy Cap permanecía con los ojos cerrados, quizá dormido; y Gloria, la amiga de Jimmy, acariciaba con los dedos del pie la parte interior del muslo de Nicky, debajo de la espuma.
– ¿Tengo que aguantar? -insistió Nicky y esperó.
Gloria le dio un codazo a Jimmy Cap.
– ¿Qué? -preguntó Jimmy.
– ¿Tengo que aguantar toda esa mierda, que me llame stronzo?
– ¿De qué hablas?
– De Tommy Bucks, siempre me está llamando cosas.
– Stronzo -dijo Gloria, con acento italiano y la voz más aguda-. Eh, stronzo.
– ¿Y yo qué tengo que ver con cómo te llame? -preguntó Jimmy.
Gloria deslizó el pie dentro del bañador de Nicky, que dio un respingo mientras decía:
– Traaabajo para ti.
– ¿Y qué?
– Vale, ¿y qué me dices de lo que te llama a ti?
– ¿De qué hablas?
– Con todos aquellos tipos de allá. Le escuché mencionando tu nombre.
– ¿Sí? ¿Qué dijo?
– Hablaban en italiano. Pero me di cuenta por la manera en que lo decía, ya sabes, el tono de voz, de que te faltaba el respeto.
– ¿Qué clase de tono?
– Ya sabes, decía tu nombre y después se reía. Una vez dijo algo sobre ti e inmediatamente hizo esto. -Nicky sacó los brazos fuera del agua y con el puño derecho se golpeó el interior del codo izquierdo-. Y qué me dices de esa idea tuya de enviarnos allá para buscar a Harry y matarle. Cogimos al tipo que trabajaba para él, el negro. Lo único que Tommy debía haber hecho era preguntarle dónde estaba Harry, dónde vivía. Pues no, Tommy estaba demasiado ocupado con aquella lumi. Se pasaba todo el tiempo con ella.