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– Te da pena. Está solo, tiene miedo.

– Se hace daño a sí mismo.

– No todo es culpa suya.

– Lo utiliza como una excusa para beber. Estar encerrado en su casa, sin saber lo que va a pasar. La policía no le va a ayudar.

– Ya le oí. ¿Quieres ir a verle?

– Mañana.

– Me echa a mí la culpa, ¿no?

– Está bebido.

– Sí, pero tiene parte de razón. Hacerle volver no le ayudó mucho.

– ¿Qué le puede ayudar?

– Quizá si hablo con esos muchachos.

25

Gloria le oyó gruñir y lanzar una exclamación ahogada, soltando todo el aire como si esa operación le resultara muy dolorosa. Después la panza del hombre se derrumbó sobre las caderas de Gloria, sobre los riñones. Gloria estaba a cuatro patas en la cama enorme -la única manera en que podían hacerlo- y aterrada porque si le cedían los brazos mientras Jimmy seguía encima de ella, se asfixiaría debajo de la mole de carne y él no se enteraría de que estaba muerta hasta que se apartara, si es que lo hacía. Dijo:

– Oh, Dios, no, por favor. -Rogó-: Cariño, no te duermas encima mío, ¿vale? -Le temblaban los brazos, perdía fuerzas. Repitió-: Cariño. -Y le gritó a la almohada-: ¡Coño, te quieres quitar de encima de una vez!

Funcionó. El se desplomó sobre la cama y ella gateó por el colchón hundido para escapar del lecho. Se dirigió al baño arqueando la espalda, moviendo la cabeza de un hombro a otro, después de superar otra experiencia de alto riesgo para su vida: la siesta con Jimmy Cap. Quizá no habría muchas más. Quería darse una ducha y lavarse la cabeza, pero debía apresurarse porque tenía una cita con el Zip dentro de media hora.

Gloria volvió a la cama con un vaso de agua para Jimmy, parte del ritual. Después él esnifaría unas cuantas rayas y querría hacer otra vez el amor. Se puso a toda prisa las bragas.

– ¿Qué haces?

– Me visto -contestó Gloria y cogió los pantalones cortos blancos de la silla.

– Quiero hablar contigo. Pedirte consejo sobre un asunto.

– La última vez que te dije lo que pensaba, tú contestaste: «¿Quién coño te ha preguntado?»

– Porque aquella vez no te pregunté, ¿vale?, ahora sí. ¿Ves la diferencia?

– ¿Qué quieres saber? -preguntó Gloria acabando de ponerse los pantalones.

– ¿A dónde vas?

– Le prometí a mi madre que iría a verla.

– Dime lo que piensas de Joe Macho.

– ¿Nicky? ¿Qué quieres decir, lo que pienso de él?

– Es un bocazas o ¿qué?

– ¿Cómo voy a saberlo?

– ¿Qué dice de Tommy?

– Poca cosa. No le gusta. Y menos que antes, desde que regresaron.

– Ya sabes cómo le llama Nicky: el Zip. Ayer estuvimos hablando en el jacuzzi.

– Yo estaba presente.

– Ya lo sé. Nicky dice que Tommy dice cosas sobre mí. ¿Le has oído alguna vez?

– ¿A quién, a Tommy? No creo.

– ¿Nunca hablas con él?

– Casi nunca.

– Ya escuchaste a Nicky, dice que debo vigilarle. Dice que si le doy a Tommy el negocio de las apuestas, ¿qué pedirá después?

– ¿Sí? -dijo Gloria poniéndose una camiseta negra.

– Dice que para qué le necesito.

– ¿Te refieres a despedirlo?

Jimmy Cap le sonrió. Casi nunca sonreía y Gloria se sorprendió.

– No, no se refiere a despedirlo, él se refiere a despacharlo, sacarle de aquí, deshacerse de él. Por mi propio bien.

– ¿Sí?

– Nicky quiere hacerlo, quiere despacharlo. Sabes, esta palabra ya apenas se utilizaba, hasta que leí que John Gotti la emplea continuamente. O la empleaba, «Despáchenlo», y se hizo popular otra vez.

Gloria miró las plantas de los pies de Jimmy Cap, su barriga que se elevaba sobre la colcha blanca que cubría la cama, y, asomando por detrás de la barriga, su cabeza apoyada en las almohadas.

– ¿Nicky habla en serio?

– Lo hace de vez en cuando.

– No me lo imagino haciendo todo eso.

– Yo tampoco. Nicky sirve más para estar en casa, ir a buscar una pizza, cargar las maletas. La cuestión es -dijo Jimmy-, que no tengo a nadie ahora mismo, aparte de Tommy, que sirva para nada. No sé por qué, pero ya no se encuentran tipos como los de antes. Me refiero a tipos blancos que quieran hacer esa clase de trabajo. Latinos y negros, mierda, todos los que quieras. Es como en el deporte profesional, ¿lo sabías? Lo mismo.

Jimmy volvió a sonreírle.

– ¿Alguna vez has pensado en esa clase de trabajo?

– ¿Qué?

– Despachar tipos. Se gana un buen dinero.

Raylan fue a la casa de Jimmy Cap en un Jaguar confiscado; se detuvo delante de la verja en Pine Tree Drive y apretó el botón del portero automático instalado en el pilar de piedra. Una voz que sonaba como una grabación dijo: «Diga su nombre y el motivo de su visita.»

Raylan contestó:

– Soy Raylan Givens, agente federal delegado. Tengo un asunto de carácter confidencial que tratar con el señor Capotorto. Le agradecería que abriera la verja para no tener que echarla abajo con el coche.

Pasaron cinco minutos antes de que se abriera la verja. Enfiló un camino bordeado de cocoteros y helechos, y llegó a su modelo de casa favorito: un rancho color marrón con acabados de madera y tejado de tejas rojas. Un tipo le hizo pasar. Raylan miró a su alrededor, oyó el ruido de pasos en el suelo de ladrillos, y allí estaban Nicky y una muchacha rubia con una camiseta negra. Nicky le dijo algo a la joven.

Raylan vio que ella le miraba, una chica bonita que le observaba con descaro. Luego la joven se marchó. Nicky le dijo al tipo que había abierto la puerta:

– Yo me encargo, Jack -y le hizo un gesto a Raylan para que le siguiera.

Cruzaron el vestíbulo y salieron a una galería descubierta con muebles blancos, junto al patio y la piscina. Jimmy Cap, envuelto en un albornoz blanco, ocupaba la mitad del sofá donde estaba sentado.

– ¿Quiere que le cachee? -preguntó Nicky.

Raylan no pudo contener la sonrisa. Esperó mientras Nicky le registraba.

– Así que usted es el vaquero.

– Pertenezco a la oficina del sheriff -dijo Raylan, tocándose el ala del sombrero-, pero en este momento, actúo por mi cuenta.

– Y quiere decirme algo. Adelante, siéntese.

– Es un asunto privado -dijo Raylan, acomodándose en una silla blanca-. ¿No le importa que hable delante del chico?

– ¿De qué se trata?

– Harry Arno.

– Adelante, no me importa.

Raylan era consciente de la presencia de Nicky a su derecha, pero mantuvo la atención centrada en Jimmy.

– Quiero que deje en paz a Harry -manifestó Raylan-. Llame a sus perros de vuelta. Si alguien le toca, le consideraré a usted responsable y me convertiré en su pesadilla.

Jimmy le miró mientras pensaba.

Raylan hubiera querido ver qué expresión adoptaba Nicky, pero decidió seguir centrándose en Jimmy.

Por fin, Cap preguntó:

– ¿Está fuera de servicio?

– En este momento, sí. Toque a Harry y se convertirá en el trabajo de mi vida.

Le resultaba fácil conversar con éclass="underline" Jimmy no intentaba impresionarle.

– No sé por qué cuida de Harry; tampoco me importa. Lo que haré es proponerle un trato. Usted me quita de encima a alguien que no necesito y Harry ya no tendrá que preocuparse de nada; si quiere podrá volver al trabajo, llevar su negocio de apuestas.

– ¿Hablamos del Zip? -preguntó Raylan-. ¿No le necesita?

– El mismo, Tommy Bucks.

– Que se lo quite de enmedio, ¿cómo?

– No me importa con tal de no volverle a ver. Cuando él desaparezca, Harry no tendrá que preocuparse más. Le doy mi palabra. ¿Qué me dice? ¿Tiene que pensarlo o qué?

– ¿Dónde vive? -preguntó Raylan.

Jimmy miró a Nicky.

– ¿Qué pasa contigo?