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Cuando se lo dijo, ella protestó:

– No puedes hacer eso. -Permaneció en silencio unos instantes y añadió-: ¿Puedes?

Él le explicó que para él tenía sentido decirle a un pistolero que dejara la ciudad.

– Pero si él se reúne a la una con Harry…

– Si aparece es que me tomó a broma, que supone que sólo intento asustarle.

– Cuando descubra que la cosa va en serio…

– Dudo que eche a correr -opinó Raylan-. Si una persona como él se acobarda, se le acabó el negocio.

– Pero irá desarmado. Le dijo a Harry que puede cachearle.

– No te preocupes, tendrá un arma -dijo Raylan-, o alguien le llevará una. Busca una mesa junto a la pared y siéntate frente a Harry.

– Quizá todavía no te entiendo -manifestó Joyce en la oscuridad.

– Tú no le viste matar a Robert.

A la una menos cuarto, Raylan estaba sentado en el Jaguar. Todas las mesas en la galería del hotel y las de la acera estaban ocupadas. No vio al Zip.

A la una y diez apareció Joyce con pantalones blancos y una camiseta azul; recorrió la galería mirando a su alrededor, desapareció durante un par de minutos y volvió a aparecer, acompañada del Zip, por el lado de la galería que daba a la calle Catorce. El Zip le dijo algo y Joyce esperó en la acera mientras él se acercaba al maître moreno, sacaba un billete de un fajo, y se lo daba. Después el Zip y Joyce cruzaron Ocean Drive en dirección a Cardozo.

Raylan esperó.

No esperó mucho. A la una y veinticinco, Gloria Ayres apareció en la esquina de la Catorce. Llevaba un bolso playero de paja con una gran flor azul, subió los escalones y echó una ojeada a la terraza. Raylan observó que el maître iba a su encuentro. Le dijo algo. Ella le contestó. Él añadió algo más, le tocó el hombro desnudo, y ella se marchó con su bolso de playa.

Raylan salió del coche. Siguió a Gloria por Ocean Drive hasta Cardozo mientras la gente cruzaba la calle para ir a la playa. El día era precioso.

Nicky permaneció en la puerta del dormitorio con la pistola que le habían dado en Italia, la Targa calibre 32. Se la mostró a Jimmy Cap.

– Sí, ¿qué tiene de particular? -preguntó Jimmy que, todavía con la bata, se disponía a darse una ducha.

– Es la que voy a usar. El arma perfecta. La dejaré allí, porque no hay forma de que puedan determinar su origen. Carga seis balas.

– ¿Tendrás bastantes?

– Se las meteré todas.

– ¿Cómo sabes dónde está?

– Gloria me lo dijo.

– Gloria es una charlatana. ¿Dónde está?

– Se ha marchado.

– ¿A dónde ha ido?

Era increíble. Le decías algo y el tipo se negaba a escucharte.

– Creo que te lo mencioné, ¿no? Que iba a ayudarle a cargarse a Harry Arno.

– ¿Tú te lo crees? -Jimmy escogió un par de calzoncillos Bill Blass de la cómoda, los verdes, y cerró el cajón-. ¿No me lo dice a mí y se lo dice a Gloria?

– No te lo dijo, según Gloria, porque quiere demostrarle a todo el mundo que es un tipo duro y que muy pronto, si no le paro los pies, se hará con todo. Gloria dice que lo hará mientras tú miras las mariposas.

– Yo tengo que hablar con Gloria antes de echarla de una patada en el culo -dijo Jimmy mientras comenzaba a quitarse la bata-. Quizá tendrías que rociarla con gasolina, ¿qué te parece?

– Ojalá te imaginaras la situación -replicó Nicky, ansioso por golpearle, darle un puñetazo en la enorme barriga-: El Zip está sentado con Harry. Ni siquiera me ve. Lo tengo todo cronometrado. Él mata a Harry, yo me acerco y mato al Zip. Dejo que me vea para que sepa que me envías tú.

Hostia, sin la bata era pura grasa, nada de músculo, apenas si parecía un cuerpo humano.

– Sé que quieres que me lo cargue, tú lo dijiste. Sólo pensaba que quizás éste es el momento más…

– Ya sabes a dónde vamos -le interrumpió Jimmy, entrando en el baño.

El vestíbulo estaba a media luz y sólo había unas pocas mesas ocupadas. Eso le recordó a Joyce la estancia en Italia, la villa de Harry.

La mesa de ellos estaba en el lado opuesto a la entrada, y las puertas abiertas. El Zip entró quitándose la chaqueta, extendió los brazos y se dio la vuelta delante de Harry.

– ¿Estoy bien?

Harry le dijo que se sentara y pidiera una copa. Él iba por la tercera cerveza, las gafas de sol ocultaban sus ojos llorosos. El Zip miró la copa de vino blanco de Joyce y pidió té helado. Se puso la chaqueta mientras le decía a Joyce:

– ¿Cómo estás? Hace tiempo que no te veía.

– Desde que estabas tendido en el suelo de mi sala de estar -contestó ella.

La chica se acercó con su bolso de paja, y le dijo al Zip:

– Ay, hola. ¡Qué casualidad! Entré para ir al lavabo.

El Zip la invitó a sentarse y ella contestó:

– Bueno, pero sólo un momento. -Se sentó en la silla delante del Zip y dejó el bolso debajo de la mesa.

El Zip dijo:

– Ésta es Gloria.

Gloria dijo:

– Chico, qué día. -Subiéndose las gafas de sol a lo alto de la cabeza-. Todo el mundo está fuera, en la galería.

Joyce miró al Zip y éste contestó:

– Nos gusta más aquí. Harry, has escogido una buena mesa.

Harry preguntó:

– ¿Qué?

Joyce vio que el Zip alzaba la mirada. Ella hizo lo mismo y vio a Raylan en la entrada, pero Harry no le vio hasta que llegó junto a la mesa.

El Zip consultó su reloj y después le dijo a Raylan:

– Todavía tengo cuarenta minutos. ¿No es así?

– Llega tarde -le comentó Harry a Raylan, sin escuchar a los demás-. Le tengo controlado. Está limpio.

– ¿Miró en los calcetines? Me quitó un arma pequeña en Italia. Aunque dudo que la lleve.

– No es mi estilo -afirmó el Zip. Parecía relajado con su traje cruzado gris perla, camisa blanca y corbata oscura; dominaba la situación-. ¿Qué quieres? ¿Tienes algo más que decir? No pienso hablar con Harry de asuntos personales delante tuyo. Lo entiendes, ¿no?

Ahora fue Raylan el que consultó el reloj, observándolo durante unos instantes.

– No creo que tengas mucho tiempo para hablar -dijo-. Faltan menos de cuarenta minutos para que se cumpla el plazo. Calculo que te llevará tu buena media hora salir del condado de Dade desde aquí, con lo cual sólo dispones de unos ocho minutos.

Joyce permaneció en silencio. Harry no. Dijo:

– ¿Puede decirme de qué habla? Porque no entiendo nada.

– Me refiero -le explicó Raylan-, a que no podrá hacerle daño a usted.

– ¿Por qué no? -preguntó Harry, confuso.

– Se marcha.

– ¿Qué dice?

– Deja el negocio -afirmó Raylan y apoyó una mano en el hombro desnudo de Gloria-. Cariño, ya has acabado, ¿no?

Ella no se movió de inmediato, no hasta que Raylan la ayudó apartando la silla. Entonces se levantó.

– Bueno… -No parecía dispuesta a marchar. O tal vez esperaba la autorización del Zip.

– Ha sido un placer -dijo el Zip.

Joyce la observó cruzar el vestíbulo: con su top, los pantalones cortos y tacones altos; eso sólo se veía en South Beach.

Raylan estaba sentado ahora frente al Zip. Parecían vigilarse el uno al otro sin mirarse directamente a los ojos. Harry dijo que quería mear y se marchó al lavabo de caballeros.

– ¿Por qué no nos dejas solos durante unos siete minutos? -le pidió Raylan a Joyce-. Espera a Harry y acompáñale al bar. Quiero aclarar algunas cosas aquí.