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¿Podría añadir otros ejemplos de ese proceso?

Sólo tengo que buscar en mi cuaderno… Por ejemplo: «Tengo unas ganas enormes de orinar. Siento mi vejiga llena. En una bañera blanca, orino un grueso chorro de sangre. Me digo: "El líquido es rojo porque hago demasiado esfuerzo. No puedo parar de orinar; pero me relajo y, por mi voluntad, transformo el rojo en amarillo". En ningún momento me dejo dominar por la angustia. Poco a poco, transformo el color. Después, la pesadilla me domina nuevamente y otra vez orino sangre. Retomo el control del sueño, sin perder la serenidad, y el chorro adquiere definitivamente su color ámbar».

Otro sueño: «Me encuentro en un café, en una plaza pública, sentado en un rincón entre otros clientes. De pronto, en medio de la terraza, un muchacho barbudo, loco y agresivo, saca una pistola. Con una carcajada estremecedora, apoya el arma en la sien de un camarada. Furioso, me levanto y le grito que debería ser más delicado. Le recuerdo que, hace poco, su amigo ha intentado suicidarse disparándose a la cabeza y que, por esa razón, su pesada broma podría traumatizarlo. Me mira entonces y me apunta, murmurando en tono sádico: "Muy bien, ¿y ahora qué?". Él espera que yo comience a temblar, pero no siento miedo. Da una vuelta a mi alrededor pero yo no me inmuto. Sé que no disparará y se lo digo: "Sé que no lo harás." "¿Y por qué no?", me pregunta. "Porque soy muy pequeño para tus delirios de grandeza", le digo. Y efectivamente, sé que este loco, ofuscado, absorto en su propio espíritu, no podrá interesarse verdaderamente en mí lo bastante como para aniquilarme. Despierto feliz: lo que podría haber sido una pesadilla no me ha causado miedo».

Otro sueño en el que domestico a mi monstruo: «Camino por un descampado y llego a un agujero circular parecido a una inmensa boca de alcantarillado. De él surge un monstruo gigantesco, espantoso, de unos veinte metros de altura. Controlo rápidamente mi sentimiento de repugnancia porque entiendo que esa criatura horrible es una parte de mí, una oscura energía de mi espíritu. Decido no destruirla sino transformarla. Entonces, en ese mismo instante, se cubre de plumas blancas, se hace luminosa, abre seis alas y se eleva. Convertido en una bellísima entidad angélica, se ofrece a llevarme consigo al Cosmos. Pero controlo igualmente esa tentación. El ángel es una energía luminosa de mi espíritu que tengo que absorber. Hago que me cubra y lo aspiro por todos los poros de la piel. Ahora soy yo el que, convertido en un ser pleno de energía y luz, se eleva tranquilamente. Despierto, dichoso».

Ahora voy a leer un sueño muy poético en el que me veo entrando con los ojos abiertos en el reino de los muertos: «Estoy en la antesala de la muerte. Sentado en un banco, frente a mí, está el cantante Carlos Gardel, muerto hace cuarenta años. Lo saludo diciendo: "Vamos, ten valor; decídete a morir…". Entramos en otra sala en la que diviso una puerta por la que se va directamente a la muerte. Un tétrico portero nos palpa a todos los presentes y decide quiénes van a franquear o no la última puerta. Llegan antes que nosotros dos adolescentes. Después de cachearlos, el portero los rechaza y ellos se van, desolados por tener que seguir viviendo. Gardel es declarado muerto, ahora me toca a mí. El portero me palpa y me declara difunto. Carlos Gardel vacila, tiene miedo. Le digo: "¿Qué importa? ¡Mejor! ¡Ahora sabremos por fin qué hay detrás de esa puerta!". Con decisión y firmeza, lo empujo para que entre conmigo en esa otra dimensión. Al cruzar la puerta, el cantante desaparece en una explosión de luz. Apenas he cruzado la frontera de la muerte, me encuentro en un paisaje de colinas verdes. Estoy en compañía de personas muy agradables. Lanzo al aire sobres de papel vacíos que caen llenos de golosinas y objetos preciosos. Puedo hacer milagros, porque domino esta dimensión y sé que los sobres que lance al aire caerán siempre llenos. Hago regalos a las personas que me rodean y despierto muy feliz».

Y veamos un último sueño en el que, como en tantos otros, me encuentro una vez más frente al monstruo: «Tengo que cruzar un sótano lóbrego con suelo de tierra apisonada. Un desconocido me espera para dejarme entrar. Siento en la penumbra la presencia de un animal. Sé que se trata de una pantera negra y que el desconocido es su domador. Me indica con una seña que cruce en línea recta, sin temor. Le obedezco, pero la pantera salta sobre mí, me lanza al suelo… y, con las zarpas delanteras, me inmoviliza la cabeza. Me mordisquea el cráneo sin herirme, como un gato que juega con su ratón. Veo la cara descompuesta del domador, que al verme a merced de su fiera se siente impotente. Sin embargo, no me abandono al miedo en ningún momento. Sin moverme, dejo que la pantera me acaricie el pelo con sus fauces. Sé que tengo que entregarme, fundirme con ella, aceptar la situación con amor; disolverme en la pantera. Empiezo a vibrar de amor y me hago uno con ella. En ese instante, la pantera desaparece. Me levanto, cruzo el sótano y sigo mi camino. Me despierto lleno de gozo».

Si he comprendido bien, aplicó usted las enseñanzas recibidas en sueños a su vida diurna y, posteriormente, las incorporó a la práctica de la psicomagia…

Absolutamente. He hecho un gran esfuerzo por mantenerme fiel día a día a lo que me era permitido comprender en sueños. Porque ¿de qué sirve recibir enseñanzas si no las aplicas cuando te encuentras ante las dificultades cotidianas? Una enseñanza no se hace operante, no adquiere toda su fuerza transformadora, hasta el momento en que es aplicada.

¿Podría dar un ejemplo de aplicación a la vida diaria de un principio recibido en sueños?

Bueno, como decía, el sueño lúcido me enseñó a enfrentarme al monstruo. Está permitido huir mientras uno no sienta las fuerzas necesarias para hacerle frente; pero hay un momento en que debes mirarlo a los ojos. Entonces frecuentemente sucede que el monstruo así desafiado se convierte en aliado. Nuestro miedo alimenta la animosidad del adversario, mientras que nuestra voluntad de hacerle frente con amor lo desarma, es decir, le hace cambiar de orientación. Cuando estaba en México rodando La montaña sagrada, se produjeron rumores escandalosos: como rodábamos delante de una catedral, se comenzó a decir que había celebrado misas negras allí mismo. También se murmuraba que ridiculizaba al ejército y a la policía mexicanos… Un día se presentaron dos policías diciéndome: «El ministro tal quiere verlo». Me llevaron al despacho de ese ministro, el cual, poco más o menos, me dijo: «Escuche, Jodorowsky, el presidente le conoce bien y admira su trabajo; tiene usted en él a un amigo. Pero tenga cuidado: un gobierno puede ser un gran amigo, pero, si se le contraría, puede convertirse en un enemigo temible… No haga aparecer ningún uniforme en la película, suprima todos los símbolos religiosos y vivirá tranquilo».

En México, estas palabras, en boca de un ministro, equivalían a una amenaza de muerte. Aquella noche, al volver a casa, oí voces que gritaban en el jardín: «Jodorowsky, ten cuidado o te despellejamos…». Había en México un grupo paramilitar llamado Los Halcones que se encargaba de los trabajos sucios. Comprendí que aquello podía acabar mal y, al día siguiente, llevé a toda mi familia a Estados Unidos, decidido a terminar allí el rodaje. Sin embargo, me oponía a que ese ministro siguiera siendo para mí un enemigo y que en mi inconsciente permaneciera el recuerdo de una amenaza de muerte. Una vez terminada la película, reuní todas las buenas críticas de La montaña sagrada publicadas en Europa y Estados Unidos, regresé a México y pedí una audiencia con el ministro, que para entonces resultó estar enojado conmigo porque me había marchado con todo mi equipo. Y, tendiéndole los recortes de prensa, le dije: «Mire lo que mi película hace por México; en todo el mundo se habla de este país». Al ver que me había atrevido a meterme otra vez en la boca del lobo, sonrió y me dio una palmada en la espalda: «Muy bien, Jodorowsky, eres valiente, te felicito». ¡No sólo no me puso más dificultades, sino que hasta me hizo regalos! Es una anécdota verídica que muestra en qué medida es saludable a veces atreverse a desafiar al monstruo. El principio esencial es, en la medida que puedas, no dejar nunca una cuenta pendiente con un enemigo. Porque si quedan cosas larvadas, el odio se nutre de sí mismo, con peligro de proliferar. Una bomba con la mecha muy larga puede tardar años en explotar; pero el día en que se produce el descalabro los daños son cuantiosos. Por lo tanto, es mejor desarmar la bomba, no dejar amenazas de muerte sueltas a nuestro alrededor o en nuestro inconsciente. Pero no hay que matar al adversario: es mucho mejor convertirlo en un aliado.