Numerosos son los casos de curación de locos, a través de actos, llevados a cabo por Alejandro de Tralles, eminente médico bizantino. Curó una vez a un delirante que pensaba que no tenía cabeza haciéndolo llevar sobre ésta un sombrero de plomo, y a un hombre que no podía orinar porque pensaba que si lo hacía el mundo entero se inundaría, diciéndole que había un gran incendio en las tierras que hoy ocupa Europa, y que sólo se podría extinguir si él orinaba. A una paciente que pensaba que tenía una serpiente dentro de su estómago que no la dejaba alimentarse le pidió que invocara a la serpiente, dándole un vomitivo. Mientras ella vomitaba, él, rápidamente, lanzó una culebra que hizo creer a la mujer que el reptil había salido de su vientre.
También la sabiduría popular cuenta con remedios para tratar cierto tipo de complicaciones. De estos procedimientos subsiste, por ejemplo, en muchos países, el hacer pasar a un niño que tenga una fractura por la grieta de un árbol expresamente hendido, y ésta después se ha de unir y curar.
La psicomagia aporta una ayuda fundamental y un método radical en la psicoterapia de la psicosis. Ella favorece que el sujeto vuelva a interesarse por el mundo y recree una relación esencial con su entorno, gracias a la irrupción fulgurante de la poesía, diálogo perdido tras la crisis inicial psicótica, ya que la locura implica la ausencia de creación. Los actos simbólicos provocan que el sujeto desbloquee sus mecanismos de defensa psicóticos y los ponga al servicio de la belleza. Un acto psicológico, acompañado de un cuadro psicoterapéutico adecuado, puede facilitar que el sujeto salga de su bloqueo afectivo, y de su actividad psíquica autoerótica, para volver a dirigir su interés hacia los otros. En algunos casos de autismo, donde jamás ha habido comunicación con los demás, ciertos actos realizados por las familias de los implicados pueden lograr que el sujeto enfermo comience a salir de su encierro y acceda al lenguaje, el cual le estaba prohibido por algún secreto familiar que puede remontarse hasta a tres generaciones. En los siguientes casos clínicos que hemos seleccionado, podremos apreciar cómo los actos psicomágicos han podido canalizar las angustias más primitivas, desbloquear las inhibiciones más profundas y contener los síntomas psicóticos más agresivos y desestructurantes. A veces podemos decir que la psicomagia ha actuado con una fuerza atómica que sobrepasa la cura de electrochoques o de coma insulínico. Son los primeros casos de una herramienta terapéutica fundamental, en los cuales la sola palabra no es suficiente. El acto psicomágico prepara el camino a la palabra, reintroduciendo la poesía en la existencia del sujeto, como un rayo de imaginación que penetra en las tinieblas de la descomposición mental.
1. Una persona se queja de que no puede dormir desde hace meses, ya que piensa que su almohada está habitada por cucarachas que le comen sus pensamientos. Ante tal temor no puede apoyar la cabeza en la almohada ni conciliar el sueño, lo que le produce una insoportable angustia de desintegración psíquica. Le proponemos que compre verdaderas cucarachas y que las ponga sobre su almohada durante una noche. A la noche siguiente debe reemplazar por cucarachas de plástico las reales. A la tercera noche debe apoyar su cabeza en una almohada en cuya funda estén impresas imágenes de cucarachas. Al cuarto día debe volver a dormir con su almohada normal… Después de una semana de indagaciones y venciendo las resistencias que tenía, lleva a cabo el acto prescrito, y desde entonces cesan sus temores y puede conciliar el sueño.
En este acto, yendo en el sentido inverso del síntoma, hemos hecho aparecer los bichos temidos, sacándolos de lo imaginario para hacerlos reales. Luego, poco a poco, hicimos que las cucarachas fueran desapareciendo, retornándolas de lo real a lo imaginario, al igual que los temores del consultante.
2. Un adolescente de 14 años fue hospitalizado en un servicio de psiquiatría. Se le diagnosticó esquizofrenia catatónica paranoide. Su delirio consistía en no querer crecer, y se arrancaba el vello que le estaba saliendo mientras permanecía frente al espejo haciendo extrañas contorsiones y muecas con su cuerpo. Se arrancaba los pelos del bigote, la barba, las axilas, el pubis, no sin gran dolor y sangre de sus heridas. El equipo de profesionales decidió aplicar un tratamiento con neurolépticos (antipsicóticos), y probó más tarde el electroshock cuando éstos se mostraron ineficaces. El nuevo tratamiento sólo logró «embrutecer» al paciente y hacerle perder algunas facultades cognitivas. El delirio manifestaba ser más fuerte que los tratamientos de la psiquiatría clásica. El adolescente participaba en un taller de poesía. Continuamente se le prestaban libros que desde luego perdía sin acordarse apenas de cuál había sido la impresión de su lectura, en gran parte debido al electroshock que por entonces se le suministraba dos o tres veces por semana. Como era el menor del pabellón, todos (psiquiatras, psicólogos, enfermeros, internos) se preocupaban mucho de su trastorno. Un día le hicimos llegar el libro de Osear Wilde El retrato de Dorian Gray, cuya trama trata de un individuo que no quiere envejecer. Unos días después de haber leído el libro, se pide a la familia que le compre tela, pinturas y todos los implementos necesarios para que el joven pinte su autorretrato. Al terminar el retrato, debía escribir al pie: «Aquí está mi retrato que no envejecerá… Ahora yo puedo crecer tranquilo». Al mes siguiente fue dado de alta, y si bien continúa con controles mensuales en el hospital, pudo volver al colegio, que había abandonado un año antes de su hospitalización. Actualmente sigue pintando, y ha terminado sus estudios.
En este caso vemos cómo el sujeto, a través del acto psicológico, se identifica con el personaje que no envejece, logrando a través de esta ficción poética volver a habitar el mundo.
3. Un guarda de un taller de reparación de automóviles, al acercarse a los 50 años, comenzó a sufrir una angustia considerable, un total abatimiento psíquico y físico que lo anulaba como sujeto, y otros síntomas propios de una potencial psicosis en vías de actualizarse. La única actividad que parecía a veces interesarle era jugar con unos alambres haciendo figuritas. Hablando con él, nos dimos cuenta de que había practicado ese juego desde muy pequeño. Como toda la gente a su alrededor consideraba absurda esa actividad en un hombre ya adulto y padre de familia, le habían prohibido tal ocupación. Le propusimos que la retomara e ignorase las críticas de los demás, ya que era la única labor que lo mantenía interesado y ligado a la vida, sin la cual seguramente se habría suicidado o habría sucumbido a una crisis psicótica. Le indicamos que diariamente inventara una nueva figura de alambre. En un primer momento debería regalarlas. La producción de estos «pequeños juguetes imposibles», como él los llamaba, aumentó exponencialmente, y comenzó a repartirlos entre la gente que visitaba el taller donde trabajaba. Sus angustias fueron disminuyendo al cabo de los meses. En vista de la evolución, le propusimos que como pago por las pequeñas figuritas «imposibles» -cuya descripción presentaba como desafío a la gente-, comenzara a pedir el alambre que necesitaba para seguir creando. Entró así en una nueva relación simbólica con el mundo, relación que, en un momento anterior, él y los demás habían creído perdida irremediablemente. Hoy, es un hombre alegre y muy sociable. Gran parte de su angustia ha desaparecido.
El proceso activo de creación reactiva en este caso el deseo en el sujeto, quien, siguiendo nuestra indicación, comienza a vender las figuritas de alambre, convirtiéndose en un artesano muy cotizado en su medio. Logra así superar las prohibiciones de su círculo familiar, y realiza un deseo infantil, que se transforma en el puente entre los otros y su mundo interior. Frente a la angustia de perder para siempre la unión con el mundo, ese puente pudo reconstruirse, gracias a esta actividad artesanal inducida por nuestras indicaciones psicomágicas.