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4. Una joven de 16 años había perdido la audición y los exámenes médicos practicados no revelaban ninguna lesión. Sus padres nos consultan desesperados sin saber qué hacer por su hija. Asombrados, oímos que el padre es pianista y la madre cantante de ópera. Nos damos cuenta de que su hija había optado por la sordera, al sentirse marginada de la música que sus padres adoran. Se aproximaba el cumpleaños número 17 de su hija, y su familia no sabía qué hacer para esta fecha. Ante la inquietud de los padres, les planteamos un acto: debían acudir a un artesano que les enseñase a fabricar pendientes. Luego, durante 16 días, realizarían dos aros con forma de clave de sol. El día del cumpleaños de su hija (17 días después de comenzar a hacer los aros, que equivalían a los 17 años de vida de la muchacha) debían regalarle los pendientes colocando la madre uno de ellos en la oreja izquierda y el padre otro en la derecha. Así lo hicieron, y su hija recibió feliz y contenta los presentes, y nos vino a visitar portando los aros cual dos talismanes. Lentamente ha ido recuperando la audición. Incluso ha comenzado a comprar discos de música… y los escucha, a veces junto a sus padres.

En este caso vemos la negación de unos padres a que su hija acceda al mundo de la música (reservado sólo para ellos, como profesionales). Habían privado a su hija de participar de su deseo y de identificarse con la sublimación de los padres: esta prohibición genealógica hizo que su cuerpo respondiera con una sordera. Al aceptar los padres el hecho de que su hija (so) portara la música en sus oídos, ella pudo recobrar la audición.

5. Una paciente cree ser perseguida por el espíritu de su ex amante. Sufre una crisis, y en su delirio comienza a elaborar una especie de pequeños libros hechos con pelos de su pubis, naipes, fotos, uñas, sangre y otros elementos corporales. Su familia se siente obligada a llamar a una ambulancia ante lo extraño de tal situación, y ella misma relata este episodio con una sensación de extrañeza total, calificando ese momento de «completamente delirante». Tuvo que ser hospitalizada unos días. Como ese fantasma comenzaba a reincidir, le advertimos que la crisis podría reaparecer si no tomábamos medidas psicomágicas.

Le proponemos repetir el momento del delirio -prescripción del síntoma antes de que se produzca, para así controlarlo-, que reprodujera la elaboración de los libros y todos los rituales delirantes que había vivido, una vez al día durante 10 días (el tiempo que había durado su último ataque), pero esta vez tenía que filmarlo y enviarlo a la persona que ella creía que la perseguía.

Desde que lo hizo no ha vuelto a tener esos temores paranoides, y se ha dedicado, cada vez que algo la inquietaba, a hacer filmes en escenarios que reflejan sus temores. Ella ha pasado de ser «víctima» de sus temores a representarlos en escena, haciéndose así activa y responsable de su propio devenir.

6. Otro caso en el que utilizamos la visión y su prolongación técnica, la cámara, fue el de una consultante que padecía psicosis histérica. Ella afirmaba mantener contacto con espíritus del pasado que le confiaban secretos de la humanidad, que no la dejaban vivir tranquila y que la dejaban embarazada con sus voces. En su árbol genealógico aparecían muchos sujetos que habían querido ser cineastas y que habían fracasado en tal iniciativa. Esta persona trabajaba como diseñadora de moda, pero era una labor que le aburría enormemente. Lo que a ella le interesaba inconscientemente era la posibilidad de hacer filmes, de situarse en una posición creadora en torno a la imagen en movimiento. Poco después su estado se agravó y comenzó a sufrir pánico, desvanecimientos, pérdidas de consciencia, parálisis y otros accidentes que podrían haber sido fatales. Ante la imposibilidad de continuar el proceso terapéutico a través de la palabra, le dijimos que si no venía a la próxima sesión con una película realizada, la hospitalizaríamos y le haríamos tomar muchos medicamentos.

A la sesión siguiente ella acudió con una hermosa película acerca de un árbol en un jardín, donde mostraba cómo la gente se acercaba y entraba en contacto con ese árbol que podríamos interpretar como una metáfora de su propio estado psicológico. Desde ese día, puede filmar todos los mensajes que ella cree recibir del pasado, y recientemente ha ganado un premio en un concurso de cine experimental.

7. Un hombre de 28 años vivía desde hacía diez años en hospitales psiquiátricos. Su diagnóstico era de esquizofrenia paranoide y, su síntoma principal, que escuchaba voces. A los médicos que lo trataban no les interesaba el contenido de las voces; se contentaban con administrarle medicamentos para que las voces desaparecieran, cosa que nunca se logró. Sin embargo la angustia de desintegración, los manierismos esquizoides y la manía persecutoria aumentaban. Lo conocimos en ese entonces, cuando nadie en el sector de la psiquiatría sabía qué hacer con él. Organizamos un taller de voz para él y otros esquizofrénicos que sufrían escuchando voces. Nuestra idea era que pasaran, de meros sujetos pasivos «sufrientes» de la psicosis, a ser activos, actores inspirados de sus propios miedos. Esta persona escuchaba constantemente las voces de los personajes de dibujos animados que había visto en su niñez. Le propusimos que una vez al día, durante un año, se vistiera con las ropas de cuando era niño, e imitase ante un micrófono las voces de sus personajes persecutorios.

Para él no se trataba de imitar, sino verdaderamente de encarnar a estos personajes. A veces se entregaba a la repetición de esas voces que lo amenazaban con mucho dolor y dificultad. Poco a poco fue identificando a los distintos personajes que hablaban en su cabeza y, a medida que comenzaba a nombrarlos, la experiencia se hacía más alegre y gozosa. A los ocho meses el hospital decidió darle el alta, pero en cada revisión nos recitaba las voces de aquellos personajes, expresando una alegría y libertad sin límites. Hasta el momento no ha necesitado volver a ser hospitalizado, está casado y trabaja; su principal distracción es grabar las voces que él «escuchaba cuando era niño» y mostrárselas a sus amigos.

8. Una mujer presiente que pronto va a morir, que la persiguen por la calle para envenenarla o estrangularla. Nos cuenta que su hermana, que se llamaba como ella, había muerto estrangulada cuando aún era bebé mientras su madre ofrecía una fiesta a sus amigos. Viendo en ese acontecimiento el origen de sus temores, le proponemos el siguiente acto: debe vestirse de bebé y ofrecer una fiesta a la que deben acudir sus padres, al igual que en la fiesta donde murió su hermana. Cuando todos los invitados estén presentes, debe leer el acta de su propia defunción, decirles a sus padres que le quiten el collar que llevará puesto esa noche (ella siempre usa collares muy apretados en torno al cuello), y lanzarlo a las llamas de la chimenea. Luego debe bañarse con agua bendita -su familia era muy católica- y reaparecer en la fiesta vestida con otra ropa, leer su acta de nacimiento con un nuevo nombre, y bailar en la fiesta junto a sus invitados.

Al realizar este acto la persona no solamente se liberó de sus miedos, sino que esa misma noche encontró -con su nueva personalidad- al que es ahora su marido.

9. Una persona que no podía tener relaciones sexuales desde hacía años pensaba que «extrañas voces como agujas» penetraban los poros de su piel. No podía tomar el metro ni ningún transporte público por miedo a que las «ondas cerebrales» de la gente la penetraran, provocándole un dolor agudo. Después de un tiempo de tratamiento sin que los síntomas mejoraran, muere su padre. A los pocos meses ella se acuerda de que su madre, quien hasta ese día ejercía un poder total sobre su hija, le había dicho cuando era niña que ella podría penetrarla «con una aguja» para desflorarla. La paciente queda en un estado semiletárgico después de la aparición de tal recuerdo. Cuando recupera la consciencia, le prescribimos el siguiente acto: debe fabricar durante la siguiente luna llena un objeto de arte en el que se vean distintos tipos de vaginas penetradas por agujas. Luego debe regalárselo a su madre, y nunca más volver a verla. Para nuestra sorpresa y su bienestar, ella realizó el acto inmediatamente, porque se acercaba la luna llena (que simboliza a la madre). Diseñó objetos que representaban múltiples vaginas, de niñas y adultas, penetradas por agujas de todos los tamaños y formas. Agujas que también podían ser voces o miradas. Se lo dio a su madre al día siguiente y nunca más ha vuelto a verla. Desde entonces no ha vuelto a tener problemas para utilizar los transportes públicos ni para tener relaciones sexuales y ha conocido el orgasmo.