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¿Qué características tiene que tener un hombre para curar a otro?

No se cura a otro, se ayuda a otro a curarse. El que quiere curar a otro es un vanidoso. Ni siquiera el otro se cura. Dios lo cura. Yo creo que el motor de todo esto es la bondad. Cuando una persona desarrolla en sí el sentimiento de la bondad, advierte los sentimientos del otro y hace lo que puede para sacarlo del mal. Hay que ponerse en el lugar del otro y hacer lo posible para que el otro descubra cómo curarse. Para eso es necesario que el otro ascienda de nivel de conciencia y desplace su visión de las cosas. Todos nosotros percibimos la vida desde un punto de vista, más o menos variable, a una cierta altura. Cuando cambiamos ese punto de vista nuestra vida cambia.

¿El terapeuta debe dejar la moral de lado para curar?

Debe ser amoral, pero no inmoral. La inmoralidad revela una enfermedad. Ser amoral para el terapeuta significa no juzgar. Como un médico: si un asesino tiene una herida, el cirujano le ayuda y le cose la herida. De la misma manera debe actuar el terapeuta. Tiene que dejar de lado los prejuicios, y más aún un terapeuta psicológico.

Un cierto desinterés personal y distancia ¿son imprescindibles para curar?

Habría que precisar qué entendemos por «desinterés». Está bien no querer nada de la persona, pero eso significa también cierto cinismo e indiferencia. El terapeuta tiene interés en curar a la persona, y precisamente ese interés hace que sea desinteresado. Hablo de los terapeutas que no buscan ganar dinero ni timar a la gente, como hacen ciertos adivinos. Hay otro tipo de interés, que se manifiesta cuando el psicoterapeuta tiene complejo frente al consultante y quiere convertirse en un soporte para los enfermos, reforzar su ego o explotar su interés narcisista. Otras veces se dan intereses políticos o sociales. Conocí a una psicoanalista que destruía sistemáticamente las parejas que se le acercaban porque odiaba al hombre. También está el interés de ser amado. O el más simple: intentar hacerse amigo del paciente, pero esto hay que dejarlo de lado para poder curar.

Usted suele decir que curar es todo menos un juego surrealista… pero en sus recetas de psicomagia hay mucho de juego y hasta de humor.

Hay algo de humor, pero lo que ocurre es que en el momento que hacemos algo que nunca hemos hecho, ya estamos en el camino de la curación. Hay que romper las rutinas. Como hablamos del lenguaje del inconsciente o de los sueños, estos actos pueden resultar extraños en apariencia. Es el camino contrario al seguido por Freud con el psicoanálisis y los sueños. El psicoanálisis anota los sueños y los interpreta a la luz de la razón, va de lo inconsciente a lo racional. Yo voy al revés: tomo lo racional y lo vuelco al lenguaje de los sueños, introduciendo los sueños en el lenguaje de la realidad. Los actos psicomágicos equivalen a construir sueños en la realidad. Si estas cosas no suceden, hay que hacer que sucedan. La realidad busca la liberación onírica, y hay que hacer que pase algo para que alguien se cure. Todo lo que sale de lo racional hace reír o espanta. Risa o espanto son sólo reacciones para salirse de lo común.

La verdad es que la psicomagia se ha hecho popular. ¿Cómo se lo toma?

Encuentro por la calle muchos actos de psicomagia que no he dado yo. (Risas.) Es cierto que se está utilizando mucho. Al principio fui muy discreto. Estuve durante años dando consejos y anotándolos. Luego vino Gilles Farcet, e hicimos el libro Psicomagia, que él tardó cuatro años en preparar, mientras yo seguía trabajando. Cuando el libro salió en Francia tuvo un gran éxito y se tradujo al castellano y al italiano. La gente se puso a buscarme, y entonces pude hacer experimentos. Durante un año recibí, cada día, a dos personas en mi casa para tratar de elaborar las leyes de la psicomagia, pensé que era parte de mi creatividad y que, antes de que yo muriese, tenía que poder enseñársela a mi hijo Cristóbal, a mi mujer Marianne y luego a unos cuantos terapeutas. Continúo formando gente, pero el proceso es muy lento. Se necesitan, al menos, cuatro o cinco años de experiencia y mucha actividad artística.

La diferencia fundamental de esta terapia con el psicoanálisis es que éste fue creado por gente que procedía de la universidad y de la ciencia, mientras que yo he creado una técnica que viene del arte. Yo digo que un científico no puede ser terapeuta. La curación es obra de artistas y poetas. Si no, no puedes curar.

Trabaja con el cuerpo a fondo, pero teniendo en cuenta la existencia de un cuerpo fantasma, sobre el cual usted ha investigado mucho.

Yo empecé a estudiar las religiones, el tantra, el yoga, la alquimia, el zen, la medicina china, la Cábala. Me di cuenta de que cada cultura crea una biología imaginaria que funciona. Por ejemplo, estudié que el chakra muladhara, que está entre el sexo y el ano, es como una flor de cuatro pétalos que tiene en el centro un elefante con la trompa izada. En un primer momento pensé: «Verdaderamente no siento que tenga ninguna flor entre el pene y el ano». Pero cuando fui a la India decidí montar en elefante, para ver qué era eso. Y entonces supe por qué decían eso de aquel chakra: cuando montas en elefante sientes la fuerza de la naturaleza. El elefante avanza como un giroscopio, no se inclina ni a la derecha ni a la izquierda, va como una barca en un mar calmo. Es como una fuerza monumental de la tierra que la sientes entre las piernas. Entonces me di cuenta de que esas flores y ese elefante son metafóricos, hay que comprenderlo en su sentido cultural; son localizaciones que se ubican en el cuerpo, pero son imaginarias.

A mucha gente le digo que si quiere aprender masaje do-in, no presione con el pulgar el cuerpo buscando míticos meridianos. Yo le enseño en una hora a empujar con el pulgar todo el cuerpo de la persona, y los pacientes sanan. Chakras y meridianos son biologías imaginarias. El cuerpo es un todo. Me interesé por la biología imaginaria porque comprobé que, cuando imaginas tu cuerpo, lo estás creando. Castaneda tiene una biología imaginaria fuerte, con el punto de ensamblaje y todo eso, que viene del esoterismo europeo, el aura y demás. También estudié los cuerpos mutilados, los llamados «miembros fantasma».

¿Qué consejos daría para perder los miedos que padecemos?

Cada caso es distinto, pero siempre he dicho que hay que manifestarlos de una forma psicomágica. Hay que descubrir qué te da miedo y hacerlo. Si una persona teme morir, le hago pasar por un funeral, la entierro simbólicamente. A quien teme ser pobre le envío a otra ciudad a mendigar durante un día. Les hago colocarse en el límite de lo que temen. Enfrentarse a ello.

Georg Groddeck dijo algo que me gustó mucho: «Tienes miedo a lo que deseas». Si una persona tiene miedo a ser homosexual, le mando vestido de travestí a un bar de homosexuales. Para vencer al miedo, hay que dejarlo entrar en tu vida de forma concreta.

¿La medicina del futuro contemplará asignaturas como la psicomagia, el teatro o el psicochamanismo?

La medicina del futuro tendrá que integrar todo esto, aunque ya está haciéndolo. Yo tengo muchos alumnos del doctor Hamer, que han creado la biopsicogenealogía, que para mí es un delirio, pero que poco a poco se hace evidente.

Y mi amigo Jean-Claude Lapraz, médico fitoterapeuta, me envió durante dos años a sus pacientes para que yo viera si existían problemas psicológicos. Entre los dos llegamos a un principio de acuerdo que decía: «No presupongamos que todas las enfermedades son psicológicas, pero vamos a observar qué hay de psicológico en las enfermedades». Estudiamos los sucesos psíquicos en su relación con los corporales y, al mismo tiempo, los dos hacíamos nuestro trabajo.

Los médicos de hoy en día… ¿ejercen un poco de psicochamanes?

¡Pero si para la gran mayoría de ellos tú eres un número y no tienes nada que decir! Hay que reformar radicalmente el estado de la medicina: desde los hospitales hasta los hábitos. Enfermeras, médicos, no saben tratar al enfermo, piensan que al enfermo hay que tratarlo de forma cruel e impersonal, y eso no funciona. Ellos curan máquinas.

Lo fundamental en la curación es que la persona se exprese y hable. Notas, cuando curas a alguien, que se produce un cambio en la persona que ha sido escuchada. Para curar tienes que saber quién es el paciente y en qué terreno se desarrolló su enfermedad y su carácter. Para saber quién es, es imprescindible desarrollar su árbol genealógico por lo menos hasta los bisabuelos. Pero nada de esto se aplica hoy en la medicina convencional.

¿Qué opina sobre el suicidio?

Si tienes una enfermedad grave, incurable, el suicidio es una opción posible. La gente tiene derecho a terminar con su vida. La vida no es prolongar una agonía. La medicina actual prolonga el dolor, y eso es terrible.

¿Cómo ve la forma en que nuestra sociedad afronta la muerte?

Es una monstruosidad cómo se nace y cómo se muere. Así no se debería venir al mundo, habría que recuperar el nacer y morir en el hogar.

Entender la vida

La vida entera ¿no es acaso un milagro?

Es rica. Si tú observas atentamente un prado, te das cuenta de que cada planta es de un verde diferente, cada mariquita es distinta de otra. Muchos conocemos la anécdota de ese hombre que fotografió los copos de nieve y descubrió que cada uno era diferente: miles de millones de copos, cada cual con su forma. Es decir, todo es variedad, diferencia. Pero, al mismo tiempo, todo está comunicado, estamos unidos por secretos hilos. La vida es una creación milagrosa. Toda la realidad es una pura unión de hilos mentales, emocionales…

Hay que andar de puntillas, ligeramente, sobre el mundo sin padecer la realidad…

Los pasos son importantes. Todo el ser se refleja en la planta de los pies, adonde llegan todas tus terminaciones. Los pasos nos definen. Los seres amados, los perros y los gatos, por ejemplo, conocen nuestros pasos. Pero hay gente que vive muy encerrada en su mente y se despreocupa de sus pasos, como si la tierra fuera realmente sucia y pudiera mancharle los pies.

Cuando me fui de Chile yo tenía 23 años, a mi vuelta tenía 63. Las calles estaban llenas de recuerdos, de emotividad; allí estaba toda mi adolescencia, llena de poesía. Andaba sobre las aceras acariciándolas con las suelas de los zapatos. Los actos hacia los otros deben ser tan delicados como los pasos que damos en un terreno que es parte nuestra.