Hice una mueca, agradeciendo a Boom Boom en silencio las veces que Pierre y él le habían dado una paliza a Howard. -¿Qué me dices del dinero? ¿Tenía dinero Howard últimamente?
Se animó al oír esto. Sí, ganó mucho dinero esta primavera y le había dado doscientos dólares para comprar una cuna bonita de verdad y todo lo demás para el bebé. Estaba muy orgullosa y divagó un rato acerca de ello. Era lo único de lo que podía hablar.
Le pregunté si no tenía una madre o una hermana o alguien con quien pudiera quedarse. Se encogió indefensa de nuevo y dijo que toda su familia vivía en Oklahoma. La miré impaciente. No era el tipo de persona abandonada a la que yo quisiese adoptar. Si lo hacía una vez, se me colgaría para siempre. En lugar de eso, le dije que llamase a los bomberos si se ponía de parto de repente y no sabía qué hacer. Mandarían personal sanitario para que se ocupasen de ella.
Cuando me levantaba para irme, le pedí que me llamase si Howard aparecía.
– Y por amor de Dios, no le digas que me lo has dicho. Sólo conseguirás que te vuelva a pegar. Ve a la tienda de la esquina y utiliza su teléfono. De verdad necesito hablar con él.
Volvió sus ojos melancólicos hacia mí. Dudé que me hubiera oído. Debía estar por encima de sus posibilidades engañar a su dominante esposo, aunque sólo fuera para llamar por teléfono. Sentí una punzada de culpabilidad por dejarla allí, pero la fatiga la hizo desaparecer en cuanto llegué a la esquina de Addison y Pulaski.
Llamé un taxi que pasaba para que me llevase al otro lado de la ciudad, a casa de Lotty. Cinco millas por las calles de la ciudad es un viaje largo y me volví a dormir en el desvencijado vehículo cuando cruzábamos Milwaukee Avenue. El movimiento del taxi me hizo creer que estaba de nuevo a bordo del Lucelia. Bledsoe estaba de pie junto a mí, agarrado al autodescargador. Me miraba con fijeza con sus apremiantes ojos grises, repitiendo: «Vic: yo no iba en el avión, yo no iba en el avión.»
Me desperté sobresaltada cuando giramos por Sheffield y el taxista me preguntó el número del apartamento de Lotty. Mientras le pagaba y subía cansada hasta el segundo piso, el sueño me pareció muy real. Contenía un mensaje importante de Bledsoe, pero no conseguía adivinar en qué consistía.
19
Lotty me recibió con un suspiro de alivio muy poco usual en ella.
– ¡Dios mío, Vic, eres tú! ¡Has vuelto! -Me abrazó con fuerza.
– Lotty, pero ¿qué ocurre? ¿Creías que no me ibas a volver a ver?
Me apartó con el brazo, me miró de arriba abajo, me volvió a besar y luego puso una cara más de Lotty.
– El barco en el que estabas, Vic. Lo vi en las noticias. La explosión y todo lo demás. Cuatro muertos, dijeron, uno de ellos una mujer, pero no daban nombres hasta que las familias estuvieran enteradas. Estaba asustada, querida, asustada de que fueras la única mujer a bordo. En aquel momento se dio cuenta de mi lamentable estado. Me empujó al cuarto de baño y me sentó en un agua humeante en su anticuada bañera de porcelana. Se sonó la nariz y salió a poner un pollo a hervir; luego volvió con dos vasos de mi whisky. Lotty bebe muy rara vez; debía estar francamente trastornada.
Se encaramó en un taburete de tres patas mientras yo ponía a remojo mi hombro dolorido y le contaba mis aventuras.
– No puedo creer que Bledsoe contratase a Mattingly -concluí-. No creo que me equivoque tanto al juzgar a las personas. Bledsoe y su capitán me pusieron furiosa. Pero me gustan. -Continué contándole las ideas que me habían atormentado durante mi viaje de cuatro horas desde el Soo-. Creo que tendré que dejar a un lado mis prejuicios e ir a echar un vistazo a las pólizas de seguros de la Pole Star y al estado de sus finanzas en general.
– Consúltalo con la almohada -me aconsejó Lotty-. Tienes muchos caminos que recorrer. Por la mañana uno de ellos te parecerá el más adecuado. Puede que Phillips. Después de todo, es el que tiene mayor relación con Boom Boom.
Envuelta en un largo albornoz de felpa, me senté con ella en la cocina a comer el pollo, sintiendo el bienestar asentándose en los lugares más gastados de mi mente. Después de cenar, Lotty me frotó con Myonex los brazos y la espalda. Me dio un relajante muscular y me sumí en un sueño profundo, con olores de menta.
El teléfono me sacó de las profundidades unas diez horas más tarde. Lotty entró y me tocó el brazo con suavidad. Abrí los ojos soñolientos.
– Es para ti, querida. Janet nosequé. Era la secretaria de Boom Boom.
Sacudí la cabeza aturdida y me senté para coger el teléfono en la habitación de invitados.
La voz familiar de Janet me despertó completamente. Estaba trastornada.
– Señorita Warshawski, me han echado. El señor Phillips me ha dicho que era porque ya no tenían trabajo para mí, ahora que ya no está el señor Warshawski. Pero creo que ha sido por haber mirado en los archivos. No creo que me hubieran echado si no lo hubiese hecho. Quiero decir que antes siempre había bastante trabajo…
Corté el flujo repetitivo de palabras.
– ¿Cuándo ha sido?
– Anoche. Anoche me quedé después del trabajo para ver si podía encontrar la nómina del señor Phillips, ya sabe, como usted me pidió. Lo estuve pensando y pensé que, la verdad, si el señor Warshawski fue asesinado como dijo usted y que si eso iba a servir de algo, tendría que encontrarla. Pero vino Lois a ver lo que estaba haciendo. Creo que estaba dispuesta a espiarme si me quedaba a la hora de comer o después del trabajo, y entonces llamó al señor Phillips. Bueno, todavía no estaba en casa, claro. Pero siguió llamándole y a eso de las diez él me llamó y me dijo que no me necesitaban más y que me mandaría dos semanas de salario. Y, la verdad, no me parece justo.
– No, no lo es -admití con calor-. ¿Qué le dijo usted que estaba haciendo?
– ¿A quién?
– A Lois -le dije con paciencia-. Cuando entró y le preguntó lo que estaba haciendo usted, ¿qué le dijo?
– ¡Oh! Le dije que había escrito una carta personal y no podía encontrarla, así que estaba mirando a ver si la había tirado.
Me pareció que había reaccionado muy rápido y así se lo dije.
Se rió un poco, encantada con el cumplido, pero añadió desanimada:
– No me creyó, porque no había ninguna razón para que estuviera en la papelera del señor Phillips.
– Bueno, Janet, no sé qué decirle. Hizo usted lo que pudo. Siento muchísimo que haya perdido su empleo para nada, pero…
– No fue para nada -interrumpió-. Encontré la copia de su nómina, como usted me dijo.
– ¡Oh! -me quedé mirando el auricular incrédula. Por una vez, algo en aquella investigación disparatada había funcionado de la manera que yo quería-. ¿Y a cuánto asciende?
– Cobra tres mil quinientos cuarenta y seis dólares y quince centavos cada dos semanas.
Intenté multiplicar mentalmente, pero aún estaba demasiado aturdida.
– Lo calculé anoche con la calculadora. Eso supone noventa y dos mil dólares al año -hizo una pausa, pensativa-. Es mucho dinero. Yo no ganaba más que siete mil doscientos. Y ahora, ni eso.
– Mire, Janet. ¿Querría usted trabajar en el centro? Puedo conseguirle algunas entrevistas: en la Compañía de Seguros Ajax y en un par de sitios más.
Me dijo que lo pensaría, pero preferiría encontrar algo en su vecindario. Si aquello no funcionaba, me llamaría para que le concertase una entrevista. Le di las gracias profusamente y colgué.
Me tumbé en la cama y me puse a pensar. Noventa y dos mil dólares eran mucho dinero. Para mí o para Janet. Pero, ¿para Phillips? Digamos que tuviese pocas deducciones y un buen asesor. Pero aun así, no podría llevarse más de sesenta mil más o menos a casa. Los impuestos sobre su propiedad debían ser unos tres mil. Una hipoteca, puede que otros mil quinientos. La cuota del Club Náutico y las clases de tenis, veinticinco mil. La enseñanza, etc., en Claremont. El barco. El Alfa. La comida. Los vestidos de Massandrea para Jeannine. Puede que los comprase en una tienda de segunda mano, o se los diese la señora Grafalk. De todos modos, necesitaría unos cien mil para cubrir todos los gastos.