Aquello parecía un modo de trabajar razonable. Empecé con mi parte del trabajo, secretamente encantada con el entusiasmo de Ferrant por el proyecto. No tenía los mismos sentimientos personales que Hogarth hacia el asegurado.
La primera página de la póliza de 1977 explicaba que la Grafalk Steamship era una compañía muy bien llevada, cuya dirección principal era el 132 de la calle North La Salle en Chicago. El sumario de la cobertura en la página de declaraciones mostraba que la Grafalk tenía mil quinientos empleados en ocho estados. Esto incluía marineros, secretarias, estibadores, descargadores, conductores de camiones y oficinistas. Los directivos y oficiales estaban excluidos de la cobertura. La prima total para 1977 era de cuatro millones ochocientos mil dólares. Silbé para mis adentros. Cuánto dinero.
Hojeé las páginas hasta llegar al final, donde se incluía la revisión de la prima. Esta sección se completaba al final del año. Mostraba cuánta gente trabajaba en ese momento cada día por clases de trabajo, y el dinero que la Grafalk debía en concepto de primas a la Ajax en 1977. La reducción era sustanciaclass="underline" tres millones de dólares menos. En lugar de tres millones de horas de trabajo, los empleados de la Grafalk habían reducido dos millones en el año que allí terminaba.
Le mostré el resultado a Ferrant. El asintió y volvió a las pólizas de los cargamentos. Acabé con las de compensaciones, escribiendo los resultados totales en una hoja de papel. Ferrant me tendió un montón de pólizas de cargamentos. Las estaba comprobando fecha a fecha, el valor total del contrato y el navio utilizado. Las compararíamos más tarde con el tonelaje declarado de cada uno de los barcos.
Hogarth llegó cuando estábamos acabando con los montones de papeles. Miré el reloj. Eran casi las seis.
– ¿Ha habido suerte?
Ferrant hizo una mueca; el pelo volvía a caerle sobre los ojos.
– Bueno, ahora tenemos que sumar todo lo que hemos encontrado. Pero me parece que no tiene buena pinta. Oye, Hogarth, sé buen chico y échanos una mano. No pongas esa cara. Piensa en ello como si fuera un problema intelectual.
Hogarth negó con la cabeza.
– No contéis conmigo. Le dije a Madeleine que estaría en casa pronto al menos una vez, y ya llego tarde. Quiero coger el tren de las seis treinta y cinco.
Se marchó, y Ferrant y yo seguimos con nuestro trabajo, aburrido y tedioso. Al final, sin embargo, quedó claro que Grafalk había estado utilizando sólo cuarenta de sus sesenta y tres buques durante los últimos cinco años. De hecho, había vendido tres barcos a mediados de 1979.
– Tendría que haber vendido más -dijo Ferrant sombrío.
– Puede que lo intentase y no se vendieran.
Hacia las ocho y media habíamos terminado un somero análisis del estado de las finanzas de Grafalk. Mantener sus barcos costaba aproximadamente dos mil dólares al día cuando no estaban navegando, y unos mil dólares diarios cuando sí lo estaban. Así que el gasto total de Grafalk para mantener en marcha la compañía era de unos ciento veinte millones al año. Y el valor total de los cargamentos que transportó resultaba ser de cien millones de dólares en 1977. Las cosas le fueron un poco mejor en el 78 y 79, pero no habían mejorado en los últimos dos años.
– Esto contesta perfectamente a su pregunta -dijo Ferrant-. El chico está perdiendo dinero sin duda. -Ordenó sus montones de notas-. Es sorprendente, la cantidad de cargamentos que ha transportado para la Eudora en los últimos cinco años. Casi el veinte por ciento de su volumen total.
– Sí que es raro -dije-. Naturalmente, la Eudora es importante… ¿De dónde saca Grafalk el dinero para cubrir sus pérdidas? Son bastante preocupantes.
– La compañía naviera no es lo único que posee -Ferrant estaba metiendo las pólizas de nuevo en sus carpetas-. Tiene una rentable compañía ferroviaria que conecta el puerto de Buffalo con Baltimore: puede descargar allí y transportar los cargamentos por tren hasta los barcos transoceánicos en Baltimore. Eso le viene muy bien. Su familia posee muchas acciones de Hansen Electronic, la empresa de ordenadores. Tendría usted que conseguir que su broker le dijera si ha estado vendiendo acciones últimamente para pagar todo esto. Está metido en muchas otras cosas. Creo que también su mujer tiene dinero. Pero la compañía naviera ha sido siempre su gran amor.
Volvimos a colocar las pólizas en el carrito y las dejamos en el pasillo para que alguien las recogiese por la mañana. Bostecé, me estiré e invité a Ferrant a una copa.
25
Caminó junto a mí hasta el Golden Glow, que está en la esquina de Jackson y Federal. Es un lugar para gente que bebe en serio; no tiene quiche ni palitos de apio para seducir a los bebedores de vino blanco que van de camino a los trenes de cercanías. Sal, la imponente mujer negra dueña del lugar, tiene una barra de caoba en forma de herradura, reliquia de una vieja mansión de Cyrus McCormick, y siete minúsculos compartimentos embutidos en un lugar encajonado entre un banco y una compañía de seguros.
Llevaba varias semanas sin ir por allí y ella vino hasta nuestro compartimento en persona a tomar nota. Pedí lo de costumbre, un Johnnie Walker etiqueta negra, y Ferrant un martini con ginebra. Le pedí a Sal el teléfono y ella trajo uno a la mesa.
En mi contestador tenía un mensaje de Adrienne Gallagher, la mujer que conocía en el Fort Dearborn Trust. Había dejado el número de su casa y el recado de que podía llamarla antes de las diez.
Una niña pequeña contestó al teléfono y llamó a su mamá con voz aguda.
– Hola, Vic, tengo la información que querías.
– Espero que no te vayan a echar del trabajo ni del colegio de abogados por eso.
Soltó una risita.
– No, pero me debes un poco de trabajo detectivesco gratis. Bien, el caso es que el apartamento es propiedad de Niels Grafalk… ¿Vic? ¿Estás ahí? ¿Hola?
– Gracias, Adrienne -dije mecánicamente-. Avísame cuando necesites ese trabajo detectivesco.
Colgué y llamé al Windy City Balletworks para ver si tenían función aquella noche. Una voz grabada me dijo que las representaciones tenían lugar de miércoles a sábado a las ocho; los domingos, a las tres. Hoy era martes: Paige debía estar en casa.
Ferrant me miró cortésmente.
– ¿Algún problema?
Hice un gesto de disgusto.
– Nada que no sospechase desde esta mañana. Pero de todos modos es muy desagradable. Grafalk posee pisos, aparte de todo lo demás.
– ¿Sabe, señorita War…? ¿No tiene usted un nombre de pila? No consigo pronunciar su apellido sin hacerme un nudo en la lengua… Vic, se está comportando usted de un modo muy misterioso. Me parece entender que cree que Grafalk está detrás de los daños a la esclusa Poe, ya que nos hemos pasado la tarde tratando de demostrar que pierde dinero. ¿Le importaría contarme qué está pasando?
– En otro momento. Tengo que hablar con una persona esta misma noche. Lo siento, ya sé que es una grosería abandonarle así, pero tengo que verla.
– ¿A dónde va? -preguntó Ferrant.
– A la Gold Coast.
Me dijo que se venía conmigo. Me encogí de hombros y me dirigí a la puerta. Ferrant trató de poner algo de dinero sobre la mesa, pero Sal se lo impidió.